viernes, 4 de septiembre de 2009

El tedio infinito de los empleados de librerías.



La temporada alta en las librerías está llegando a su fin. Pronto, muy pronto, volverán a estar tan vacías como siempre y yo volveré a perderme en ellas. Agosto es la temporada en que menos voy a las librerías. La gran mayoría modifican hasta la distribución de sus libreros y el mostrador, para concentrarse única y exclusivamente en la venta de libros de texto, olvidando por completo a los compradores compulsivos de literatura.

Una vez que ha concluido la temporada del regreso a clases, los empleados de las librerías empiezan a aburrirse soberanamente. Son entes rumiantes mirando el reloj, contando los miles de segundos que las separan de la ansiada hora de salida. Ni por casualidad se ponen a leer uno de los libros que les rodea. Parece ser que la lectura no es lo suyo.

Agosto es para ellos el mes más saturado de chamba. Por única vez en el año las librerías están atiborradas de gente. Doñas neuróticas que arriban al lugar con la lista del colegio en la mano y un par de tafiles en la cabeza incapaces de redimir su incurable demencia. Imagínense el Libro Club en Tijuana o la antigua Librería Castillo en Monterrey (hoy desaparecida). Ese es el escenario.

Para las doñas ir a la librería es un trámite tan tedioso como ir al banco. Jamás se detienen a mirar los libros. Entran directo al mostrador y ponen la lista en las manos de la empleada. Son diez libros de texto y algún ejemplar literario que el maestro de literatura encargó. El Mío Cid o La Fierecilla Domada o un resumen de la síntesis del compendio del Quijote. La doña compra el Quijote o el Lazarillo porque el maestro se lo encargó al niño. El maestro encargó el Quijote o el Lazarillo porque el plan de estudios le exige encargar alguna lectura clásica del Siglo de Oro Español. El alumno no leerá ni siquiera el resumen del compendio de la síntesis del Quijote, pero no hay problema; el maestro tampoco lo ha leído ni lo leerá nunca. La doña, siempre la doña, (pues los tepescuincles jamás se paran en la librería a comprar sus libros), pagará los libros con tarjeta de crédito y se largará de ahí con una enorme prisa por continuar con el tedio de la mañana. La empleada se queda en la librería rumiando su aburrimiento.

Las empleadas de librería son casi siempre y por definición, feas. No les gusta leer y trabajan en una liberaría porque no encontraron otro trabajo. Si fueran un poco más agraciadas físicamente serían teiboleras. Pero la madre naturaleza y la perra pobreza las obligó a trabajar entre libros que detestan. No las culpo. En 1994 yo trabajé en una librería, concretamente en la Castillo de Plaza San Agustín. La diferencia es que yo amaba los libros, lo cual influyó negativamente en mi rendimiento laboral y acabó por hacerme perder la chamba. Pese a estar rodeado de libros, no fui feliz. Y es que también me rodeaban los complejos clasemedieros de mis compañeras de trabajo. Yo intentaba abstraerme en los libros, pero el tedio rumiante de mis colegas se impregnaba en el aire. Me decían que no leyera, que estaba mal que invirtiera mis horas laborales en las páginas de un libro, aunque la librería a menudo estaba vacía. Agradezco al Error de Diciembre el haber sido incluido en la liquidación de febrero del 95. Con ese dinero me largué a Real de 14 y a Zacatecas a pasar tardes enteras leyendo los libros que antes vendía y después robaba.

Los empleados de las librerías como la Castillo están acostumbrados a preguntarle al cliente que si se le ofrece algo y sí, al cliente siempre se le ofrece algo. Casi siempre un libro de texto o uno de superación personal o un manual de computación. Y el empleado le da el libro en sus manos o le dice que no lo tienen aunque el libro esté frente a su nariz y el cliente se queda ahí, con la mirada perdida en el vacío, sin reparar siquiera en los cientos de libros que lo rodean, ignorando todas esas invitaciones a viajar a otros mundos, que están ahí a su alrededor. Sólo en ocasiones, si el cliente es doña y arrastra alguna frustración, buscará respuestas en los libros de Cohelo o Carlos Cuauhtémoc.

Los empleados de librerías no saben que al buen lector nunca se le ofrece un libro en particular. El buen lector no busca un libro, el libro lo encuentra a él. El buen lector navega por los estantes de la librería durante horas. Jamás pide ayuda, jamás hace una pregunta. De pronto un libro lo acecha y le sale al paso. Las empleadas dejan de prestarles atención y es entonces cuando el buen lector se transforma en el buen ladrón y sale de ahí como si nada, con su libro bajo la chamarra, mientras las empleadas continúan papando moscas, mirando el reloj, aguardando la hora de la ansiada salida.


21 comentarios:

Alther Ego dijo...

Touche!!

Anónimo dijo...

De acuerdísimo. Los mejores libros que tengo los he adquirido depués después de pasar horas paséandome entre estantes. Es uno de esos placeres que antecede cualquier lectura, ir a pasearse entre libros.

Unknown dijo...

whoooaaa, nunca he adquirido libros de esa manera, definitivamente tendre que intentarlo.

Güengo dijo...

Tienes razón, es lamentable lo poco que se lee en nuestro país, además de que existe un sinfín de personas que compran libros y no los leen, sólo les sirven para adornar sus casas. Además muchos de los libros de texto acabarán en algún basurero, porque tampoco tenemos una cultura del reciclaje.

No manches, no te robes los libros jajaja

Unknown dijo...

Es una manera deliciosa de adquirir libros.

Y es deprimente llegar a una mega librería y darte cuenta de que los empleados no leen. Entre otras cosas, por eso son más agradables las pequeñas.

¡Lánzalo a Alfred Döblin! dijo...

El buen lector ni siquiera se para en una Castillo (ya no existen, por cierto), tampoco en una Gandhi. El libroadicto pertenece a clubes de lectura, intercambia (nunca presta) y husmea en las librerías de viejo (en Monterrey: en Guerrero entre Modesto Arreola y Washington); sabe, también, que el Premio Planeta es un fraude, que el FCE es la última esperanza del escritorzuelo latinoamericano y que EMU mutila impunemente las obras clásicas; tampoco lee a Garcia Marquez, ni a Saramago, ni a Cortázar, ni ninguna otra literatura del "peladeaje" (como diría Chis Chas); y, por último, lee poesía en el idioma original, no pendejaditas traducidas.

¡Ahuevo!

Alegría Buendía dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alegría Buendía dijo...

Cada vez que voy a una librería me deprimo. Tantos libros y tan poca vida, tan poco tiempo. Tantos libros que no podré leer...

A veces me siento como La Maga y pienso al terminar un libro que es un libro menos por leer.

Aunque para ser sincera. Me gustan mas las bibliotecas.. los libros suelen ser más viejos y ni el mejor perfume del mundo supera el olor de un libro viejo ( y el de la grama recién cortada o el olor a tierra mojada )

Señorita Philadelphia dijo...

Tienes los dedos de razón
en las librerias solo trabaja
gente que no lee.
Por eso mi padre dice que yo no
podría trabajar ahi, seria el lugar
perfecto en mi pequeño mundo.
Nunca he robado un libro, ni lo hare
creo que los libros son algo tan
preciado que nunca podria pagarlos.

Shatzy Shell, desde la estacion... dijo...

Que bonito sería de que quienes trabajaron en las librerías se les preguntara en su entrevista de trabajo, si es que la hay, su gusto por la lectura.
Al menos, si te van a llegar con preguntas pendejas de qué se te ofrece, que tengan algo de noción sobre lo que están vendiendo.

Guffo Caballero dijo...

Yo iba a la Castillo de Galerías Monterrey. Me acuerdo que cuando entrabas, tooodos los empleados fingían estar leyendo un libro, jajaja, y "dejaban su lectura" para atenderte. Como que era parte de la "imagen" que quería transmitir Castillo. Y digo "fingían" leer porque una vez me tocó ver a un empleado que traía el libro al revés, otra vez vi a un vato que no pasaba de página, y en otra ocasión vi a una señora de edad avanzada "leyendo" un manual de trigonometría.

También me acordé de una vez que fui a Gandhi a buscar un libro del David Toscana y me atendió un güey muy entusiasta. Cuando le pregunté por el libro, me dijo: "¡Ah, es buenísimo, compadre!". Me sorprendió que lo hubiera leído, pues, como mencionan, los empleados de las librerías por lo general son cabrones que no leen; y le pregunté: "En serio, ¿de qué trata?". Y el güey: "Eh... mmm... ya no me acuerdo compadre, lo leí hace mucho". Jajaja.

Chido post.

Marius dijo...

Yo quiero chambear en una libreria cuando me den aire de mi actual chamba, aunque en la mayoria eh visto que son puro escuincle supongo por que el sueldo es raquitico.
Aceptaran vejetes amargados?? jajaja.

Anónimo dijo...

Álther Ego dijo...
Touche!!

4 de septiembre de


pinche chilindrina idiota chjilanga morena y pobre, te faltó decir "primis" pedazo de pendejo

eres el 1ero en venir a bajarse los calzones en el recoñectivo, pinche pendejo lastimoso, das ASCO puto patético de mierda, como te encanta lamer glandes, pobre pendejo

MarillTachiquin dijo...

Cuando dijiste lo de la libreria, me acorde de unos primos de mi mama, que tenian una libreria, y era lo que se pasaban todo el dia haciendo: leer. Claro, mientras no atendian a un cliente. Ahi estaban desde los 6 a;os ayudando en el negocio familiar y, claro, ya con los ojos clavados en algun libro, e igual con el de 18, devorando los libros que tenian a su alcance.

Un amigo que le fascina la lectura, pero nunca tenia lana para comprarlos los robaba (las ferias del libro eran su navidad jeje) y decia "pues si, lo hago porque yo si los leo y no los compro para tenerlos de adorno". Ahora esta estudiando una maestria en otro pais =P

Pero si, siempre te meten el "leer es perdida de tiempo", "para que lees si se te va a olvidar", "que aburrido, no tiene fotos/dibujos y ya no se lo que estoy leyendo", etc. No hay nada como mejor leer a solas o en algun otro lugar para que no te cuestionen el porque haces algo que "esta pasado de moda" porque ver novelas si esta de moda jaja

Afasia Anómica. dijo...

Nadamas quería aclarar que no todas las "doñas frustradas" leemos a CCS y a Cohelo.

Luis dijo...

La mayoria de mis libros son viejisimos, ediciones de los sesentas o setentas. Muchos los encontre en Donceles (los setenta y tantos que tengo de Asimov salieron de ahi) y los demas me los regaló el mesias del que ya he platicado.

Y si, creo que todos los que amamos la lectura, cuando entramos a una libreria, no pensamos "Cuantos libros para leer" sino "Cuantos libros que no alcanzare a leer", snif.

Chío dijo...

Ay... el día que entré a una de esas librerías grandes (soy de Durango y aquí lo más decente en libros es Sanborn's; en las otras librerías primero te matan que dejarte pasear por los pasillos) me sentí como una una boutique, jajaja... tantos y tantos libros que se me antojaba leer...

Chilangelina dijo...

Qué lindo post; de mis favoritos ever, tal vez porque me hubiera gustado escribirlo a mí.
Tu descripción del libro que lo encuentra a uno me recordó el inicio de La Sombra del Viento, la primera visita de Daniel (mira tú) al cementerio de los libros olvidados.

Pero ahí no acaba: una vez que el libro te elige y lo empiezas a leer, las frases te eligen también. Tus ojos recorren las letras tratando de encontrar un sentido, pero de pronto la frase te salta a la cara como planta carnívora, se te mete por las pupilas y extiénde sus tentáculos hasta tu estómago o tu corazón, según el caso. Una vez ahí, estruja.

Ámonos a chupar.

Anónimo dijo...

Buen porno:
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Tod dijo...

Con todo el respeto que te mereces, por los viejos escritos que si estuvieron,,, buenos,,,, eso que comentas al final de este post fue una gigantesca pendejada,,,,,,,

edith dijo...

yo trabajo en una libreria y puedo decirte que no todas las que trabajamos en librerias somos feas yo soy joven, atractiva y me gusta mucho leer aunque para ser honesta prefiero el cine, tambien leo en horas de trabajo cuando no hay gente.

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