jueves, 30 de abril de 2009

La Calle del Doble Ciego



El señor inventor se sentó en su taller y en su cuaderno tituló una página: "Cosas que necesito inventar para hacer de este mundo un lugar menos horrible."

Después de cavilar intensamente escribió el primer item de la lista.

"Ungüento repelependejos".

El señor inventor se quedó tan satisfecho con el inicio de la lista que ya no continuó escribiendo nada más. En lugar de eso puso manos a la obra.

Pasó numerosas horas consultando gruesos volúmenes de química, botánica y neurología, preparando cocciones y corriendo peligro de envenenamiento. Al cabo obtuvo su ungüento repelependejos. Lo olió y se dió cuenta que tenía la nariz tapada.

Había que probarlo.

Para evitar autoengañarse, el señor inventor se decantó por un protocolo de doble ciego. Contrató a un señor de probada probidad, a un señor de inteligencia promedio, a un grupo de genios y a un grupo de pendejos. Al señor de probada probidad le dijo "Fíjese bien, usted llevará un control de qué personas pertenecen a qué grupo. Yo no sabré de antemano esa información y ud no me la dirá. Lo que haremos será untar mi ungüento a este señor de inteligencia promedio y observaremos las reacciones que provoca en los sujetos de prueba a los que les diremos que es un perfume de diseñador fashionista. Yo le diré a ud a qué grupo pertenece cada sujeto dependiendo de su repudio al ungüento y ud verificará si mis interpretaciones son correctas."

El señor de probada probidad estuvo de acuerdo y embadurnaron, él y el inventor, al señor de inteligencia promedio y lo dejaron entre sujetos de ambos grupos.

Todos los sujetos se apartaron del señor untado como si tuviera peste negra, excepto uno. El inventor, desconcertado, preguntó si el que no se apartaba era del grupo de los genios. El señor de probada probidad consultó sus registros y dijo que el que no se apartó no era ni de los pendejos ni de los genios, sino el señor de la limpieza que iba pasando por ahí.

El señor inventor dió por concluido el experimento y mandó a todos a sus casas con las siguientes consecuencias.

El señor de inteligencia promedio y el señor de la limpieza se hicieron amantes.

El señor inventor se dedicó a reparar tostadoras hasta su muerte prematura por frustación.

El señor de probada probidad consiguió trabajo en un banco y al cabo de unos años le demostraron un fraude y lo metieron al bote.

Los del grupo de genios y pendejos se cayeron tan bien que algunos de ellos se cruzaron y tuvieron descendencia. Sus hijos heredaron la característica de guacarear cuando perciben algo parecido al ungüento repelependejos.

Y yo, que fuí a poner orden al taller del inventor tras su muerte, encontré el ungüento y lo vendí a un granjero a punto de la ruina como afrodisiaco para sus cerdos que no querían coger. Tuvo tanto éxito el ungüento que me volví millonario. Mi fortuna se la debo a los esfuerzos heróicos del inventor.

pd. Cuando en mi pueblo me invitaron a inaugurar una calle que llevaría mi nombre me negué a participar si no cambiaban el nombre de la calle a Doble Ciego. Hasta la fecha los visitantes de esa calle preguntan si allí vivieron 4 tuertos.

7 comentarios:

Guffo Caballero dijo...

Jajajaja... muy chido.
Harto entretenido.

Buen fin de semana.

Javier Cardenas dijo...

no comprendi exactamente el mensage del escrito, pero la historia esta bastante chingone y entretenida, me arado el personaje principal que puso manos a la obra en cuanto puso lo primero de la lista hahaha.

Saludos

Javier Cardenas dijo...

ardo = agrado , error de dedo

Anónimo dijo...

ogtisimo goei

Anónimo dijo...

aburridoooo

Anónimo dijo...

no mamen, qué pedo con este tipo, neta que está de la verga

Francisco Lizardi dijo...

Me agradó tu nuevo relato, lastima que quien hace una crítica no intente que sea constructiva, sería mas enriquecedor para todos, y sobre todo para el autor, je je je.

saludos.

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