martes, 10 de noviembre de 2009

El Amor Gore de Heriberto



Anden, lean esto mientras escuchan esto otro:



Heriberto envió la grabación equivocada a la mujer que amaba. En vez de una preparación simbólica de su amor, un ensamblaje preciosista, que comenzaba con un claroscuro y luego proseguía en irradiaciones de sinuosidades que sugerían sensualidad, soledad y tacto, como un hermoso dedo que se precipita recto y erguido en el oceano, Heriberto mandó seis minutos con veintitres segundos de homicidio, un asesinato que cometió en complicidad con otro amigo, y que grabó con el proposito de venderlo a una página gore cuyo servidor y administrador se hallaba en Noruega, el país de los enormes falos pornográficos y el black metal.

Por supuesto, el error de Heriberto culminó en el desamor y la denuncia. La mujer que verdaderamente amaba - en un amor que, por otro lado, no podriamos satanizar ni desacreditar por un homicidio - entregó el video a las autoridades, y el remitente terminó arrestado. La mujer jamás supo nada sobre el amor de Heriberto; el cortometraje amoroso acabó olvidado en los almacenes policiacos, y eventualmente un joven periodista lo obtuvo a través de un soborno pero jamás se le ocurrió hacer algo interesante con el.

El joven periodista soy yo. Y quiero confesarlo antes de proseguir con esta historia, que en realidad es una confesión disfrazada de cronología.

El asesinato de Heriberto fue infinitamente famoso por la naturaleza de las imagenes. Al ser expuesto durante el desahogo de pruebas en el periodo de instrucción judicial, los oficiales del juzgado y el secretario de acuerdos tuvieron que detener el proceso para salir al baño y vomitar. El horror de las imagenes rebasa mi capacidad narrativa y, cuando al poco tiempo y todavía durante pleno juicio, apareció en internet entendí que la descripción literaria de un asesinato en estos tiempos - muy mios después de todo - era algo que ni Dostoievski lograría con tino sin descuidar el contexto metafísico e hipertextual del todo informativo. Imaginé por supuesto a un adolescente europeo, o norteamericano, alimentando subrepticiamiente su morbo mientras engulle una rebanada de pizza, antes de compartir el hipervínculo a sus amigos por messenger, correo electrónico o blog. La víctima de Heriberto se torna entonces remota y es descontextualizada, y a lo único que puede aspirar es a convertirse en un símbolo gráfico de la barbarie moderna y su sencillísima difusión.

Pero voy a intentarlo, en honor a lo que después hice:

Al inicio de la grabación aparece Heriberto, enfundado en unos pantalones deportivos y una sudadera amplia. Está a los pies de un hombre que yace sobre la tierra; es la víctima, y tiene el rostro golpeado y mueve la cabeza penosamente, probablemente aturdido.

La cámara se aproxima, y entonces Heriberto, quien empuña un trozo de metal en la mano izquierda, deja de contemplar al que yace para enseguida golpearlo seis veces con rapidez en el rostro. La sangre brota, y esto es notable con un acercamiento súbito de la cámara. La víctima boquea y podemos escuchar su respiración congestionada por la sangre. La cara está rojísima, y adivinamos un bigote, amasijado con la nariz. Heriberto entonces se acerca a la cámara y cambia papeles con su complice. Éste aparece en escena empuñando un arma blanca que comienza a clavar con profundo salvajismo en el torax del hombre. Heriberto aproxima la toma y vemos que el otro usa un desarmador que ahora clava con meticulosidad, procurando levantar la carne como si estuviera practicando una liposucción en el pronunciado abdomen de la víctima. A esas alturas de la grabación, el horror y el exceso de los actos nos impiden notar que ya no se escucha la respiración agónica del hombre. Cuando Heriberto y su amigo cesan y se quedan quietos, contemplando el cuerpo adivinamos, si, que todo acabó, y que están frente a un cadaver.

El video se trató de la primera grabación difundida en internet de un homicidio realizado por civiles y no por militares o fanáticos religiosos o políticos. Las repercusiones mediaticas fueron amplificadas por el análisis de muchos intelectuales, incluida Susan Sontag, quien reconoció, antes de morir, haber escrito su ensayo monográfico "Regarding the Pain of Others" indignada por el video de Heriberto. Cuando le preguntaron, empero, por qué no citó ni mencionó el video en todo el libro, Sontag reconoció que hay imagenes cuya descripción banalizaría su contenido; dijo: "Nunca una atrocidad me había horrorizado tanto, por carecer de motivos, pero también por que me obligaba a descubirme creyendo que debe haber motivos para asesinar; eso es lo que lo vuelve más horripilante, la pesada reflexión que inspira".

Ahora bien, cuando consideré que todo había pasado, utilicé el video amoroso, la grabación que debió llegar exitosamente a la amada de Heriberto. La usé para enamorar a la que ahora es mi mujer, y funcionó.

No pretendo dar mayores explicaciones. Pienso en el homicidio de Heriberto, pero esencialmente reflexiono en su desamor, y en el amor que luego yo obtuve de su confusión y error. La tarde de nuestro tercer aniversario de matrimonio, mi mujer decidió poner el video después de celebrar con una cena frugal y una conversación sobre temas propios de una fecha semejante: hijos, viajes y proyectos profesionales.

Y a la mitad de la obra, de un trabajo verdaderamente formidable por sublime, una experiencia absoluta de todas las mocedades que el modernismo exige del amor romántico - ojalá pudiera describir éste video con el mismo tono clínico que el otro -, me hallé frente a un imaginario morboso y peregrino.

Imaginé todo lo que hubiera sucedido si Heriberto hubiese enviado el trabajo correcto. Y si quizá además el video hubiera sido enviado a un concurso de cortometrajes. Pienso en la infamia absoluta del error, en los estremecimientos que una sencilla confusión trastocó, convirtiendo el amor en horror, y la admiración en miedo.

Comentarios e insultos a manuelrecolectivo arroba gmail.com
Blogalaxia