
Montserrat tenía una cicatriz parecida a un ciempiés blanco en el vientre. Esa no es cesárea, decían mis amigos, esa es una autopsia; y reían.
Cuando era su turno en la pista, bailaba como ninguna. Una vez, en uno de sus descansos, se dio cuenta que la veía desde lejos y me sostuvo la mirada. Se paró, se acercó a la mesa, se sentó a mi lado y me preguntó mi nombre.
No me pidió que le invitara una copa ni me ofreció un baile privado. Me confesó que estaba harta de su trabajo, que no soportaba a los borrachos ni a los hombres que se la querían coger a la fuerza o sin condón.
-Cada que vienes te me quedas viendo mucho, pero nunca me hablas; ¿por qué?
-Porque nunca traigo dinero -le respondí nervioso.
-Por platicar no cobro nada –dijo sonriendo.
Me habló de su hija y me aclaró que la cicatriz en su vientre no era por haberla tenido, sino por un accidente; me habló de los padres que había dejado lejos, de su matrimonio fallido a los 18 años, de su sueño de estudiar turismo y trabajar en un hotel en la playa.
A la media hora llegó un guardia de seguridad que le dijo algo al oído. Montserrat asintió.
-Me tengo que ir a cambiar porque ya sigo yo.
-Okey…
-Eres el mejor cliente que he tenido.
-Gracias…
-¿Aquí vas a estar o ya mero te vas?
-Aquí estaré un buen rato.
Me dio un beso prolongado en la mejilla y se fue envuelta entre el humo y las luces de colores que salpicaban su espalda.
Cuando era su turno en la pista, bailaba como ninguna. Una vez, en uno de sus descansos, se dio cuenta que la veía desde lejos y me sostuvo la mirada. Se paró, se acercó a la mesa, se sentó a mi lado y me preguntó mi nombre.
No me pidió que le invitara una copa ni me ofreció un baile privado. Me confesó que estaba harta de su trabajo, que no soportaba a los borrachos ni a los hombres que se la querían coger a la fuerza o sin condón.
-Cada que vienes te me quedas viendo mucho, pero nunca me hablas; ¿por qué?
-Porque nunca traigo dinero -le respondí nervioso.
-Por platicar no cobro nada –dijo sonriendo.
Me habló de su hija y me aclaró que la cicatriz en su vientre no era por haberla tenido, sino por un accidente; me habló de los padres que había dejado lejos, de su matrimonio fallido a los 18 años, de su sueño de estudiar turismo y trabajar en un hotel en la playa.
A la media hora llegó un guardia de seguridad que le dijo algo al oído. Montserrat asintió.
-Me tengo que ir a cambiar porque ya sigo yo.
-Okey…
-Eres el mejor cliente que he tenido.
-Gracias…
-¿Aquí vas a estar o ya mero te vas?
-Aquí estaré un buen rato.
Me dio un beso prolongado en la mejilla y se fue envuelta entre el humo y las luces de colores que salpicaban su espalda.