martes, 23 de diciembre de 2008

Tortilla Souvenir Oracle


Es una broma que yo deba coordinar, supervisar y aplicar las pruebas de antidoping en el corporativo donde trabajo. Pienso en las docenas de graduados del tec de monterrey, de la ibero, pienso en los pilotos y sobrecargos megalomanos, y también pienso en los empleados de baja ralea haciendo fila - esa fila sempiterna que todos hacemos en la vida - para orinar en un vasito y dejar que unos laboratoristas diluciden todo lo que se meten o fuman.

Es absurdo que casi a mis treinta años haya decidido dejar de tomar y de utilizar cualquier tipo de droga, por entretenida que fuesen. Medito en ello mientras en una junta con un comite planeamos las fechas dispuestas para las pruebas y discutimos la política del corporativo para los empleados que obtengan resultados positivos. La imaginación me permite contemplar los múltiples arquetipos que la sociedad tiene para seccionar a sus drogadictos o usuarios. Pienso en el cocainomano prepotente, el heroinomano tembloroso que te ruega por una moneda, en el cristalón o crackhead irritable y paranoide o en el fumado apático que arrastra las palabras y los pies.

Supongo que pensar en drogas me refiere al recuerdo. Remembranza: aunque drogas y recuerdos no sean conceptos coherentes entre si. Yo estoy completamente incapacitado para satanizar las drogas; le tengo más miedo a los recuerdos, a decir verdad. Decir esto me conduce a mis diecisiete años, cuando fumar marihuana en la preparatoria era uso y costumbre, y la diversión era inconciencia plena.

Recuerdo que con Iván y Roberto nos dirigiamos a la colonia Libertad, parte alta por supuesto, uno de los tugurios más viejos de Tijuana, a comprarle mota a la doñita. Su nombre era ese: doñita. Caminabamos una hora y media para llegar a su casa, justo antes de las últimas clases de la tarde, y llegabamos a una puerta común, una casa vulgar, y tocabamos y salía un mujerón. La primera vez que la conocí estaba cocinando tortillas de harina, y nos invitó a pasar.

Iván era un fanfarrón, un imbécil de esos que dicen conocer todo el mundo a los diecisiete años, y cuya visión de las cosas se reduce - paradójicamente - a pretender probarlo todo y luego presumir que no le pueden contar nada. Roberto era callado - era por que ya esta bien muerto - y creo que solo lo vi caminar, asentir, fumar marihuana y asaltar a un mocoso de la secundaria anexa a la preparatoria donde nos conocimos. Los tres pasamos y la vieja amasaba un bulto voluptuoso que estiraba y envolviía con las manos mientras volteaba con los dedos las tortillas que cocía con diligencia en un comal requemado.

La casa estaba impecable. Olviden el concepto de picadero. Incluso más limpia que la casa de mis padres. La mujer nos comenzó a explicar que cocía tortillas de harina para su esposo, que vendía burritos en una moto por todo el parque industrial de Otay. Nosotros asentimos, y ella nos sonrió y nos preguntó cuanta motita quieren muchachos. Antes que Iván le respondiera también nos dijo fumense uno conmigo chamacos, para no sentir que solo los enveneno.

Y entonces con rapidez teatral sacó de una alacena un frasco reciclado de vidrio y del interior pellizcó un trozo de hierba que desmenuzó en una hoja de arroz tendida y diminuta sobre la mesa donde amasaba. Luego tomó ambas cosas y con una sola mano - una sola mano, lo juro - enrolló el cigarro y se lo puso en la boca. Lo encendió con caladas violentas, y siguió calandolo mientras tomaba el rodillo y extendía una bolita de masa. Perturbado, miré hacía el comal y descubrí una tortilla que se inflaba temblorosa; señora, le dije, esa tortilla se esta inflando, no se le vaya quemar.

Ella me dijo que una tortilla inflada era de buena suerte, y quien se la comía se casaría con una buena mujer y tendría una vida muy buena, y sin más la levantó, la palmeó, le untó poquita margarina y me la ofreció en un taco que enrolló también con una mano. Con la otra se quitó el frajo de mota de los labios y se lo ofreció a Iván, y él fumó y yo mordisquee la tortilla, que resultó ser una de las mejores tortillas que he probado en toda mi vida.

Un mes después los tres haciamos fila en la universidad local para solicitar fichas para el examen de admisión. Nos divertiamos mirando a la gente y las chicas ir y venir. En realidad yo estaba infinitamente aburrido, y en las mesas de inscripción, al llegar, te preguntaban a rajatabla ¿carrera? Y luego te pedían el nombre y enseguida te mostraban la caja registradora para que pagaras los derechos. Para salir de mi fastidio les pregunté a mis amigotes si ya había decidido carrera, e Iván me dijo que Ingenieria en Sistemas y Roberto habló de Contabilidad. Yo no sabía que escoger y se los dije, escoge me dijeron, no seas pendejo.

Confundido y aburrido, saqué una moneda de cinco pesos, la arrojé al aire, la recibí y la cubrí y dije socarrón que aguila era filosofía y cara sería derecho.

Ahora han pasado más de diez años de eso, y soy abogado y criminólogo y coordino las pruebas de antidoping para una aerolinea, y pienso en la viejita y su estúpida tortilla inflada, y su presagio me impide recordar el sabor, algo que me encabrona sobremanera.



Jesús Manuel Lomelí.
www.chango100.blogspot.com

18 comentarios:

Angel Alberto dijo...

Esa es, y siempre será, la mejor manera de elegir algo: aguila o sol.

Estuvo bueno.

saludos

Carlos (Caco) Mena dijo...

El volado nunca falla.

admin dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Luis dijo...

Callate Cani, tu no sabes los tejes y manejes de esto porque eres negro.

admin dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Manuel Lomeli dijo...

La neta el Luis estaba pidiendo favores sexuales... y quien iba decir cuantos satisfacieron sus bajos deseos... por un poco de fama. Pero bueno, al final también yo... que siempre he sido un fácil.

Tan complicado que es todo.

Luis dijo...

No eran favores, eran cortesias.

¬¬

Anónimo dijo...

Bienvenido

Me gusta mucho como escribes y me preguntaba por qué no estabas aquí.

Ojalá sigas en recolectivo pero no como invitado.

Yo tambien soy de Tijuana.

Saludos

«danito» dijo...

A mi tambien se em antojo la tortilla. Me trae recuerdos de la infancia. snif!

La mota a'i luego. ei

Chido relato.

Paul dijo...

Ahhh, quiero saborear una tortillita con mantequilla. Seguro era de esas que parecen sábanas.

Pelo dijo...

¿Eres el papá de Changos?

jesagu dijo...

¿Qué pedo con el oráculo de maseca?

Muy buen relato, clap clap...

Claudia del Mal dijo...

no habia leido ni tres renglones y ya sabia que era usted el autor de esto,muy bueno su relato como siempre.

Y si, es una ironia del destino que seas tu el que coordine los antidopings

El Mulder dijo...

JAJAJAJA, el comentario de la Srta. Pelo. Y sí, ojalá ya te quedes de cajón.

A ver cuando vienes de nuevo a Qro. a jotear, digo, digo, a chupar un rato.

Anónimo dijo...

Mentiroso: NO ERES ABOGADO Y NO ERES CRIMINOLOGO. Eres una piltrafa que deja todo a la mitad, incluyendo la responsabilidad de criar un hijo.
La estupida tortilla inflada no es mas que una proyeccion de tu enorme ego que alimentas a base de posts porque en la vida real, te quedan pocos "amigos" (entre comillas).
Estas cosechando lo que sembraste.

Manuel Lomeli dijo...

Jajaja. Ya se habían tardado. Pero bueno. Esta bien, se los concedo:
No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. A parte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo... snif...

Ay guey, creo que hasta eso se lo piratee a alguien...

Jajaja. Ah raza.

Anónimo dijo...

Manuel: diario vienes a revisar tus comentarios? a ver si alguien te hace caso? sniff?

Manuel Lomeli dijo...

Anónimo: No te proyectes... no te proyectes. Y si así fuera, yo vengo con más derecho que tú, pues al final, como tu mismo reconoces, son MIS comentarios... jajaja.

Blogalaxia