sábado, 19 de diciembre de 2009

Palomitas.

No me acuerdo de dónde saqué la idea de que Luis Enrique podría ser un experto en temas de sexo, de verdad que no. Aquellas tardes satelucas en vacaciones de invierno, dejábamos un rato las patinetas y nos sentábamos en el estacionamiento a platicar. Era entonces presa de sueños confusos, estrenando sensaciones y pensando en la exactitud anatómica de mi musa. No había visto jamás una vagina, con o sin pelos, mucho menos sabía si en verdad se veían como la que le soñaba a Aída, porque en las revistas que se amontonaban en “La + 9Cita”, peluquería de mi tío José, las muchachas enseñaban, en el punto más atrevido del amontonadero de imágenes, una mata de pelos hirsutos, negros y tupidos. En mis sueños, Aída tenía un agujerito con repulgo alrededor, que se contraía y parecía tener vida propia, ¿quién sabe?, a lo mejor, debajo de aquella selva negra tenía La Princesa Yamal uno igual de mordelón.

Quique nunca pudo darme una respuesta que me dejara cien por ciento satisfecho. “El secreto es aprender a controlar tus sueños” – decía, muy seguro de sí mismo. “Ajá, pendejo, si” – pensaba, pero no quería burlarme de sus teorías, así que le rebatía de manera sutil. Le decía que es prácticamente imposible, por ejemplo, correr como sabes que corres cuando en el sueño va detrás de ti un tigre encabronadísimo, que se te hacen las piernas como de atole y casi te cagas, pero el puto tigre viene a todo tren, y para que te de tiempo sudar más y mearte entero, no te alcanza. Así mero pasaba con el agujerito de Aída, después del “desparamiento” tan difícil de superar, le acomodaba mi bichola en la entrada y a la hora de entrar, se cerraba y abría como trampa de Super Mario. “Trata de besarla, acaríciala, no la obedezcas y simplemente se la metas” – me dijo aquel día Quique y fue la última vez que hablamos mis sueños con Aída.

Pero como venganza del hoyo aquel, esa noche la soñé de nuevo. Se levantaba la falda de cuadritos y ya sin calzones ni pelos chinísimos, me enseñaba el boquete y ahí iba yo de pendejo, con el chile a media asta, a querer vencer la peculiar entrada, que se abría y se cerraba como jareta de mochila. Ella me miraba… yo, fuera del sueño, nunca le había visto a Aída esa mirada, de hecho, era medio pendeja, pero en el sueño tenía el fuego del mismísimo infierno refulgiendo en la mirada… ¡me la tenía que coger! Y ahí me tienes, de nuevo haciéndole la lucha, y para no variar despertaba con aquella punzada abajo del ombligo. Otro calzón casi nuevo que iba a parar como relleno de la pata de la cama… ¡que lavarlos ni que nada!

Entonces, como para convencerme de que estaba perdido, soñé brevemente que en el pastito que crecía en la base de los muros de la calle, encontraba monedas y más monedas, ya no me cabían en los bolsillos y pensé que lo mejor era ponerlas bajo la almohada. Si. Pude reflexionar con la cabeza fría en medio de la euforia de las monedas… por un segundo me sentí triunfador, porque podría decirle a Aída que dejara de mascar con el agujero aunque fuera un poquito como para que pudiera meterle mi ansioso miembro viril, pero… desperté y en chinga levanté la almohada. No, no tenía control de los sueños.

Entonces, vino una tardeada por el día del estudiante y yo, con una cerveza caliente de nervios en la mano, me le arrimé a la dueña de ese agujero malsano y hambriento. Un par de chistes y ya estábamos platicando… y tras hacer más suertes verbales que un charro con su reata, llegué al punto en que le dije más o menos que soñaba con ella. La cara de sorpresa y rubor inicial, se volvió agria cuando llegué al punto del agujero –pendejo- y justo cuando me iba a despedir para irme de nuevo al rincón con los cuates a criticar a los demás, me dijo - “la que hace esas cosas es Mónica, no yo”… bingo.

Moni, prima de Aída, efectivamente era menos intimidante, más jaladora y pude pensar por ello, que podría, por fin, conocer la verdad escondida dentro del matorral de pelos. Me fui en friega a sacarle plática y en menos de media hora, ya estábamos entrados en la charla también. Ustedes saben, no miento, pero de que se le mete a uno algo de este tono entre ceja, oreja y jefa, no hay pena que resista. Y efectivamente, nos citamos en su casa para que le enseñara mi disco de videos inéditos de Pearl Jam. Y efectivamente, ya me bullía la jalea de perla por que fuera sábado. Ya ni me acuerdo como fue que entré, me tomé dos vasos de chesco y me atasqué de palomitas de queso. Nos miramos. Pinche Mónica, me cae que si estaba como para comérsela, pero yo ya no quería comida, sino despejar mis interrogantes, así que le agarré una chichi. Esperé el madrazo… nada. Ella sonrió e hizo un giro gracioso con los ojos… ¡A huevo!

“¿Ya te han hecho esto antes?” – recuerdo que me dijo, mientras la miraba atónito hincada frente a mi. “No” – respondí, ronquísimo de nervios y con el culo apretado para que se me viera más tieso el chile. “¿Y esto”? – preguntó, con tonito putezco y la lengua de fuera. “¡No no no no no no, que la chingada!, ¡nunca de los nuncas, ni eso, ni lo otro ni nada, pendeja!” – hubiera querido responderle, pero en cambio, se me acogotó un débil e infantil “no”. Se sacó el short, se acomodó encima y con su mano, me guió… entonces, de plano, la tumbé en el sillón le abrí las piernas con rudeza y arrimé mi cara hasta su no-tan-pachón-agujero.

Y ya saben lo que vi, creo. Lo vi, quise ponerle un dedo adentro, cerciorarme de que no iba a triturarme el pájaro como una Pica-Lica Moulinex… entonces, Moni, jadeando ligeramente, dijo las palabras que jamás he de olvidar “¿Qué?... ¿quieres darle un besito?”… imagino que lo que dijo e hizo, fue con la mejor de las intenciones, por poner algo de sabor a nuestro encuentro, o simplemente porque también ella quería, pero… agarró mi cara firmemente. Yo, pendejo y atónito calculándole el dedazo, no lo vi venir… en vez de mi dedo más gordo, fue mi nariz la que fue a parar a aquel agujero. No mentiré. En aquella tarde de sábado, yo no estaba listo para iniciarme en el sexo oral y Moni, no aprobó para nada la vomerofilia. Fue verdaderamente mala idea atarragarme las palomitas y la coca… Si.

Le rogué, y no saben cuánto, finalmente, pudo más el bochorno que el miedo al agujero mordelón y lo hice. Empujé, y seguí empujando hasta que llegó la punzada y se me trababa la quijada. Moni me besó, yo me fui a casa corriendo.

Aída estuvo de nuevo mirándome fijamente. Yo, ya con el desparamiento superado, me le acerqué, retador. Abrió sus piernas y yo miré el fuego en sus ojos… “No tengo miedo” – le decía, confiado. Ya sabía yo lo que estaba escondido y podía manejarlo… me ponía en medio de sus piernas y entonces, desperté. Jamás volví a soñar con el agujero, ni con Aída. Ahora, sueño con Moni y la vomitada aquella, solo que estamos ambos dos desnudos en la plaza central. Extraño mucho al agujero.

4 comentarios:

Julio C324r dijo...

esta pendejada que?

Postdata dijo...

Je.

Salvadoreñitas (1, 3 añitos) dijo...

Tu licenciado en ciencias de la comunicacion de la autonoma de guerrero, tu elocuente y exitoso locutor am, tu ambicioso mara con senos, tu bebe julio cesar, SUCULENTO y moreno bloguero.

Alter Ego dijo...

Me está pasando lo mismo con una vecina...pero la imagino sin pelos.

Blogalaxia