De la especulación mayor a la menor

De no haber existido este universo, este encono de desaguisos y errores, el pantanal que algunos llaman incorregible y donde otros han decidido luchar para retomar las riendas del camino, probablemente hubiera existido, de todas formas, un buen motivo para decir que nos equivocamos y que el mundo gira alrededor de un eje podrido.
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Si Cristo hubiera preferido el asesinato, el pillaje y el bandidaje para luchar contra el imperio romano y las instituciones vetustas de los judios, y no los milagros, la bravuconería verbal y el visceralismo esotérico, es probable que lo hubiesen apresado, y de todas formas crucificado, y siendo todavía peor su libertad que la de Barrabás, Poncio Pilatos hubiera pasado a la historia como un juez blandengue y el ardor de todos los que exigieron la muerte de Jesús hubiera reivindicado la opinión pública para siempre. Quizá asesinar a tipejos como el Che Guevara y otros mártires sería cosa de todos los días, un asunto que votariamos desde nuestro hogar, en un teletón de la justicia.
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Quien haya visto la obra pictórica de Adolf Hitler podrá descubrir no a un pintor sino a un buen arquitecto. Es probable que haya sido él quien haya errado al pretender estudiar artes visuales y pintura, y no los decanos infámes que lo rechazaron. En lo personal me gusta pensar que su peor crimen fue privarnos de toda la obra arquitectónica que el modernismo latente de aquellas épocas le hubiera permitido crear por meterse de dictador a molestar judios y pelearse - literalmente - con medio mundo.
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Una de las víctimas de Ted Kaczynski - el unabomber - fue el profesor James McConnell, quien hacía una interesantísima investigación sobre la transferencia de memoria genética entre ciertas especies de planarias, y que debido a las heridas que sufrió en 1985 debió retrasar ciertos resultados que, al final, apegándonos al estricto sentido de la especulación, hubieran servido para lograr avances significativos en tecnología de la transhumanización. Es muy probable que el temor que el Unabomber sembró en ciertos investigadores de neurotecnología haya retrasado la creación de sistemas que hubieran permitido uno de los mayores anhelos de Michael Jackson: transferir su memoria, su yo, a los enormes anaqueles de un ordenador, donde paraisos simulados le hubieran regalado el don de burlar la muerte.
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¿Qué hubiera hecho este horroroso país bananero, esta república de narcotraficantes y políticos lisiados con esa mitad de país que perdimos en 1848? Los costos para transportar cocaina se hubiesen incrementado en un 40% más, según revisionistas históricos que bromean al respecto, y donde hoy vive Chilangelina habría, de todas formas, una ciudad repleta de mexicanos maldiciendo la suerte de haber nacido en un país sin oportunidades.
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En 1987, dos días después de confesarle a mi madre mi fascinación por la sonata catorce de Beethoven, ella me llevó a una monísima escuela de música donde reposaba un enorme piano de media cola, cuyo color negro y enormes pedales me intimidaron abrumadoramente y terminé postergando la única frustración que me perseguirá toda la vida: ser músico. Es muy probable que en vez de estar escribiendo estas imbecilidades, carcajeandome a priori por los comentarios singularísimos que inspirarán, estuviera tocando un piano horripilante en algún bar donde un Luis, un Guffo o un Canibal paralelo cantarían boleros y baladas a un público sin quehacer.
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Si en vez de quedarme después de mis clases aquel febrero del 2000, me hubiera ido a casa a comer con mi familia, una semana después te habría conocido, y es muy probable que hubiera sucedido lo mismo que hoy sucede: me hubiese enamorado de tu intelectualidad pedante, y en vez de Bolaño, quizá hubieramos compartido el gozo de saber que, sencillamente, palabras más o menos, años antes o después, nacimos para estar juntos y amarnos.
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