domingo, 18 de octubre de 2009

Instrucciones Precisas (1/5)


El abuelo de Rod, le heredó un libro titulado "Instrucciones Precisas". Nunca hubo una verdadera sintonía con el abuelo. Era un hombre arisco que no escatimaba en palabras para callarlo cuando hacía mucho ruido y constantemente criticaba su forma de vestir. No sólo pasaba con él, pasaba con toda la familia (su hermana, sus muchos primos, sus muchos tíos, su madre, su padre, el repartidor de la pizza, el que entregaba los periódicos, y su carpintero, que más bien fue su amigo y confidente en los últimos días) y se hizo más molesto conforme pasaron los años.

Antes el abuelo era una molestia pasajera, cuando lo iban a visitar a él, y a la abuela, él nada más hacía un breve ruido y un gesto con la mano, y bajaba a su sótano que, algún día de muchas copas, llamó su base de operaciones y luego de una estruendosa carcajada, y un encender de mejillas, prendió un cigarro y se recargó en su asiento como si fuera uno de los hombres más poderosos del mundo.

El abuelo, cuando era joven, viajaba por todo el mundo por su trabajo. A veces llevaba consigo a la abuela.

Rod miró el libro, tan sobrio como el mismo abuelo. Le dio vueltas, lo recorrió rápidamente con la mirada. No parecía interesante. El texto inundaba las páginas y no parecía haber respiros entre un párrafo y otro. No tenía un índice. "Un libro perfecto para no buscar nada, sólo empezar y conservar la breve esperanza de que algún día lo vas a terminar", pensó Rod. Sin embargo, las páginas estaban numeradas. La tipografía era la misma que la de una Olivetti. Se preguntó si su abuelo habría pasado las incontables noches en el sótano, escribiendo sus "Instrucciones Precisas", como una broma cruel para el nieto.

Los otros arreglos del testamento, dijo el abogado, serán arreglados en privado con cada uno de ustedes. Pero en palabras de Rodrigo Jirón, todos recibirán lo que merecen. La familia entera se encogió de hombros. Ya lo esperaban. Si acaso, sólo deseaban que alguien les indicara lo que se haría lo casa y esperaban que, al menos, la hubiera dejado a nombre de la abuela, una persona más sensata y cálida, que tendría que escoger entre los hijos para rifarla.

La mayoría miró con curiosidad el libro que se le había entregado a Rod... después de todo, se llamaba "Instrucciones Precisas", pero cuando este explicó durante la ceremonia que el libro era una broma cruel de su abuelo, después de convencerse que así era, sus familiares asintieron entre envidiosos, confundidos y cansados. Era de esperarse que ese hombre no hiciera una exhibición pública de afecto y si lo había hecho, era una simple molestia, un juego. Maldito abuelo.

El libro permaneció cerrado durante tres meses, encerrado en el escritorio de Rod, en un cajón al que nunca prestaba atención.

Lo abrió un día que se acordó de él. Tuvo un recuerdo agradable, uno de un puñado de porquería y sintió un acceso de consciencia. Probablemente era una guía de vida, pensó, algo que me puede ayudar en decirme quien soy, quien fui, a dónde iré. O una pista de por qué su abuelo se convirtió en el hombre arisco que era, un burlón de la familia y la vida en general, un déspota. Cuando abrió la primera página y vio la dedicatoria: "A Rod. El único granuja que supo decirme cuánto me odiaba", hizo su primera mueca y avanzó a la siguiente página. Tal vez esto era un error.

"Se vende país", decía la primera línea, en la primera página, "Busca en cualquier periódico un anuncio que tenga esto en negritas, haz la llamada y di la clave tan pronto te respondan el teléfono: -Truhán-. Vamos, hazlo ahora".

Rod sonrió interesado, bajó al comedor de su casa y buscó en el periódico abandonado por su padre la sección de anuncios. Hojeó rápidamente entre los de masajistas, profesores, coches usados, etcétera-etcétera, hasta que... curiosamente, encontró el mensaje que buscaba. Se vende país, y un número de teléfono. Ninguna descripción interesante. ¿En qué me estoy metiendo?, se preguntó Rod, si su abuelo había preparado esto y quien sabe con qué intenciones. Sacó su celular, marcó el número y cuando escuchó que respondieron, dijo-. Truhán.

-Vaya, pensamos que tardarías más tiempo en llamar.

La voz era de una mujer que se escuchaba... linda.

-Mi abuelo y sus jueguitos.

-Sí, lo conocí a tu abuelo. Un hombre muy inteligente. Bien, en unos minutos recibirás la llamada del presidente de tu país reconociéndote como el nuevo dueño.

-¿Cómo?

-Felipe Calderón te llamará por teléfono y te dará control absoluto del país. Nuestra organización dará los recursos, Felipe Calderón será uno de tus mensajeros y puedes hacer lo que quieras.

-¿Cómo? -preguntó de nuevo Rod-. Espera, tengo dudas.

-Y yo puedo resolver algunas.

-¿Estás diciendo que tengo control absoluto de mi país? ¿Por qué?

-Porque así lo quiso tu abuelo.

-¿O sea que el país era de mi abuelo?

-Sí.

-¿Cómo lo hizo?

-No lo sé, yo sólo soy una empleada que está a tus órdenes.

-Y Felipe Calderón tiene que hacer lo que yo diga.

-Entre otros.

-¿Yo le pago a Felipe Calderón?

-No. Y no le pagaba tu abuelo. Me pagas a mí. Bueno, tu abuelo me pagó el suelo de los próximos treinta años, más prestaciones. Así que no te preocupes.

-¿Cómo es eso posible?

-Soy una empleada nada más.

-¿Cómo te llamas?

-Dime Lisa.

-Esta bien, Dimelisa.

El silencio en la línea le hizo saber a Rod que su chiste no había funcionado.

-No te creo. El país no es mío.

-¿No te dejó tu abuelo una especie de libro?

-Sí. ¿Cómo lo sabes?

-Me dijo que te lo mencionara en caso que no lo creyeras. También me pidió que te recordara leer el libro si necesitas más instrucciones. Otra cosa, prende tu televisión en cualquier canal nacional.

-Está bien -Rod no obedeció.

-Ahora, pídeme que Calderón de un mensaje a la nación.

-Quiero que Calderón de un mensaje a la nación.

-¿Acerca de qué?

Rod lo pensó bien. No se decidía entre un mensaje estúpido, como pedir que Calderón saludara a su madre, o bien, podía pedir un cambio definitivo en el rumbo del país y ahí vería si realmente le pertenecía. Tamborileó los dedos. El silencio al otro lado del teléfono no le ayudaba a decidir lo que debía hacer. Miró el periódico, por si encontraba algún anuncio interesante que sirviera de apoyo y terminó deteniéndose en la sección deportiva, revisando los números. ¿Podía hacer algo respecto a los deportes? Entre los papeles en la mesa, vio el recibo de Luz y Fuerza. Frunció el ceño.

-Quiero que Calderón de el anuncio que va a deshacer Luz y Fuerza.

-Muy bien. ¿Estás viendo la televisión?

-Sí -respondió Rod, se levantó a prender el televisor y cambió de canal.

Dos minutos después, Calderón interrumpió transmisiones para dar varios avisos. Uno de ellos involucraba la desaparición de Luz y Fuerza.

-No me chingues. ¿De verdad? ¿Y ahora qué va a pasar? -Le preguntó Rod a Lisa.

-No lo sé. Yo sólo soy una empleada. Afortunadamente no pertenezco al SME.

-Hey, hey, pero Calderón dio varios avisos y yo sólo quería lo de Luz y Fuerza.

-Tu abuelo permitía cierta autonomía en el país, pero puedes revisar el libro que te dejó y básicamente, puedes hacer lo que quieras.

Rod colgó el teléfono, repentinamente sintió un vértigo al saberse dueño de todo un país. ¿Qué clase de poder tenía su abuelo para que pudiera hacer algo así? Sintió el poder como un golpe duro de asimilar, tomó asiento como si estuviera cayéndose en un abismo y pensó en el libro... ese libro, que contenía instrucciones precisas. Los deseos más banales hasta los más complejos pasaron por su cabeza como una procesión de imágenes. Puedo hacer lo que quiera, pensó. Puedo hacer lo que quiera y nadie va a detenerme. Acabo de hacer una estupidez que modificó a todo el país, sólo para ver si podía, y nadie me detuvo.

Durante varios días, leyó las noticias con atención, sopesando los resultados de su pequeña proeza y como la gente empezaba a hablar de ello. Los columnistas de toda la nación, los políticos involucrados, los dirigentes del SME, daban cada uno sus discursos basados en un deseo estúpido que tuvo. Sí, estúpido, pero propenso a cambiar el rumbo de una porción de la nación. Recordó a su abuelo, recordó su sonrisa maligna y su pose, cuando se recargaba en su asiento y prendía un cigarro sintiéndose el hombre más poderoso del mundo. No abrió el libro en ese tiempo, y tampoco habló otra vez con Lisa.

Todavía estaba un poco mareado.

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