En un principio, un caballero-

Contó diecinueve llamadas desviadas antes de decidir ir a su casa. El cantinero encontró su cartera y su trago a medias.

En un principio el caballero conquistó la luz, manifestada en una joven estudiosa y tierna, quien habría de salvarlo.

Manejó lento con cinturón y después sin él para acercarse al vidrio borroso y abrió los ojos como faros enormes y abrió y cerró la boca como títere todo el camino a casa de ella. Un vago en un alto juró que era el diablo y no se equivocó.

Ella le recordaba a su madre, quien murió de abuso y descuido frente a él, mientras su padre fránticamente se tropezaba con el teléfono, finalmente rindiéndose y tomando a su madre muerta al pie de las escaleras. Su padre se ahogó en un sollozo mudo, viéndolo a los ojos implorando perdón y pidiendo muerte.

Después de abrir la reja tocó el timbre con la furia inexplicable y todapoderosa que nomás puede obsequiar la delicia del veneno que es el alcohol. Sus pupilas dilatadas buscaron un palo o piedra para las ventanas.

Alguna vez la sostuvo, delicada y herida, en sus brazos y ella le hizo prometerle que nunca más la lastimaría, y ella, su luz, puso su mano en su cara y él no tuvo más remedio que tragar sus tormentas y rendirse.

Abrió la puerta un extraño.

Sintió su interior sangrar, su ceño sonrió en ira y el vacío insaciable pidió el reconfortante alivio de la violencia.

Su luz, su serena salvación, voló en súplica y sus delicadas manos lo interrumpieron como cadenas de hierro, y ella se encontró después de varios meses con el aliento de veneno y destrucción que le causaban las pesadillas, y recordó.

En el fin del principio el llegó sin flores ni música, con promesas sinceras y arrastrando mares de justificaciones que nunca supo explicar. Él esperaba que viera a través de la mierda y viera a un niño, orinándose en pavor mientras una sombra de aroma fétido lo golpeaba hasta el cansancio. Un niño que noches enteras pasó debajo de una cama, rascando la alfombra en silencio buscando afecto o una explicación.

Ella, cansada y con la mirada cristalina, aquella vez, le pidió por fin paz sin él.

Fuego y clavos lo devastaron mientras sus demonios lo arrastraron hasta aquellas oscuridades reservadas para otra vida.

El extraño se lamentó en el suelo derrotado, y se maldijo por haber elegido una vida de provecho. Ella imploró. Su voz tembló esa madrugada mientras colocó la conocida y delicada caricia sobre la cara del caballero.

El caballero sintió la luz.


Su madre le llamó para que saliera de debajo de la cama. Él, temeroso y avergonzado por haberse ensuciado, se arrastró hacia ella como gusano y le pidió perdón por ensuciarla a ella también. Ella le tomó su mano y dolorosamente le extendió una sonrisa marcada de morado, y le cantó en la oscuridad hasta que las lágrimas del caballero se secaron en el pecho de su madre y durmió.



El caballero penetró los ojos del extraño, y ella sintió su lengua de barbilla a sien, y una mano sin invitación, y se mordió el labio y lloró.

El sol lo hizo volver en sí. Tomó unos pasos atrás mientras ella se retorció violada hacia el suelo y el extraño, victorioso en derrota, se acercó a susurrarle al oído.



***


El agua gélida se desbordó de la tina de mármol en el cuarto de su padre y de su madre. Sus manos y sus pies se entumecieron y el caballero dejó de sentir el frío. Su vista se nubló mientras el agua rosada se oscureció, y al principio del final, sus hermanos -los demonios sin nombre- lo visitaron.