Tiempo perdido.

Estaba ya muy cansada, las doce y sereno y nomás no llegaba el exótico homeópata de los martes. Y ya. Arreglé la peluca y después de mucho dejé que me subieran a un carrillo pitero con valientes llamaradas en las puertas, luces psicodélicas anunciaban el paso sobre el asfalto de aquel estrafalario carruaje...
La corcholata con luces se estacionó sobre un bar de dudosa reputación, sillas Pepsi, tuvimos un sirenito, unos tacos sospechosos ahí afuerita, nos bajamos, y pude verlos a la luz.

Desmoralizador.

Eran exactamente tres ñeritos fogosos con dientes de mula y trasero cóncavo, acompañado armoniosamente de una expresión confusa y axilas mojadas, acompañados lastimosamente por un olor de Old Spice y Tutti Frutti. Me lamenté. Me arrepentí.
Esos eran los típicos inexpertos que me reventaban un didimo con sus preguntas apestosas; me tengo que encuerar?, porque no cochamos así?,te gustan velludos en la entrepierna?, me va a doler?, tienes que fumar?, le tengo que echar babita?

Estos pobres changos se miraban entre ellos, adivinando quien seria el primero de ellos en tocar mis abundantes, bellos y artificiales tumores frontales. Hicieron un par de bromitas de mal gusto y se rieron hasta reventar unos cinco minutos más.
Contra toda cosa que pudieran decir esos sucios novatos, saque un cigarrillo y me puse a pensar. Las carillas que de seguro haría el más chaparro. Y ese güero está muy peludo. Probablemente el mejor era el que más se reía, el circo andante, el más valiente

Otro cigarro.
Otra risita.
Las mesas solas.
Mis pies muy cansados.

Cuarenta y tres minutos perdidos en chistes albureros, en miradas de soslayo dirigidas a mis piernas. Es su tiempo, les dije, cortando de tajo su diversión. Se miraron nerviosos, y el risueño se acercó.
Sólo queremos ver y tocar, me dijo muy serio.
Mierda, mierda, mierda. En qué pensaba que no les cobré por adelantado? En el homeópata exótico de todos los martes, tal vez.
Total, algo bueno podría sacar.
Se acercó el galán del trío. Me paré de la silla según yo muy sensual.
Adivina que hizo. Me levantó las enaguas con bríos y puso cara de pendejo. Tu ya sabes como. Y volteó trémulo con los demás, con voz temerosa les soltó con voz profética:

Es un puto, tiene pito.

Y salieron del bar entre mentadas de madre, mientras yo me concentraba en pensar que eso no sucedió y que al menos cobré una pequeña comisión por mostrar mi grandioso organo viril.
Salí de la cantinucha a tropezones, eso no era necesario, que no se dieron cuenta?
Esas sí son mamadas.