sábado, 21 de febrero de 2009

Puedes engañar a todos menos a ti mismo



"Tú te quedaste en la etapa oral Freudiana." Sentencié.

La mujer del picadiente al principio se sintió expuesta, y finalmente lo quitó de su boca en un exagerado ademán de independencia, y lo aventó hacia atrás. Un pendejo a su lado comentó que el picadiente le pudo haber caído a alguien en el ojo.

"¿Y?", me respondió después de recuperase del movimiento torpe y sin estilo. Qué mujer tan estúpida, simple. Qué común. Me puse a la de gente del piso de abajo.

Hay una delicia inexplicable en sentirse tan solo en un lugar tan público. La música que ahoga toda voz. Las luces anónimas que iluminan brevemente a la oscuridad.

Ella contó alguna anécdota aburrida de un viaje a un volcán donde cabalgó. Sus ojos me voltearon a ver brevemente y en una milésima de segundo capté que buscaba mi aceptación. Su perro babeó a un lado, asintió con la cabeza como estúpido y tragó cada palabra que ella expulsó de sus vulgares labios como la más pura verdad.

Un ardor en mi pecho.

Me excusé para ir al baño.

Empujándome entre la multitud con los brazos colgando como títere, navegué el antro de escotes y máscaras.


Tiré una meada de media gana en el mingitorio y me fui a recargar frente al espejo.

Las bolsas negras bajo mis ojos delataron días de abuso ... dos carboncitos hundidos en mi cara insípida.

De pronto, cada célula de mi cuerpo rechazó a cada otra. Vomité un arco de expulsión poderosa, el ahogo reciclado en mi garganta volviendo a entrar a mi estómago y pulmones mientras batallé para respirar.

"Salud" rió un bromista.

Después de una breve conmonción me recargué en el lavabo y extendí mi mano para detener a aquellos buenos samaritanos que se aglomeraron a un lado.

En la mesa nadie notó mi retraso y era hora de irse. Ella hablaba de su viaje a Europa. Decidí perderme en la multitud.





Me despertó el frío y no reconocí el cuarto. Alguien se estaba bañando.

Saqué mi celular de mi pantalon sobre el buró para ver la hora.

Le había marcado treinta y siete veces entre las tres y siete de la madrugada a la más aburrida del antro, a esa estúpida que no se podía callar.

¿A quién quería engañar, si moría por ella? Mi insolencia y mi orgullo en mi contra, no pude besarla esa noche, ni lo logré nunca después.


La regadera se apagó y se abrió la cortina de un baño.

El sol entró por una persiana caída y un dolor conocido se empezó a manifestar en mi cabeza.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

buen escrito, sala obeso

Anónimo dijo...

Ta cabrón eso de agarrar el pedo en las concentraciones de la selección gringa veda?

Anónimo dijo...

"¿A quién quería engañar, si moría por ella? Mi insolencia y mi orgullo en mi contra, no pude besarla esa noche, ni lo logré nunca después."

Tsssss pasado de verga precisamente eso me paso hace unos meses.... eso que tu mismo te pongas en contra tuya es una mierda..

y reitero una vez mas.... eres un puto genio vato...

salsas loco, puro pafront...

Guffo Caballero dijo...

"Hay una delicia inexplicable en sentirse tan solo en un lugar tan público".

SNIF.

Es el mal de nuestros tiempos.

beno dijo...

los enunciados breves y la forma de relacionar ideas y circunstancias hacen de tu forma de escribir como un laboratorio literario! de lo más interesante de aquí!

Kuruni dijo...

Ahhh que triste. Buen final.

Sascha! dijo...

Me gustó mucho, una perspectiva de los deseos reprimidos muy chida.

Chilangelina dijo...

El dolor del orgullo herido, sin duda.

el tosta dijo...

Ansina es, solo.

TheSamael dijo...

y te chingaste una gorda para desquitar?

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