domingo, 26 de julio de 2009

Mama que mama.



Las últimas voluntades, son puerta abierta para el cliché... son como nuestras últimas palabras. Queremos que el mundo recuerde lo mejor de nosotros al final.

Por eso, en vez de contarles que mi última voluntad es la paz mundial o el amor perpetuo, prefiero contar esta historia que supongo es verídica, porque la escuché en una de tantas visitas a la sala de espera, donde actores y modelos se la pasaban comunicándose los últimos chismes. Uno de estos chismes, tenía varios años de antigüedad. Una chica, cuando tenía sus dieciocho años, se casó con un hombre cuando este tenía los cincuenta.

Supongamos que se llamaban: Viridiana y Oscar. El señor siempre tuvo mucho dinero, y Viridiana mucha belleza. Las razones del matrimonio eran más que obvias. La edad, y los diferentes contextos, hicieron lo suyos. A la primera oportunidad, Viridiana se largó con alguien mucho más joven y Oscar, bueno, Oscar no sólo estaba de pito loco. Quería a la chica y la quería muchísimo. Por eso cuando ella se fue, acabó descorazonado.

Durante muchos años deseó la venganza y no se volvió a casar.

Como es usual, también, a sus dieciocho años, Viridiana cometió las peores decisiones en cuanto a relaciones sentimentales para-toda-la-vida. Oscar era su opción más estable, pero aburrida. Y el otro hombre, el jovencito con el que se largó, era divertido, pero... cuando la embarazó se desapareció. Así de sencillo. Después viene una larga letanía acerca de una vida difícil, complicada, escasa de dinero y de oportunidades. Sí había padres, y había familiares. Pero la familia aún cuando te tiende la mano, sólo te echa la mano. Hasta donde se puede y ya. Tuvo más relaciones que eran fugaces, e incluso, se emparejó unos años con un cabrón que necesitaba que lo mantuvieran al igual que el niño. La embarazó de nuevo, y se desapareció.

Cuando el primer niño cumplió los diez y el segundo estaba por cumplir los cinco, Viridiana recibió la visita de un abogado que venía por parte del señor Oscar, ella no dudó en subirse al coche y que la llevaran a un hospital, donde el viejo adinerado se encontraba moribundo. Viridiana ya no tenía las pantorrillas, ni los senos, de cuando se casó con el señor, que ya estaba más arrugado y raquítico. El señor dio instrucciones que lo dejaran a solas en su cuarto de hospital. No le quedaba más de una semana de vida, le dijo el abogado.

La última voluntad, era muy sencilla: Todos los días una mamada, hasta que muriera y le heredaría parte de sus bienes. Viridiana no aceptó ese primer día, ni el segundo. No se escandalizó, ni huyó horrorizada. Sentía que parte de sus desgracias venían por haber traicionado el amor de ese hombre, así que se quedaba con él a platicar esos días de hospital. Al tercer día, después de una charla, lo intentó, pensando-. Bueno, no haré algo que no haya hecho antes... -Y ya estando ahí, mirando el miembro del viejo, cerró los ojos e hizo lo que debía hacer. Para el cuarto y el quinto día, había logrado ignorar los olores de la cama de hospital, los olores de la vejez y tal vez, de la maldad y la situación en la que se encontraba.

El viejo vivió más de dos meses, y durante esos dos meses, Viridiana, pensando en el dinero que la sacaría de todos los baches, continuó. Aún cuando había días particularmente difíciles, que por la edad, nomás no funcionaba. Oscar le indicó-. Ya que empezaste debes terminar, o no hay trato -Y con eso, Viridiana a veces soportaba una hora, pensando en sus hijos, su vida maltrecha y desperdiciada, su propia penitencia. La última voluntad del hombre se extendía, pero ella, no tenía ganas de pelear contra ello. Tal vez ese fue su primer problema... que sus únicas ganas de pelear, hacía quien sabe cuantos años, la habían llevado a destruirse.

Oscar murió, un buen día, con el miembro en la boca de Viridiana. Se había tragado su energía vital, por decirlo así.

El abogado se presentó con Viridiana, el contrato que habían firmado, y le entregó una caja que contenía las cánicas con las que había jugado Oscar en su niñez. -Parte de sus bienes -decía el contrato, lo recalcó el abogado, que la verdad no sabía el trato entre Oscar y Viridiana. Ella lo releyó tantas veces como pudo, mientras conservaba las canicas en su regazo. Siguió releyéndolo, cuando sus hijos se llevaron la caja de las cánicas y salieron a jugar a un parque.

-La vida es una putada -dijo Oscar, un día antes de morir-. ¿No crees Viridiana? -Y Viridiana, mama que mama.

7 comentarios:

Pinkrobot dijo...

zaaaaaaaaaaas esta historia también quedaba en el tema de la venganza... que triste historia, pero que con madre para el viejo

PERVERTIDO dijo...

¿Por qué Sala Verga ya no permite comentarios? ¿Por qué cierra la única ventana que tengo para manifestarle mi amor a Plaqueta?

:(

Anónimo dijo...

ah, como no

ш dijo...

Este blog va de mal en peor..

PERVERTIDO dijo...

Acabo de enamorarme de las piernas de pollo de LaMaga. Justo como me gustan: gordotas gordotas de las pantorrillas, como de ciclista machorra de olmipiadas, y flaquitas como popotitos a la altura de los tobillos.

Chío dijo...

JAjaja excelente para el tema de la venganza también!!!

El Tipo dijo...

Para mi la mejor historia hasta ahorita del tema... Excelente historia, muy bien escrito.

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