jueves, 25 de febrero de 2010

Centímetros cúbicos



“Somos como somos, por eso nos va como nos va”.
Xavier Velasco


Carlos introdujo la llave, accionó el botón de arrancado y giró la muñeca muy suavemente, tal y como le enseñó el gerente de la agencia unos días antes. Cuando el combustible ardió en el pequeño motor de 500 centímetros cúbicos entre sus piernas, el corazón se le aceleró al ritmo del sólido rugido del escape.

Era la primera vez que sacaba la moto de su garage. El estruendoso sonido le provocó una enorme sonrisa que disimuló bajo el reluciente casco que había adquirido junto con el vehículo unas semanas atrás, en una exposición de motociclismo. Por supuesto que no sabía nada de centímetros cúbicos, cárters modificados y frenadas compensatorias. Mucho menos sabía conducir una motocicleta, pero la carga de adrenalina y el sentido de libertad que le proporcionaba su nuevo vehículo, lo hacía alejarse varios años luz de su ordinaria vida y su rutinario empleo en el corporativo de paredes gris penitenciario.

La moto avanzó con precaución en las calles circundantes a su casa. Aunque tenía cierto temor a ser arrollado por los automovilistas y los imprudentes conductores del transporte público, Carlos no podía disimular la enorme emoción que le provocaba, ahora si, manejar por primera vez su motocicleta. La experiencia se complementó con la música que lanzaba su ipod. Nada más apropiado que los potentes riffs de guitarra de Black Rebel Motorcycle Club para meter la tercera velocidad de una buena vez y subir la moto a más de 90 kilómetros por hora cuando llegó a la carretera federal.

Su tendencia a mudar de entusiasmos no era nueva. A lo largo de su vida, Carlos había coleccionado un gran número de pasiones que le dieron una bandera y el acceso a cofradías que le permitieron conocer a otros tipos como el. La música fue la primera y la más persistente de sus pasiones, una religión personal que conoció cerca de los doce años, cuando se forjó una personalidad con los discos de vinilo de su padre, cuyas tapas terminaron tapizando las paredes de su cuarto junto a imagenes de Black Sabath, Police y Iron Maiden. A veces, recordaba con añoranza su adolescencia, los años en que se dejó crecer el cabello, aspiró hacerse un tatuaje e intentó, sin éxito, tocar la guitarra.

Nunca supo el momento en que se convirtió en “una persona normal”. Un tipo ordinario compremetido con un trabajo para saldar los gastos de su departamento, sus deudas bancarias y costear sus esporádicas relaciones personales. Carlos coleccionaba pasiones para escapar de los lugares comunes que una vez detestó y que ahora formaban parte de su vida cotidiana.

Recorrió la carretera federal rumbo a Villa del Carbón con el entusiamo a tope y una velocidad crucero de 100 kilómetros por hora en los tramos rectos. En el camino, la experiencia física de sentir el aire sobre su pecho y percibir los aromas a bosque y tierra mojada le hicieron imaginar que se desplazaba a bordo de un veloz caballo de acero que relinchaba cada que pisaba el pedal izquierdo y cambiaba de velocidad. Conducir su motocicleta era un placer solitario en el que los pensamientos ordinarios se quedaban atrás, como rabiosos perros que corrían detrás de su moto, ladrando furiosos, pero sin opción de alcanzarlo.


Se entusiasmó pensando que al fin había encontrado una bandera con la cual identificarse, imaginando los maravillosos lugares a los que podría llegar en su veloz vehículo. Se imaginó renunciando a su trabajo: Carlos motociclista renunciando a todo compromiso para recorrer el pais en moto desde las costas de Nayarit hasta las de Oaxaca, Carlos motociclista acampando a pie de carretera y haciendo amigos en el camino, Carlos motociclista cruzando la frontera de Belice para internarse en centroamérica -igualito que el Ché pero en dirección inversa-, Carlos motociclista acelerando demasiado en una curva y… estrellándose contra un camión estacionado a la vuelta de una cerrada curva.

Su vida no pasó frente a sus ojos, no entró en un shock que bloqueó el dolor en su cuerpo, nada de eso ocurrió. Pudo más el instinto de supervivencia para levantarse como resorte y hacerse a un lado de la carretera antes de ser auxiliado por algunos automovilistas que se detuvieron alarmados. Carlos montó de nuevo su moto hasta la gasolinera más cercana para limpiar la sangre de sus raspones. Se miró al espejo antes de que el color volviera a su cara y sonrío.

En ese momento supo que no necesitaba más identidad que su propia definición como consumidor de pasiones. Ya habría tiempo de intentar una nueva faceta, de portar un nuevo estandarte para saborear nuevas emociones y ver la vida desde un ángulo diferente.

Después de todo, nunca se llega tarde a ningún lado.

8 comentarios:

Aenea dijo...

Menos mal que para Carlos sólo fueron raspones. En ocasiones las nuevas experiencias dejan huesos rotos y grandes cicatrices. Aún así no se pierde la adrenalina para intentarlo de nuevo, no?

Tania G. Balleza Tahuil dijo...

Pedro,

¿Qué sientes cuando escribes?

Anónimo dijo...

Que te importa pinche metiche, eres policia acaso??
ja pos esta.

Danielov dijo...

Supongo que ha de sentir rico; si no, no escribiría.

Pa' preguntitas, de veras...

Daniel dijo...

Black Rebel Motorcycle Club está curado, pero para la Harley nada como Judas Priest Freeweel Burning, Hell bent for Leather o The Hell Patrol o Leather Rebel. Esos sì son himnos harlyeros o Weels of Fire de Manowar. Digo, aguanta Black Rebel, pero está fresón mi buen. De Black Rebel a Black Label Society, por ejemplo, pues ni la pregunta. Es usted medio alternativillo, medio coachella, la cura es el METAL compa. DSB

.... dijo...

que chingue a su reputa madre el puerco joto latino ulises axel

drneon dijo...

Daniel, ahora si coincido contigo. Este texto es de ficciòn, pero si hubiera que musicalizarlo con temas màs puntuales sin duda pondrìa cosas de Judas Priest como "Frewheel Burning" o algo del catàlogo de Ac/Dc. Aunque en los momentos màs introspectivo y con menos carga de adrenalina por ahì seguramente se colarìa "Unknown Legend" del Neil Young.

Saludos!

Almighty SOY YO dijo...

Me gusta tu historia, una verdad disfrazada de historia, leyenda, patraña la carretera se toma como va, aun que muchas veces vas directo a tu caída, la música es lo de menos, necesitas tomar esas curvas, rebasar en líneas rectas, ver la mirada de los niños, recorrer grandes distancias que te permitan ver el amanecer y como se va la luz del día, probar el frío de las mañanas de febrero, como bien dices “Después de todo, nunca se llega tarde a ningún lado” a completaría haciendo uso de las palabras de José “es mejor saber llegar”.

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