domingo, 8 de febrero de 2009

Lengua de plata.



Si a Brandon Baruch, el magnate de las telas, fuera entrevistado unos minutos después de la muerte... diría con su característico carisma lo siguiente-. El mundo de los muertos tan sólo es limitado por la imaginación, y las experiencias pasadas. No me arrepiento de mi lengua de plata -sonreiría después. Sus dientes brillarían contra el reflejo de su lengua plateada, cruzaría las piernas y juntaría las manos en un gesto sumamente reflexivo. Después de todo, Brando Baruch habló con los dioses.

Cuando al cuerpo de Brandon Baruch, de noventa y nueve años de edad, le abrieron la boca y pusieron una moneda de plata en su lengua, esta se fundió cuando le cerraron la quijada suavemente. Sólo un mocoso de once años, quien poseeía en su sangre una larga tradición de rituales, detectó el humo espiritual que se fundía con el humo argento. Más tarde le preguntó a su padre que había sido ese olor y este simplemente le respondió-. Brandon Baruch ha logrado ir a la tierra de los muertos. Lástima que su corazón esté más pesado que el del plumaje completo de los buitres.

El mundo de los muertos consiste en distintos pasajes que deben andarse con mucho cuidado. A cada puerta, hay un acertijo y hay una respuesta. Brandon Baruch, así como los faraones antes que él, no era ningún idiota. Sabía que el tiempo era eterno, y que no había ninguna prisa por alcanzar un espacio entre los dioses. Sus manos largas y delgadas pasaron tantas veces por los jeroglíficos de su Libro de los Muertos, tantas veces fue necesario. -Concentración y disciplina -se repetía numerosas veces, ante los acertijos o las preguntas más difíciles. Ni las preguntas de Horus, ni las preguntas de Rah, así como la de los escarabajos y las ranas, debían ser menospreciadas. Cada pregunta constituía un sólo escalón, y Brandon Baruch, práctico como era, sabía que cada escalón era igual al anterior y su unidad formaban el conjunto.

Después de mucho tiempo, nadie sabe cuánto a ciencia cierta, Brandon Baruch estuvo frente a Osiris y el último escalón: La báscula que definiría el peso de su corazón. Tenía amuletos, había respondido las preguntas, y había gastado el tiempo preciso para buscar la redención. Antes de hacer la clásica pregunta, Osiris se levantó de su trono y sonriendo como una hiena, demandó saber lo siguiente.

-¿Es cierto, Brandon Baruch, qué tenías un perrito minitoy llamado Osiris?

Brandon no supo que responder ante la pregunta y luego se dio cuenta que no era necesario. Su corazón pesaba más que la hoja por el simple hecho de haberse burlado de los dioses. Demasiado tarde comprendió, que su lengua de plata, su perrito minitoy, y su vida en general, habían sido un lujo innecesario.

7 comentarios:

Choche dijo...

meeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerga!

Me mamó este post, a tal grado q no c ni porq O_O

La Rosy dijo...

Ja, en tu blog lei tu reciente obsesión con la egiptología y en este cuento la plasmas de manera extraordinaria...

El juicio del dios cristiano es muy muy muy aburrido, si deverdad existieran los dioses, yo quisiera un juicio griego :)

La ironia del minitoy me saco una sonrisota! vientos.

Guffo Caballero dijo...

La egiptología rules!!!
Saludos Agustín.

Anónimo dijo...

M-I-E-R-D-A.

Hattori dijo...

Se lo trabó con lo último.


Me encantó el relato, saludos.

Anónimo dijo...

Escribes horrible. Odio la palabra 'plasmar'.
Quita los comentarios, te conviene.

arboltsef dijo...

Je, saludos a todos y gracias por sus breves comentarios.

Encantado de plasmar mis letras en este lugar.

:D

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