lunes, 10 de agosto de 2009

Lucky Pig



Me dio un ataque de ansiedad, de esos que acompañan mis crudas famélicas. Recuerdo que más joven tenía erecciones incontrolables a la mañana siguiente de beber mucho; las recuerdo melancólico y seguro de que mi nivel de triglicéridos me negó aquél bono matutino de cualquier borracho saludable. Primero, se me atora en el gañote una flema pegajosa y hasta sólida, que me incomoda hasta hacerme pensar que estoy al borde de la asfixia. Me asusto, me incorporo, y corro a buscar un vaso de agua fría que me refresque. Cierro la boca y comienzo a respirar por la nariz en un tono marcado, insufrible. Siento de nuevo la resequedad en mi traquea y repito la operación. Me asusta la asfixia.

Unas veces intento dormir, de soslayo y con la boca abierta. Es lo más rico, aunque el peso sobre mis hombros y cadera se vuelve insoportable llegado el mediodía, y me tiro boca arriba, sudoroso. Ahí recobro un poco la conciencia, y me pienso como una foca asoleada buscando alivio en el aire fresco. Me da hambre por ahí de las tres de la tarde. Me ducho en agua caliente, por lo regular toco mi estómago, el cual siento caliente, muy caliente. Cargo un mareo que me obliga a recargarme sobre el azulejo de la regadera, mientras intento alcanzar algunos recovecos de mi humanidad. Me seco, detallando cada parte de mi cuerpo. Antes me pesaba en la báscula, ahora la he pasado al desván, donde funciona mejor.

Me gusta pensar en aquél año, donde estábamos juntos, ¿ya?. Recuerdo perfectamente las regiones de tu cuerpo, una por una; podría dibujarlas de memoria si quisiera. Recuerdo el confort de tenerte, y la ternura que me provocaba ver la figura de tus hombros que quedaban justo frente a mis ojos. Desprenderme del calor de tus brazos, me propinaba una resaca inmediata, persistente, que aligerabas sonriendo aún dormida, exigiéndome dormir un poco más. Fue el año que gané la lotería ¿recuerdas?.

Aún tengo presente cuando te abrazaba justo después de la noticia, y me veías incrédula. Nos fundimos en un beso ambos llorando. Se me viene todo a la mente como un relámpago del cual solo queda el eco de un trueno lejanísimo. Me volví loco enseguida, y te volviste menos importante cada vez. Y me excitaba más comprar propiedades o hacer todo aquello que la retícula de mi medianez no me hubiera dejado imaginar. Y perdí los estribos con el peor de los gustos. Aún recuerdo la última vez que te vi, gritando histérica en aquel casino de Las Vegas (sigh). En la meca de la diversión para changos unineuronales hiper-financiados, creyéndome haberme ganado la lotería, encorsetado de mentiras mundanas. De la espectacular toxicidad de unas monedas cómplices.

Me escondo entre mis grasas de pena, para esconderme hasta de mí, porque comprendí que ver esos hombros afilados era el premio mayor, y ya era demasiado tarde.

5 comentarios:

marszoid dijo...

Snif.

Uno nunca valora lo que tiene hasta que lo ve perdido.

Snif melancólico.

Anónimo dijo...

uy! este si me gustó!... está llegador...

Anónimo dijo...

JAJAJA nunca te habia leido y ahrita casi me avente todo!... a decir verda siempre me voy por la foto y hasta ahorita que me baje ms pense: mmm est tipo no esta tan pior! jajaja

CÉSAR R. GONZÁLEZ dijo...

Gracias a todos por leer.


Ya tengo tuiter, jaja. Sigo pensando que es un sistema retrógrada, pero hay que evolucionar:

http://twitter.com/plata_sobregela

Yacov dijo...

ay pues pobrecito...

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