martes, 1 de junio de 2010

El Tiburon




El Tiburón Martinez perteneció a la última generación de sicarios entrenados por mercenarios de Israel y hombres que trabajaron para las fuerzas especiales del ejercito mexicano y gringo. No como los de ahora, que más bien son hombres patibularios que disparan en refriega y se conforman con 300 dólares a la semana y dos gramos de cocaina para matar a quien le ordenen.

Era hijo de médicos tijuanenses. Hermano del Mojarra, condiscípulo mio, y culpable de que capturaran a Benjamín Arellano. Del Tiburón decían muchísimas cosas. Todas entre lo fantástico, lo rocambolesco y lo notirrojo. De ser un inadaptado en el colegio donde estudió, pasó a convertirse en matón del CAF luego de que Hodoyan Palacios lo invitara de parranda, chupe y mujeres. Eran otros tiempos para el Cártel de Tijuana. Si no me creen, imaginen una ciudad donde los que no lavaban dinero se hacían los sordos, y donde la bonanza del contubernio entre la mafia y el gobierno llegó al paroxismo de fotografiar al primer alcalde panista de Tijuana, Montejo Favela, en una fiesta donde coincidió sin saberlo con Benjamín. Había dinero en la ciudad. Había dinero para entrenar a los muchachos.

Aquellos muchachos no eran los pelavacas que ahora aparecen en los noticieros, o en los narcovideos, con el pescuezo curvo, la jeta demacrada, los ojos hundidos, bien madreados y con el cabello a rape, mugrosos. El Tiburón era narcojunior. Hijo de profesionistas, jovenazo que acudió al encanto del poder, el dinero, las mujeres y las armas, y toda la impunidad con la que bailó el CAF entre 1985 y 1998.

Olviden esas balaceras tremendas que ven en las teles. Las decapitaciones barbáricas. Las confesiones en tono de ladrido y gemido. El Tiburón era además el preferido de Ramón Arellano, y ambos eran grandes amigos, como lo eran Benjamin y Chuy Labra. Eran días donde morir ejecutado era algo muy exacto, limpio y certero. Controlaban el Ak-47 con la precisión del entrenamiento. Una arma muy práctica pero salvaje. Se cruza mucho, y si no sabes dispararla, cometes el desorden de los matones de hoy. El Tiburón llegaba a meter hasta 200 disparos a una sola víctima, y con el tiempo se hizo mejor.

No, nada de lo anterior es apologético. Pero sucede que las nuevas generaciones o la gente del centro rara vez recuerda o saben algo sobre narcotraficantes que no sea lo que ahora venden empaquetado los medios para seguirle la pantomima al gobierno de Calderón. Todos suponen que el narcotraficante es barbárico, iletrado y bestial. Olvidan el abismo insalvable entre el capo y los testaferros que abren fuego a tontas y locas porque creen que la cocaina los hace invencibles. Desconocen la diferencia entre el sicario emanado de los barrios bravos, el hombre marginal, el joven influenciado por la narcocultura, y el verdadero narcotraficante que continua repartiendo dinero a una nómina de funcionarios y lugartenientes.

El Tiburón, como toda su generación, perteneció a una clase de sicarios que todavía no eran desechables. Su perfil - no nos equivoquemos - era el de un psicópata agresivo, introvertido y paranoide. En él no había un ápice de narcocultura. Lo de él era el poder. Yo supe de él una tarde de invierno de 1994, cuando mató al hermano mayor de un amigo mio por un lio de faldas. El Tiburón llegó a la esquina de Lomas de Campestre y Loma Florida, atrás del Hipódromo, en Lomas de Aguacaliente, una excelente colonia, y desde su auto le disparó al tipo luego de que éste le dijera que se fuera a chingar a su madre a otro lado.

A mi me contaron entonces, los que vieron todo, que el Tiburón llegó y bajó la ventana del New Yorker que manejaba, para decirle al otro que dejará a fulanita en paz o que entonces se lo iba cargar la chingada. Cuando su víctima le respondió, el Tiburón asintió encabronado, y luego de girar la visera de su gorra de beisbol hacia su nuca, sacó la pistola y lo mató de cinco tiros.

Girarse la cachucha se convertiría en su mutis preferido. Esa sería la primera vez que lo hiciera enfrente de todos. A partir de ahí, siempre utilizaría una gorra de beisbol para asistir a sus ejecuciones y, especialmente, la giraría hacía atrás para descubrirse la frente y embrazar el rifle para dispararlo. Un buen amigo especialista en balística me dijo que era lógico: la visera estorba la relación entre la mirilla, la vista y el disparo. Era necesario echarla hacia atrás para permitir que la luz entrara mejor a sus ojos, decía. Es muy probable que sea cierto: he visto a tantísimo francotirador mamón con la cachucha girada, que parece moda, como los lentes negrísimos del guarura y el tumbaburros de su vehículo.

Lo que era cierto es que si veías venir al Tiburón hacia ti mientras se giraba el sombrero era porque estaba listo para matarte. El ademán era inequívoco: si lo veías estabas muerto.

Los años pasaron, y el 23 de mayo de 1998, exactamente cinco años después del asesinato del Cardenal Posadas, también en Guadalajara, el Tiburón y otros tres hombres asesinaron a Flores Gaxiola, por desobedecer al CAF. Al huir, se toparon con una patrulla de Zapopan y comenzó la rebambaramba. Tuvieron que abandonar el auto luego de que hirieran a uno. Otros dos lograron huir, pero a Martinez lo coparon en una caseta telefónica. Lo rodearon y le ordenaron que dejara el arma, pero él se la llevó a la cabeza. Con la otra mano descolgó el teléfono e hizo una llamada. Dicen que le habló a Ramón Arellano Félix, su jefe y mejor amigo. Dicen que la llamada está grabada, pero yo nunca la he oido, y probablemente todo lo que se diga sea parte del imaginario sensacional de la narcocultura y sus escenarios bravos e idílicos.

Supe que Ramón le pidió que se rindiera, que luego lo salvaban, porque era muy importante para ellos. El Tiburón le dijo que no, que no estaba listo para que lo agarraran y lo metieran a la carcel, y que prefería morir. Estoy listo para morirme, Ramón - dicen que le dijo -, despideme de Min, despideme de todos. Y sin colgar, se metió un tiro en la sien derecha. Nunca supe si ese día llevaba su famosa gorra de beisbol puesta.

8 comentarios:

EL PERRON dijo...

éjele...la imagen del sicario verdadero hecha trizas por tanto desmadre; aqui les llaman chiquinarcos y se envanecen porque se compraron una mugrosa moto Italika en Elektra...¿A donde llegaremos?

Joel BD dijo...

Tiempos violentos, pulp fiction a lo américa del sur...

Anónimo dijo...

Siguiendo los pasos de Pérez-Reverte y Villoro pero en versión chafita.

Hasta los blogs siguen la modita pendeja de la narconovela.

qué lástima dan.

Anónimo dijo...

Que putas pendejadas escribes Manuela...

adrian dijo...

Que buena historia. No soy seguidor de la narco cultura y todo lo que le rodea pero es obvio que existe cierta curiosidad. Y saber que antes los sicarios eran gente preparada, es a mi parecer, curioso.

Anónimo dijo...

Esta mierda esta a tu nivel

Anónimo dijo...

No adrian, no eran gente preparada, es solo una generacion de sicarios que se dio en Tijuana, los llamados narcojuniors.

Fernando Ramírez Ruiz dijo...

A mi si me gustó

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