martes, 11 de agosto de 2009

Travesía sexual hacia tus caderas



Tuve demasiado cuando descubrí que atendía a los refugiados de Kandahar con el pene erecto.

Entendí que rescatar mutilados, niños rotos o quemados, viudas, hambrientos o familias sin hogar era tan desagradable como trabajar en el ejercito, un jodido ejercito que me alejaba de ti, que te deseaba tanto. La guerra acabó con mi alma, y ahora también tornaba mi libido en algo penoso e inadecuado.

Pensaba en tu piel oscura, en tus caderas. Tus caderas estaban presentes cuando patrullaba Kandahar, Kabul o Asmar, y los tres lugares tuvieron algo en común durante sus noches: imaginaba que te tomaba por detrás mientras nos adentrabamos por calles amplias como tu culo, e imaginaba que llegaba con todo el escuadrón para que les hicieras el amor con tus carnes magras, tus senos firmes, tu boca temblorosa. ¡Puedes con todos! me decía. Y era yo quien te tomaba primero.

Una tarde, entonces, mi verga se irguió, sin más, y decidí que ninguna guerra me alejaría de ti, de mi enorme amor, de mi indisoluble deseo. Aún frente a tantísimo sufrimiento, frente al desamparo, frente a la gangrena total, la extirpación que separa al hombre y convierte a unos en animales y estadística, y a otros en sus verdugos o en sus salvadores, yo luchaba para emanciparme de ti, de las areolas café de tus pezones, del cieno profundo de tu vagina, del olor de tu antepierna, y de tu aliento. Quería penetrarte. Y en la campiña interminable de la guerra, me convertí en desertor, inspirado por la redondeces de tu cuerpo.

Viajé hasta Turquía después de planearlo bien. Para sobrevivir, llevaba dinero, y un libro de Céline (Viaje al fin de la noche). La travesía fue difícil, pero ni así disminuyó mi deseo, y recuerdo haberme masturbado cuando pude. En una estación en Malatya, en un callejón de Ankara, y al final en Istanbul, en la recamara de un hotel; fue ahí donde decidí que te haría el amor sin ninguna reserva, sin ningún resentimiento, y que te había perdonado. Me había liberado del motivo que me alejó de ti y que me enroló al ejercito; en su lugar quedaba un falo amoroso, unos testículos que deseaban chocar contra tu cuerpo, y mis manos, sus dedos cansados, se agolparían sobre tus nalgas.

Atravesé Rumania y Eslovenia imaginando tu boca colmando mis genitales. En Targo-Mures recordé aquel chorro de semen que cayó sobre uno de tus parpados y sobre tu mentón, y la excitación fue tan tremenda, que me masturbé dos veces al hilo y luego subí el tren hacia Pécs con los calzones embadurnados de esperma. En Arad tuve que asearme, porque tuve la impresión de que el olor que desprendía, ese olor acido y dulce, olor de onanista y desertor, excitaba a la cuarentona que subió en Sombor y que no dejó de atisbar mi entrepierna hasta llegar a Maribor, donde casi me propuso desperdiciar esta lechita tuya en ella, la muy puerca, cabrona aprovechada que, lo juro, adivinaba mi condición desesperada.

De Maribor pasé a Trieste, de ahí a Trento, Italia, y de Trento acabé en Torino. En Trieste fuí abordado por una inmigrante Serbia, una mujer cuyo destino era Suiza, pero que debía llegar primero a Milano donde sería reclutada para asistir una orgia de putas y ricachones. Era una puta triste, que no se veía atractiva, pero que durante su trayecto me mostró su portafolio fotográfico y entonces comprendí que bajo su tristeza y su vestimenta abigarrada estaba una hembra finísima y deliciosa. Sentí mucha lástima por ella, pero no porque fuera puta, sino porque era una lástima que no viajara feliz, como yo, hacia el lugar donde tendría sexo. Conocerla fue como si hubiera mezclado mi frenesí con el luto afgano. Por su culpa atravesé el norte de Italia sin dedicarte puñeta alguna.

De Torino viajé en camión hasta Avignon. Los asientos eran de primera, no como los armatostes horribles de ghetto musulmán del medio oriente. Pero pasé un bochorno enorme: como se reclinaban por completo, decidí dormirme, y soñar contigo me provocó una erección espléndida: mis 18 centimetros de pene levantaron por completo el tiro de mi pantalón logrando que un matrimonio de viejos sentados a mi lado se aterrorizara, porque además, en un reflejo onírico, metí mi mano para sobarme durante quien sabe cuanto tiempo, hasta que desperté por el efecto y la humedad de mis poluciones.

En Avignon tomé el tren, y solo bajé en Perpignan para tomarme unos tragos, los primeros de todo el viaje, con el propósito de emborracharme y despertar con una resaca horrible en Barcelona, en donde tú estabas. No sé cuantas mujeres sepan que la resaca nos provoca un estado febril inigualable, un deseo sexual tremendo, y nuestra verga desea penetrar, horadar a toda costa. Yo quería una erección de resaca, y luego penetrarte de lado a lado, porque además planeaba meter uno de mis dedos en tu ano para sentir el paso de mi miembro a través de las paredes de tu vagina y de tu recto.

Así fue. Cuando llegué a Barcelona todavía estaba borracho, al borde del vomito. Cuando me viste soltaste un alarido y me contaste que te habían enviado una carta donde me reportaban como extraviado, y tú imaginaste lo peor. Pobrecita mia, pensé. Mientras yo corría repleto de deseos tú estabas al borde del luto. Pero no, corazón; estoy más que vivo, estoy todavía borracho, estoy que me muero por tenerte. Y eso hice: te desvestí con tranquilidad, para no perder mi aura de veterano de guerra melancólico, y luego te lo hice, y te pedí que me hicieras todo lo que había imaginado a lo largo de medio oriente, europa del este y el norte de Italia.

Y ya que me sacié, me entregué en el puesto militar local, como el desertor que era. Cuando me juzgaron, no paré de sonreir. Los medios publicaban lo que tú les dijiste: que huí por amor. Te faltó decirles que fue por una erección incontrolable en una guerra que también se desbordaba. A mi, uno de los jueces del tribunal me preguntó cuanto había gastado para llegar hasta España. Le dije la cantidad, y él se escandalizó: ¿Tanto? Y yo asentí

Asentí sin decirle que por ti, amor mio, por éste deseo que despiertas, cualquier travesía o dinero dilapidado eran un pequeño lujo que cualquiera que haya visto el infierno se debe dar.

14 comentarios:

El Belo dijo...

Pues yo no sé de corrientes en el cine mexicano ni nada por el estilo, me declaro un inculto en ese aspecto. Lo que sí te puedo asegurar es que: Me encantó el relato. Wow, qué forma de atrapar la lectura.
Saludos.

Razo dijo...

jojojojojo, muy bueno y cachondo XD, el relato.

Unknown dijo...

En lo personal me gustó mucho el relato. Mantiene la tensión en la historia.
Excelente post.

Manuel Lomeli dijo...

Mil disculpas por los borronazos. Como ya expliqué, los anónimos serán eliminados.

Gracias por leer.

Unknown dijo...

buen relato, tenía un par de semanas sin entrar a recolectivo y me encuentro con esto, me alegró más el dia...

mariposa dijo...

Gracias por la excelente lectura,,, me encanta como permanece la atención, jamás se pierde...


besitos....

Bruxcat dijo...

Muy buen relato, nunca pensé que podría leer tantas puñetas juntas y que además lo encontraría agradablemente erótico.

(¡NOOO! 0_o! ¡Me estoy volviendo gay!)

CÉSAR R. GONZÁLEZ dijo...

Está chido

Coincidmos en eso de las crudas con erecciones incontrolables.

Isabel dijo...

Ufff.


Me sonrojé.

Anónimo dijo...

wow, que ganas de despertar ese deseo en un hombre! excelente!

La Rosy dijo...

sorprendente! no creí que la fuera a encontrar...

Vientos.

Augusto dijo...

El texto, a mi juicio, goza de la pulcritud suficiente como para que el énfasis en los momentos eróticos de su protagonista no resulten cansinos.
El ritmo y la fluidez son ideales y me latió chido lo impredecible del final, sin necesidad de giros rebuscados.
Qué bien, saludos.

AREABI dijo...

Wowww!! Definitivamente quiero conocer a un hombre que sienta y/o desee tanto por una mujer! Dónde encuentro a uno así!

Excelente!!!

Zed dijo...

Muy... bizarro. Pero no por ello falto de calidad.

Blogalaxia