martes, 20 de octubre de 2009

La inflamación del insomnio



Padezco una rarísima enfermedad de inflamaciones; todo se ha hinchado caprichosamente: ora mis dedos gordos, ora mis párpados, y así, en un orden indeterminado que me divierte y retrasa sufrimientos, penas y síntomas. Las protuberancias tampoco me generan dolor, y cuando siento incomodidades es respecto a mi postura en cama, cuando por ejemplo aparece una protuberancia en mi espalda o nuca que me impide reposar ortopedicamente.

El asunto, su primer síntoma es decir, acaeció en mi boca, en sus carnosidades externas, y apenas las comisuras de los labios lucen intactas. El labio inferior creció primero al borde, luciendome prognato, y luego el superior acompasó el volumen, y bastaba con entornar mis ojos hacia abajo para descubrir un tremendo par de jamonazos cuyo peso y temblores me impedían el habla habitual y las grandes comidas. Aunque lentamente me habitúe a mascullar y hablar entre dientes y paladar, jamás he logrado acomodar buenos bocados sin que ello implique soltar mi labio inferior sobre mi pecho. Al principio resultaba divertida la situación, y solía reirme de mi, en el espejo, y permitía que mi familia también se complaciera a mis anchas.

El siguiente síntoma fue la aparición caprichosa de bolas blandas y duras, indistintamente, sobre sitios azarosos de mi cuerpo. Tuve ambos senos, luego despareció uno y todos reían por mi estampa de mastectomía masculina, pero también tuve protuberancias en el trasero, en las orejas, en las mejillas y en los testículos. Además de su peso y folklor,no tuve ni dolor, ni ardor o calor corporal. La redondeces se fueron a las dos semanas de mi padecimiento, pero mi boca permaneció igual, grande y trémula, como una gelatina parlante.

Una tarde, mientras dormía la mona propia de un enfermo consuetudinario, soñé que una mujercita, no una enana sino una mujer de 30 centímetros, hermosa y febril, se entrelazaba en mis piernas y muslos, como gato, provocándome un deseo sexual inusitado y horroroso. Una lujuria absurda, de parafilia, que me atemorizaba, porque el objeto de mi deseo era un ser cuya belleza y estatura la tornaba esotérica y hasta demoniaca.

Desperté exasperado por la experiencia, y mi pene estaba erectísimo. Me arellané a mi costado, acomodé mis labios sobre la almohada, y medité mis lecturas recientes, de donde quizá había extrapolado a la mujer pequeña. Decidí que era hora de abandonar la lectura de Manuel Mujica - por ejemplo - y recobrar mis lecciones escolares. Sin embargo, cuando volví al sueño, la hembrita apareció de inmediato; esta vez la dejé hacer y contuve mi repulsión, contemplando sus diminutas voluptuosidades. Eres hija de Asmodeo, le pregunté. Ella alargó su lengua y la enroscó en mi pene, aparecido de súbito en escena; y colgandose de mis testículos, me provocó un orgasmo brutal que me despertó, cubierto en poluciones y estremecimientos, de fiebre mayor y lacerante.

Mi falo estaba ahora inflamado. Era doblemente grande, como un cachorro canalla acomodado en mi entrepierna. Medía facilmente treinta y tantos centímetros, y su grosor era el de mi brazo. Aun cuando estuviera flácido era imposible ocultarlo, cosa que procuré durante el resto de la noche. Ya no pude dormir: pasé del letargo al sobresalto de mi nueva inflamación, donde yo, el cuerpo restante es decir, parecía ser el apéndice de semejante deformación, y no al revés.

Con esta novedad, mis padres y mi médico me contemplaron y conversaron al pie de mi cama. Es una raya más al tigre, farfulló el doctor en sarcasmo diferido. Mis padres consintieron su humor y sonrieron: con semejante rayón va ser imposible sobresaltarlo, bromeó mi papá. Y si todo se desinflama, y si la boca y las bolas de van y su cosa permanece así, grandota, preguntó mi madre, en una preocupación que me desconcertaba por las extrañas palpitaciones que me sugerían pensamientos inadecuados que apenas contuve.

A partir de esa noche comenzó el verdadero padecimiento, y lo supe: La mujercita brotó de su nada, y me dijo con ligereza que ya estaba listo; listo para qué, pregunté. Listo para penetrar a tu madre, cantó, o recitó, o susurró, porque ya no supe bien como hablaba. Por supuesto, también de la nada apareció mi pobre mamá, en una oscuridad de acechamientos, completamente ataviada con abrigo y vestido de poliester y zapatos de medio tacón, en estampa de mujer violable, de madurona que requiere el trato inmediato y contundente de un mocetón sin escrúpulos, de un baphomet encabritado, machocabrio de ciudad visitando un hogar católico.

El proceso comenzó, ruín y lento en su cadencia, cuando los brazos de mi madre fueron agitados y sus piernas levantadas por una fuerza de un aire que también la desnudaba. Un aire que, en realidad, en mi sueño, parecía el trabajo de mi voluntad onírica y compulsiva, aventajada y sin tapujos. De inmediato desperté y no volví a dormir. La segunda noche, sin embargo, demostró que violar a mi madre era un asunto de capítulos, y que tendría que dormir lo suficiente para culminar el horror, condenado a retomar lo que la conciencia hubiera interrumpido.

Así pasé nueve noches en vela. El efecto del insomnio me provocó alucinaciones modosas, de gente que se congregaba en una decencia exagerada alrededor de una mesa larga, pero también de rondallas musicales, de hombres que tocaban canciones de Lou Reed, completamente emasculados mientras siete mujeres atizaban una hoguera, desnudas, agachando su cabeza y torax hacia los fuegos, dejando el durazno de sus caderas y nalgas arriba y al aire. Eran visiones para enloquecerme, para sofocarme de ansiedad. En plena hiperventilación me erguí del colchón, y despacio, muy despacio, preparé mis protuberancias para dirigirme a la alcoba de mis papás: apreté mis labios en enorme mohín y puse mi verga entre mis muslos. A pasos pesados y tientas llegué hasta la recamara, donde mis padres duermen en camas separadas desde hace diez años.

Sacudí a mi mamá tres veces, tocando su hombro, y nada. De nuevo, sin resultados. Moví su cabeza, también la sacudí desde sus caderas. No deseaba hablar, pero cuando mi padre despertó y encendió su lámpara, me pidió explicaciones. Apenas pude decirle que mi mamá no despertaba; está como muerta, farfullé. Con la luz descubrí que dormía plácida, sonriente, como enmarañada en un capullo invisible, de lanugo primordial. No puedo dormir, le confesé a mi papá: tengo sueños horribles, que no puedo explicar y que parecen venir de esto - y apunte a mi pubis - y si me duermo creo que voy a reventar. Cuando terminé de hablar, solté un llanto discreto, que demandaba misericordia.

Y él, insensible el gran cabrón, me dijo sin inmutarse: pues revienta, pero deja dormir a tu madre y dejame dormir también.

Eso hice. Volví a la cama y dormí, en un descanso sugerido por opinión paterna. Y si me pusiera a narrar lo que soñé estaría hablando sobre los sueños, y he venido hablar del insomnio, la trinchera de nuestros temores...

13 comentarios:

Unknown dijo...

Este post, sin duda es de los mejores que te he leído. realmente me ha encantado. Este escrito es tan febril, tan puntilloso, de pronto conviertes la grotesta fábula de tus ampulas en una descorazonada quimera. Y siempre tan cabrones los padres, desposeen la facultad de ser empáticos con los fulgores ajenos.
Realmente me ha gustado.

Yo,simplemente yo también. dijo...

Tremendo. De lo mejor que haya leído por acá.

Serphy dijo...

Mierda, fingidisimo el lenguaje intelectual, es como escribir con un diccionario de sinonimos a lado, muy cargado.
Tiene sus cositas originales, pero en general:
horrible.

Alejo Carpentier dijo...

Aunque hay algo de impecable en el ritmo y la elucubración, los simbolismos del relato quedan demasiado sueltos y laxos. Es como soltar un rompecabezas de veinte piezas para que lo ensamblen dos mil personas. Para un público como Recolectivo, ello puede ser contraproducente y reducir al relato a una elaboradísima pérdida de tiempo.

Vaya, una muestra del tacto es el comentario anterior a este, donde su autor confunde mordacidad con coprolaria, y todavía permite la posibilidad de hallar la originalidad en el post. En realidad prefiero disentir radicalmente y afirmar que el tema es más bien una recurrencia, y que su método y formas son en realidad el hado donde es posible hallar originalidades.

Es evidente que el narrador busca suavidades. Quizá una recomposición del relato - revisión y corrección incluida - sería la mejor forma de pulir un texto que, en mi opinión, es bueno y no busca demasiados albores.

Es decir, es notable que el autor no desea descubrir ni mostrar hilo negro. Lo suyo, es llanamente, la elaboración más o menos bien lograda del tema semanal de Recolectivo.

Contrario a lo que otros puedan suponer, creo que el autor ha mostrado mayores esfuerzos en otros textos. Este, más bien, luce sinuoso y se escurre como jugar con arena.

Saludos

Anónimo dijo...

lol Sera mamonazo el alejo carpentier XD....

Que bonita historia mandasela a tus papas para que la lean, me interesa la opinion de tu madre.

pervertido enfermo.

CÉSAR R. GONZÁLEZ dijo...

Mi carnal. Siempre te supe enfermo, pero no tanto.

Ya no quiero ser tu amigo .

El Contador Ilustrado dijo...

sea hombrecito!!!

SiUnGAtoMUErE dijo...

http://hazmeelchingadofavor.com/index.php/2009/10/18/conferencia-magistral/

La Rosy dijo...

más que insomnio, este fue un viajesote! eso si, bien entretenido.

Anónimo dijo...

bien decian en un comentario anterior que el alejo carpentier se las viene a dar de juez/bufon creyendo que esto es el reality show de la academia de las letras

Anónimo dijo...

a mi se me hace que el Alejo Carpentier pirata se esta planchando al Jordy Rosado.

Pinche par de putos.

Trio de putos con el huevo.

Daniel dijo...

Show me the way, to the Baphomets Throne. Asmodeo rifa también. Freud sacaría interesantes conclusiones. Saludos. DSB

Yucko dijo...

Creo que es una buena reinterpretación de la frase Chinga tu madre. El soundtrack mientras uno lee debe ser Stinkfisft, definitivamente.

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