domingo, 22 de marzo de 2009

El Pene Millonario



Soy un vividor, maltrecho y reluciente. Estoy en la cúspide de la vida: ya pasé la adolescencia, la crisis de los veinticinco y otras crisis de identidad inevitables que con la edad llegan. Yo creo que ya no me casé, y la verdad que nunca me sentí muy cerca de hacerlo, ni siquiera fui muy noviero, y me arrepiento muchísimo de no haberlo sido.

Vivo de un par de herencias familiares, que con los años me siguen pareciendo inagotables. Como sé muy poco de finanzas, y de sumas y restas menos, contraté un asesor financiero, que invierte mi dinero para que se multiplique. En realidad no estoy seguro en qué tipo de fondos o acciones invierte la marmaja, pero eso ni siquiera me importa, le pago lo suficiente para que se siga disfrazando con corbatas Hermés, y me dé las jugosas utilidades que me mantienen muy, muy lejos de trabajar. Así ambos somos felices.

A pesar de ser un yuppie bastante tardío, no ostento de más. Tengo una sola propiedad: un departamento de un par de pisos, frente a la playa. Eso sí, tengo unos muebles muy mamones, europeos, bastante sofisticados. La decoración estuvo a cargo de un putito extranjero que conocí por un amigo, y en verdad, que todo el dineral que me gasté en que pareciera la guarida de Mauricio Garcés, solo tenía el único fin de gozar los beneficios de balancear el saldo deudor de mi cuenta de conquistas femeninas en la vida.

Me costó poco, muy poco hacer mis primeros ligues. Las mujeres son sumamente putas, y creo que yo soy sumamente imbécil por no haberme dado cuenta antes. Era sólo cosa de pasear mi nave por el valet parking de algún congal de moda, y pagar un par de tragos, para salir con alguna suculenta damicela. Lo más raro, es que antes pensaba que las que se ganchaban con tipos como yo, eran gatas pretensiosas, ávidas de salir de esas colonias sin agua, algo onda la novela colombiana, sin tetas no hay paraíso. Pero no, creo que el genoma femenino incluye la supervivencia a base de billetes, porque causaba el mismo efecto en todas.

Al principio descargaba mis añejas secreciones desesperado, lujurioso, con quien fuera. El chiste era resarcir el tiempo perdido, anulado. Pero hay cosas difíciles de esconder: el dinero y lo pendejo. Yo tenía ambas. Era evidente, que tan rápido me facilitaban las nalgas, me encariñaba con las proveedoras, y era difícil que las mandara a la chingada de forma certera y permanente. Las mujeres, a patadas y madrazos, decía mi papá después de haberle metido una putiza a mi jefa y dejarle sangrando todo el hocico. Desgraciadamente no aprendí ni la mitad de las enseñanzas del viejo, y pasé de mis primeros años de padrote, agraciándome del amor de una y de otra, a ser usado. No podía resistirme a comprarles todo lo que me pedían: alhajas, para que las colgaran de esos cuerpos deliciosos que ahora me pertenecían; bolsas carísimas de colores exotiquísimos, perfumes extravagantes de esencias feromónicas, lencería de finísima estirpe y confitería erótica de chocolate. Me reunía con mi asesor, por lo general cada mes, y después de una triada de nuevas adquisiciones, lo cambiamos a cada lunes: había que ser más agresivos en las inversiones, ganar más, mejores rendimientos, buscar nuevas opciones. Las mujeres no esperan, siempre quieren más.

Lo peor de todo es que no necesitaba amor, ni ternura. Era mi pendejez la que me tenía sumado en ésta inválida ecuación negativa. Veía los saldos promedios de mis cuentas caer, vendí algunas acciones, y ni así podía nivelar los excesos de mi harem. Un buen día decidí cancelar todas los miramientos con las mujeres, que habían pasado de tres a siete, y que finalmente ya la riata me la estaban metiendo ellas a mí. Las corrí, dejé de pagar celulares, tarjetas, ni regalos, ni salidas, ni ropita, ni cocteles estrafalarios en barecitos de moda. Ni madres. Federico, mi asesor de las corbatas finas, me lo había recomendado días antes, mientras me advertía:

- Pero eso sí hermano, vas a tener que dejar de creerte papito cuarentón. Y bueno, verás que cuando les cortes la lana, se irán todas a la verga.

Qué fastidio era imaginarme mediocre de nuevo, sí lo único que tenía era dinero; ni encanto, ni ganas de andar buscando amores verdaderos de novela. Lo tuve qué hacer, hubiera sido más grave saberme pobre de nuevo en un par de años, y habitar alguno de aquellos favelescos parajes donde pasé mis años más terribles.

Federico me llamó a los cuantos días para darme algunas buenas noticias respecto al portafolio, y aprovechó para ver cómo iban mis apetitos femeninos. Yo le comentaba que pasaba mis tardes masturbándome en la sala con esa televisión gigante de sesenta y tantas pulgadas, conectado a un sitio porno que me cobraba módicos veinticinco dólares al mes, y donde socavaba mis ilusiones en un frenesí que pecaba de artificial, pero que funcionaba, sin embargo era un patrón de satisfacción muy penoso para mi edad. Mi asesor sabía más de mujeres que yo, finalmente yo era un bueno para nada con dinero, tan vacío, y tan animal, tan instintivo, que a pesar de tener un mar de posibilidades en la vida, todo se centraba en unos cuantos pares de tetas. Así, Federico me recomendó a Lizzeth. Una escort ejecutiva, quien por arrumaco cobraba apenas cuatro mil pesos. Por el precio, pensé que era una estafa, ó alguna vieja aguada de congal. Sin embargo había que cuidar el dinero.

Le marqué a su celular esa misma tarde. Llevaba un par de semanas sin mojar la brocha, así que, decidí evitarme cualquier pudorcito. Me contestó muy coqueta, y sin mucho preámbulo quedamos en una hora precisa. Cinco PM. Yo no sé por qué escogí esa hora, quizá para verla aún con luz, pero no la suficiente como para arrepentirme. Llegó puntual, bajé y abrí la puerta.

Y heme aquí. La verdad, me da mucha pena enseñarle mi miembro desgarbado y vejado, más parece una falda hawaiana. Cada vez que lo tomo entre mis manos, me arde hasta la madre. Doctor, snif, cúreme por favor. Todo mi dinero e inversiones a cambio de mi pene de vuelta.

7 comentarios:

María dijo...

Exquísito el tener que leer ésto.

Manuel Lomeli dijo...

Jejeje. En efecto te estás superando, recabrón. Salvo unos errores de ortografía que francamente da lo mismo (eso de la buena ortografía es un dogma), todo lo demás es bueno. El final sabe apresurado, pero insisto, es divertido.

a.be dijo...

Mojar la brocha???
Eres de lo peorsito, todavía no entiendo por qué sigo contigo.... jajajaja
Me gustó.... mucho. Siempre disftuto leerte así...
Congratulations my love!

salaverga dijo...

Esta a toda madre chief, solo que al final se va de hocico uno como cuando le atoran un palo en la bicla

Saludos

ほし dijo...

coincido con todos respecto al final... debiste haber terminado mejor...

mannypzc dijo...

buenísimo, hace rato que no me paraba por aquí a leer y de verdad valió la pena.

Contras:

El final, lo arrunió un poco.

CÉSAR R. GONZÁLEZ dijo...

Ya , ya prometo mejores finales.

Tengo que confesar que estaba crudísimo cuando escribí el final.

Las crudas y el alcohol estropean todo, chale.

Gracias a todos por leer y por la retroalimentación.

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