lunes, 17 de agosto de 2009

De Triángulos Garibayezcos


Para Augusto C.


La primera vez que leí Triste Domingo -de Ricardo Garibay- lo devoré hasta terminarlo, en la madrugada de un día laborable. La prosa de Garibay es fuerte, deliciosa, llena de espléndidas descripciones que te transportan a lugares y décadas desconocidas. El triángulo amoroso narrado es desgastante, trágico y llega a las entrañas. Ricardo nunca juzga, más bien razona, siente, transmite.

En Triste Domingo, Alejandra es una mujer que inaugura sus treinta con un divorcio, cuerpazo, inteligencia, libertad y fuerza. Entonces conoce a Salazar (sin nombre, sólo apellido), un hombre maduro -y casado- que termina de enseñarle el mundo. Utilizando magistralmente analogías enológicas, el autor no deja a la duda la atracción y amor de Alejandra por Salazar. La protagonista comienza entonces, a convertirse en una Salazar curvilínea con tal fuerza, que despierta el amor casi adolescente de Fabián, un joven que la admira y adora con un fervor que se antoja religioso. Y cual va siendo su suerte que Alejandra se enamora también de él. Entonces la protagonista, al verse atrapada entre el amor correspondido de dos hombres –que además saben del otro- se paraliza y desespera, encaminando la historia a un final que… bueno, tienen que leerlo.

Desde entonces leo todo lo que encuentro de Garibay. En alguno de los tomos de Varia (colección Oceano), el autor escribe lo que sufre al escribir esta gran novela. También describe la importancia del Cantar de los Cantares en su vida atea y lo autobiográfico que resulta El Joven Áquel. En Treinta y Cinco Mujeres, retrata a su género favorito (al final de su vida daba talleres literarios sólo a mujeres) con admiración e intensidad. Un libro que no es feminista, si no feminofílico y que yo adoro regalar a las de mi sexo cuando están tristes.

Garibay escribió Triste Domingo en sus setentas, cuando su prosa poética deja de ser elaborada y amontonada (como en Beber un Cáliz). Pero más importante aún, es cuando el autor se da el lujo de autorretratarse en ambos hombres. Lujo exclusivo de aquellos que han vivido con intensidad. De quienes a golpes -en su caso literalmente, ya que era fanático del boxeo- buscan su destino. Cuando escribir a un alter-ego para darle gusto a tu narcisismo es, más que un pecado de soberbia, una recompensa bien ganada.

Hace unos meses leí Triste Domingo por tercera (¿o cuarta?) vez y por supuesto, me volvió a mover. Sin embargo, en esta noche tapatía la recuerdo con motivo del tema de la semana en Recolectivo, nada más. Lo que está en mi pensamiento no es un triángulo, ni son las letras de uno de mis escritores favoritos. Está un queretano de ojos obscuros y sonrisa franca, que se metió a mi vida cuando menos lo esperaba -o buscaba- y que cuando me dice ¡HOLA!, me hace feliz.

Por eso esta noche, escribir sobre terceros, se queda en recomendaciones bibliográficas nada más.

8 comentarios:

Kabeza dijo...

Precisamente ayer le recomendé Triste Domingo a una amiga.
De mis favoritos del Garibas.

La Rosy dijo...

ta gueno... quítales ese libro de mastretta!!

¡Lánzalo a Lucas! dijo...

Oye, Roxie, te cuento: el sábado durante mi hora de comida, fui a una libreria a hacerme pendejo un rato, y, como dicen que la ocasión hace al ladrón, confieso que robé un libro sobre papiroflexia. Total, llegue al vivero donde trabajo y me puse a hacer la primera figura que encontré: un pingüino.

Y ahí me tienes como güey, dándole y dándole al pinche papelito, ¿no?, porque, para esto, tuve que recortarlo de una hoja de máquina (15 cm X 15 cm), y pues yo en chinga, batallándole y batallándole, hasta que por fin me salió el chingado pingüino, y pues ya lo puse sobre mi escritorio, ahí a lado de las bugambilias, expuesto, bien orgulloso, ¿no?

En eso, te lo juro, a los 15 minutos, más o menos, llega una vieja y, pues, ya me acerco, ¿no?, y le digo "buenas tardes, ¿en qué le puedo ayudar?", y en eso abre su bolso y saca un papel arrugado en donde tenía garabateado el pedido que quería hacer: un cierto tipo de palmera, de dos metros de altura y sin tallo espinado, porque no quería que rasparan los nuevos mosaicos de su nueva casa de campo. Deja el papelito arrugado sobre mi escritorio (digo "escritorio", pero es una pinche mesa toda raspada y con un cajón que siempre se atora) y empieza a seguirme, para que yo le pueda mostrar las palmeras en "stock" (ay, chingado término más mamón; ni que fuéramos ebay), ¿no?, y ya le digo "éstas son las que tenemos", y la vieja se queda viéndolas y hace una mueca tipo "no me convence ninguna", y pues, como ya me las sé todas, que me sale lo usurero y, pues, que logro la venta.

Cargo las chingadas palmeras, se las subo a la cajuela de su "Windstar" (arquetípica camioneta de la ama de casa del siglo XXI), y, pues, aguardo a que se vaya para mirarle disimuladamente el trasero (no estaba tan buena la ruca, pero, pues, yo sí le hacía un mugrero). Regreso a mi escritorio y, ¿qué ven mis ojos?, el chingado papelito garabateado, que agarro para tirarlo a la basura y, en eso, lo desarrugo para intentar descifrar la fea letra que describía el tipo de palmera que la vieja se acababa de llevar, y, mierda, te juro que me quedé helado: reconocí debajo de la fea letra sobreescrita, los gráficos enumerados, los dobleses, la página exacta que alguien, la vieja tal vez, había arrancado de un libro igualito al mio, el mismo que me acababa de robar momentos antes. ¿Puedes creerlo? O sea, ¿cuáles son las posibilidades? Me quede asi de que no mames. Total, ahí tengo todavía mi pingüino y la hoja garabateada, juntos, en el cajòn que se atora. Si quieres te los enseño, para que veas. Ya me voy, oye, saludos.

Simple Poeta+ dijo...

muy muy buen libro y buen resumen... :P

Anónimo dijo...

Me gustó más la historia del Lucas de arriba!! jajajajaja!!


Por cierto, chingón el libro, es de mis favoritos!

Paulina Valdez dijo...

Muchas gracias por la liga.

Chilangelina dijo...

Gracias, Rox.

Prox! dijo...

Leo el libro -gracias por el link- y te digo...

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