martes, 20 de octubre de 2009

Un pacto



Mire usted; la verdad es que a mí nada me quita el sueño.

Creo que mi buen dormir tiene origen en un momento de mi infancia. Tendría unos cuatro años y era hijo único; mi habitación, viviendo en la casa enorme de mis abuelos, estaba lejos de la de mi madre. Los techos del caserón eran altos; las vigas de madera crujían todo el tiempo, la noche hacía ruidos macabros y a veces el aire olía a muerto.

Entonces llegaban. Yo lograba cerrar un ojo, pero con el otro claramente los veía: larvas repugnantes, gusanos gelatinosos, anélidos retorciéndose por la pared, por el piso, esperando sobre el quicio de la puerta hasta que alguien pasara por ahí. A veces dormía imaginando que mi cama era un fuerte y los parásitos no cruzaban mi línea de fuego. A veces recurría a la lamparita: la encendía bajo las sábanas y me imaginaba que era una fogata; los batracios, los ciempiés, nunca se acercan a las llamas.

Mi problema empezó cuando tuve que pararme en las noches. Mi abuelo, patriarca recio e intransigente, un día decidió que un nieto suyo no podía orinarse en la cama. Mi abuela cambiaba las sábanas muy temprano para que el abuelo no lo notara; pero nada en esa casa escapaba al cinturón de cuero bruñido que me partía en cuatro las nalgas cada vez que no llegaba al baño.

Lo que él no sabía es que el camino al retrete estaba plagado de anélidos, cresas, orugas y metazoos, de masas viscosas que se arrastraban con descaro y brillaban en la obscuridad. Hasta que un día me armé de valor y mirando fijamente al patriarca de los insectos, hicimos un pacto: ellos me dejarían pasar al baño; yo, a cambio, me volvería uno de ellos.

Nunca volví a orinar la cama. Mis noches de insomnio terminaron.

Casi medio siglo después, cuando escucho que la gente no puede dormir, sonrío para mis adentros. Los nuevos impuestos, el desempleo, el secuestro de un conocido, un colgado de un puente, dicen, les han provocado insomnio. De cuando en cuando me topo con alguno que me dice “descarado” y me pregunta cómo puedo dormir. Un día uno me aventó en la cara una foto en la que, con gran tranquilidad, duermo recargado en mi curul.

Yo frunzo el ceño y callo; jamás lo entenderían. Harían falta un abuelo autoritario y treinta y cinco años en el partido para saber que la única manera es pactar con ellos; que no hay insomnio que se resista si decides estar con los gusanos.

15 comentarios:

Serphy dijo...

linda analogia, me gusto.

PurpleK dijo...

pactar hasta con el diablo para vivir una vida tranquila... mmm.. interesante

tazy dijo...

kafka era priísta!

Chilangelina dijo...

No Kafka; en todo caso, Gregorio Samsa.

Unknown dijo...

Excelente!! Clap, clap, clap.

Pinkrobot dijo...

wow, realmente no me imaginé a dónde se dirigía el cuento y yo que estaba pensando que eso exacto me pasa a mí, tengo un buen control de mi vejiga, pero a veces no me levanto por miedo a las cucarachas :P

siempre me sorprendes chila, muy buen relato

Lu García dijo...

Si me da insomnio además de ser culpa de True Blood será culpa tuya... sigo masticando eso de pactar....

PEPMAC dijo...

No voy a dormir??? tendre insomnio por pensar en el "abuelo perverso", jejeje

La Rosy dijo...

Me gustó muchisimo. Supongo que enfrentar los miedos a cualquier edad te garantiza un descansado sueño.

Alejo Carpentier dijo...

Cada vez que alguien sin tacto y capacidad procura adentrarse a las implicaciones del sueño, el miedo y el insomnio a través de los temores infantiles, las humedades y la variopinta de seres, sombras y horrores supone que puede lograrlo a ritmos forzados con guiños lánguidos de Allan Poe, Kafka (?) y consideraciones personales.

Aquí la autora abusa de los vocablos propios de estos temas y en vez de pulir el paso narrativo, descubre situaciones convertidas por su mano en clissés y recurrencias.

Vaya, este relato es una mezcla forzada de un Quiroga vapuleado y un José Revueltas desnutrido en el apando. Por no decir que, para intentonas como ésta, lo que la autora requiere es talento, o espacio, o tiempo.

Saludos.

Chilangelina dijo...

Me encanta nuestro Alejo Carpentier versión Miami Sound Machine. (Jajaja, hablando de gusanos! Pero te queremos, pues).

ge zeta dijo...

Muy bueno. La analogía me gustó mucho.

Daniel dijo...

Un personaje, alter ego, Amber Aravena, temía sentarse a cagar, pues imaginaba una bestia en la taza del baño. Buen texto. DSB

Anónimo dijo...

Esta vieja escribe chingon..... me gusto el relato.........

Anónimo dijo...

¿Ya ves, Chilangelita? Hasta los gusanos se deben retorcer ante la tinta sangre de una AUTÉNTICA pluma.

Juan Manuel

Blogalaxia