domingo, 27 de diciembre de 2009

Rock sin Cafeína



I Té con Leche

Regresé de Nueva Zelanda con pocos artículos, no hubo mucho tiempo de empacar. Creí desde siempre que perder a mi padre sería algo insoportable, agónico. Pero allí estaba a punto de abordar, observando la pista de aterrizaje de soslayo, inmerso en algunos recuerdos y pasajes inconclusos. No había derramado ni siquiera una lágrima desde la llamada de mi hermana en plena madrugada. Me sentía descompuesto, inservible y expuesto a un invivible episodio. Al lado mío, en la sala de espera, había una pareja que se besaba amorosamente, y en un momento casi sincrónico, me daba una ternura escalofriante.

Llegué a la ciudad exhausto. Cumplimos los protocolos del óbito, y me dediqué a pensar algunos días cual sería el devenir de todo. Como era habitual, me estrujaba la necesidad de hacer música de forma incansable. Pasaba días enteros sin dormir, alimentándome de latas de atún con galletas saladas, acompañados de licuados gélidos de chocolate.

Sé que sonará extraño y hasta anacrónico, pero todo el tiempo tuve unas ganas incesantes de masturbarme. No pensando en aquella mujer idealizada y romántica que todo hombre lleva en sus chaquetas famélicas, sino recordaba el vaivén fatídico de las tetas de aquella sudcoreana que en una borrachera llena de excesos, injurié con drásticos empellones en el hemisferio sur.

Andar fastidiando con mujeres vacías, por lo regular deprime. Hay una tendencia misógina irreparable a quererlas abofetear después de hacer lo pertinente, pero ser filántropo es un cargo irrenunciable, así que tomé secuestrada las superfluas, clasemedieras e impersonales inmediaciones satelucas para resarcir mis ánimos perdidos.

Era suficiente hablar barbaridades derechistas, desabotonarme la camisa a medio pecho, y llenarme de colguijos, para hacerme paso entre alguna neófita atractiva, que bien se dejara impresionar con un poco de actitud 'roquera' y descafeinada. Por lo general me proponía hacerles el amor violentamente y si era posible denigrarlas un poco, que si con una mamada fuera de control en el coche, o frotando mi mano entre sus piernas en algún popero recinto. ¿Qué si soy un enfermo?, me detenía a pensar a veces, pero me justificaba mi calidad de artista, que me permitía promover la perversidad como un lujo, que solo pocos podíamos gozar a tope.


II Capuccino


Aún desconozco qué provocación divina propiné al cosmos, y conocí a Emilia. La primer característica de una perra verdadera es tener un nombre de monja sublimada, de recato, que imaginas remata con un escapulario escondido entre unos prominentes senos reprimidos. Es imposible impedir pensar que entre sus habilidades están el piano y una educación ecuestre bien fundada, así como un francés impecable. Pero yo olvidaba cualquier discurso de sofisticación inculcado, para centrarme en ésa silueta que me provocaba un júbilo y una efervescencia erótica, pasando a segundo plano mis desazonadas aventuras y amasiatos espurios y de poca monta.

Emilia era divina antes de todo, usaba un acento que me embelesaba por completo. Tenía diecinueve años, pero en aquel entonces no me parecía que haya tenido más de dieciséis, quizá por la suavidad de su figura, la profundidad de sus ojos verdes, o quizá por aquellos besos tiernos y transparentes que aprisiono en la memoria cual filibustero de niñas buenas.

Recuerdo haber estrenado sus encantos, en la tibia intimidad de la ausencia paternal un sábado cualquiera. Llovía fuertemente, y la poca luz de una tarde nublada iluminaba aquellas nalgas magras, que enfilaban hacia arriba, mientras pasaba mis dedos por el contorno de su espalda. Cuando se montaba a horcajadas y hacía un gesto lindísimo como quien conoce algo tan prohibido como exquisito, no podía evitar sonreír emocionado por la primicia; el retozar casi melódico de aquellas tetas escondía de tu alcance mis sentimientos verdaderos.

En el parque frente a mi ventana, había días donde esperaba horas esperando a que aparecieras, para bajar corriendo a sorprenderte.


III Espresso Doble

Sin embargo, algo faltaba. Uno puede remediarse la vida con artículos de lujo, como Emilia. Pero hay un momento irremediable y lleno de sinceridad, cuando sabemos que seguir en la autocomplacencia y el olvido de lo esencial, es únicamente cavar nuestra tumba más y más hondo, en episodios fantásticos.

El autoengaño es deplorable, como cuando evitaba escuchar sus canciones de pop mal logrado en el auto, o cuando criticaba mi oficio sin dividendos, mi música, y hasta aquellas noches que pasaba en vela remediando unos acordes.

Un día despierto, para alcanzar a ver por la ventana como salías en aquél auto, el mismo día de tu cumpleaños, acompañado de un sateluco infame. Me recorrió un escalofrío que culminó en un instantáneo dolor estomacal. Pasé el día escuchando algunos discos viejos, y recordando bajo la intimidad de mi habitación, la historia a la que me aferré, y que pudo ser tan retráctil.

Fué tan vil, que me enteré de tu abandono por la red social feisbuk, cuando subías a la red tu nueva relación, y aquél galán insulso y fan de Luis Miguel, comentaba en tus lindas fotografías mojigateces abominables.

Y ése mismo día huí hacia el norte.

5 comentarios:

mariposa dijo...

he cavado mi propia tumba basandome en "episodios fantásticos"... pero mas vale morir ahora, no quiero ser Matusalén....
excelente redacción¡¡¡ me recuerda mi estado de ánimo tras dejar volar a un ave que pasó por mi corazón...

besitos¡¡¡

Yucko dijo...

Uno espresso doble cargado de realismo, y una charla con uno mismo es todo lo que necesito. Excelente.

Anónimo dijo...

Ya te había dicho que adoro ésa forma tan elegantemente rebuscada de redactar que tienes? Todas esas palabras, todo ese alineado...

Giordi Rosado de la Colina dijo...

manuel, castrato di merda

CÉSAR R. GONZÁLEZ dijo...

GRACIAS A TODOS POR LEER.

Saludos y feliz año nuevo.

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