lunes, 31 de mayo de 2010

Cafeína.





Daniela bebe un café sentada en su árbol favorito. Mira al cielo. No quiere pensar nada, no quiere sentir nada. Ya no.

Su nombre iba a ser Jorge. Igual que él. Ella sabía que sería niño. Lo sentía. Jorge siempre quiso un varón con su nombre, y ella siempre le dio lo que quiso. Por eso cuando ella sostuvo con sus manos temblorosas ese artefacto blanco con dos líneas azules, lo supo. Supo que era varón. Y que lo llamaría Jorge.

El café estaba caliente, demasiado para saborearlo. Aún así ella le dio un trago largo. Le quemó la lengua… la garganta. Y aguantó. Trataba de sentir un dolor distinto. Pero sus pensamientos le llevaron de nuevo a recordar los ojos de Jorge, y lo feliz que era ella en sus brazos… Lo feliz que siempre fue en sus brazos. Y lo conflictivo que le fue siempre tratar de atrapar esa felicidad.

Jorge pequeño pudo ser esa oportunidad que Daniela buscaba de –ahora sí, con todo el derecho y obligación- vivir para hacer feliz a alguien más. Lo imaginó desde que lo sospechó: pequeño e indefenso. Y lo adoró. Lo adoró con ese miedo que tienen las mujeres que no tienen los modos económicos para salir adelante. Tuvo miedo de necesitar más a Jorge, pero también la hermosa sensación de que ahora sí, él tendría la obligación de estar con ella… que dejaría de dudar y aplazar las cosas. Que se terminarían sus indecisiones, que se casarían, que, después de tanto tiempo al fin estarían juntos. Que quizás Jorge pequeño era la razón que necesitaba su relación para madurar.

Se imaginó al pequeño creciendo en su interior, se imaginó su voz y su llanto. El miedo a la dependencia que le tenía al hombre que amaba se aplacaba con sus ilusiones, con la visión de una familia. Era un reto extraño para ella ocultar los achaques, quería encontrar la forma perfecta de darle la noticia. El momento perfecto.

Y sucedió un domingo.

En esa pequeña ciudad, los domingos era particularmente difícil escurrirse a un motel en la tarde sin que alguien te identificara de camino, así que solían ir al cine o al parque. En ocasiones Daniela recordaba cómo era el parque ocho años atrás, cómo era Jorge ocho años atrás, como era ella ocho años atrás. Y trataba de mirar ocho años adelante: con un mocoso de cabello castaño, de ojos oscuros, delgado y sano, aprendiendo a andar en bicicleta. Miró a una joven pareja con un recién nacido y sonrió.

- ¿No te gustaría uno de esos? - Dijo Daniela, con sus profundos ojos cafés brillantes, mirando hacia dentro, sonriéndole a ese futuro.

El la abrazó un poco más fuerte y le dijo al oído:

- Chula, no estamos listos para esa responsabilidad…

Mientras Jorge seguía mezclando promesas con eufemismos, los ojos de Daniela brillaron un poco más, y más… y aunque trató con el poco orgullo que poseía el detener el evento… no lo logró y comenzó a llorar en silencio. Quiso decirle lo de siempre: que ella no dudaba, que lo amaba, que quería casarse… que había esperado tanto… que ya tenía una razón que para cambiarlo todo. Pero sólo lloro en silencio.

- Ya estás llorando… ¿Porqué te pones tan sensible? ¿Qué tiene de malo que te diga la verdad? ¿Prefieres…?

Daniela dejó de escucharlo. En un extraño instante, las palabras de él, que habían sido su devoción por tantos años, dejaron de tener significado, sentido, sonido. Nunca logró recordar qué fue exactamente lo que le dijo que la hizo mirar la realidad: el nunca estaría listo, nunca estaría seguro, ni siquiera enamorado como ella esperaba.

Las siguientes semanas sólo escuchaba eco y fingía estar bien. La misma rutina. El mismo motel, los mismos besos, las mismas caricias, las mismas promesas.

La última noche que la dejó en casa ella se despidió para siempre sin decirle nada, el último pensamiento que le dirigió al verlo marcharse fue la duda si él la extrañaría. Juntó lo poco que tenía y se fue.

Lo que sucedió después para Daniela era sólo un mal sueño. El pequeño viaje, el frío hospital, el llenado de los formatos, la entrevista con el doctor. Las citas (no obligatorias) con el psicólogo, los folletitos políticos a la salida del consultorio. Ese hueco espantoso.

Daniela se levantó del árbol, secándose las lágrimas y terminó su café. Comenzó a caminar sintiéndose aún profundamente triste, pero más despierta.

10 comentarios:

EL PERRON dijo...

pssss...si; asi es la realidad. Hay cabrones que nunca estan listos para ninguna responsabilidad, pero no nos queremos dar cuenta de la razon que hay justo a la mitad de tu relato. Por cierto, que buen relato.

Anónimo dijo...

POR Q !!!?? OSTIA TE MOLESTAS???

EN VERDAD LARGO DEL COLECTIVO!!

Unknown dijo...

un flashazo ilustrativo de lo que acontece a diario en la vida cotidiana... esgrimimos la abrumadora responsabilidad que implica ser padres para evadirla indefinidamente... Que chingones (léase "ojetes") podemos llegar a ser los hombres cuando nos lo proponemos... buen post!!! esas estampas instantáneas neta que se te dan............

Kuruni dijo...

El perron: Muchas gracias, lamentablemente es cierto. Hay personas que nunca se les da, lo cual es muy respetable. Lo gacho es cuando tienen gente esperando. Saludos.

Anónimo: Hable con el moderador del blog, en los comentarios se atienden puro chisme respecto al texto y buena vibra random.

elvis: Me creo mucho por tu comentario respecto a las estampas. Gracias. ^^

Nebulosa dijo...

Si bien es infinitamente triste, depositar la responsabilidad de tu felicidad en otro, nunca puede llevar a buen fin.

Kuruni dijo...

RAH: exactamente!!. ^^ Saludos.

malaschambas dijo...

Que bonito. Lo de la cafeina sip, y con el internet es una mezcla letal blogorifica.

Kuruni dijo...

jajaja adictos al café forever :P. Saludos!

Lucrecia dijo...

pues una vez más me gustó tu relato =) bien Kuruni!

Dragonfly dijo...

Sentí la tristeza de Daniela sin ser mujer. Me encanto..

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