martes, 1 de diciembre de 2009

Teoría y Práctica de Amores Infantiles



Karina Cienfuegos vivía en el departamento de arriba. A riesgo de volver más trillado este relato, voy agregar que desde niños teniamos juegos eróticos y fuimos grandes amigos.

Si, vivimos todos los lugares comunes que ustedes lectores quizá considerarían picantes, sensuales, pueriles, nostálgicos y comunes; sitios donde podrían reflejarse con una facilidad canallesca, porque estoy seguro que casi todos vivimos un amor infantil que pudo ser desde un beso hasta el frotamiento seco e inocuo de los genitales.

Pero no, no pienso estafarlos con un relato así. Incluso me resultaría aburrido escribir algo semejante. Por más giros y elipsis narrativas que utilice. El asunto con Karina Cienfuegos es otro, y trata sobre todo lo que debió ser y lo que al final fue y es.

A Karina yo la di por muerta un año después de mudarse de casa, luego de que mi mamá, compungida, me explicó que mi amiga había sufrido un accidente, y que había muerto con sus padres, desbarrancados todos en Salsipuedes, camino a Ensenada. Yo, que la quería verdaderamente, la lloré bastante y comprendí que jamás volvería a ver a la niña que hubiera podido ser mi novia en la adolescencia.

Pero cuando llegué a la adolescencia, y leí todo lo que por desgracia leí, convirtiendome y transformándome en un amasijo postinfantil de escepticismos, rebeldías y antagonías hormonales, recordar a Karina o el dolor que me provocó su muerte me resultaba un lugar común y cursi como el que más, y ofuscado por un cinismo de inadaptado, me convencí de que si Karina hubiera vivido para cursar conmigo la preparatoria, probablemente se hubiera convertido en otra tipa más, frívola, vanidosa, vacua y aburrida, preocupada por su delgadez y acomplejada por sus desigualdades y desproporciones fisionómicas. Era eso, o convertirse en una tipa inadaptada y solitaria, igual de insulsa que sus contrapartes populares. En verdad descubrí que el mundo entre las mujeres era muy difícil, cruel e hipócrita desde muy jovenes. No lo sé en otras ciudades, pero en toda la secundaria y preparatoria no conocí a ninguna mujer que me hiciera imaginar a Karina viva y sonriente, burlándose de mi mientras discutiamos la poesía de André Breton.

Luego, cuando me enrolé en la Legión Extranjera de Francia, la ausencia completa y tenebrosa de mujeres me reconcilió con el género. Me enamoré por primera vez a los 20 años de una polaca lánguida que se comunicaba conmigo en perfecto español, a través de aforismos categóricos que definian su opinión sobre las cosas, por ejemplo: El café corrompe, por eso lo tomo. También: Penetrarme despúes de haberte hecho sexo oral me deja un buen sabor de boca. Yo había olvidado por completo a Karina, pero la recordé cuando la polaca me convenció de contarle como fui desvirgado.

Decidí inventarme una historia; le dije que había sido con una tal Karina Cienfuegos, gran amiga de la infancia. No quise reconocer que había sido ella, la de Polonia, la primera mujer que penetré en mi vida.

Me pidió que la describiera, y primero sentí entusiasmo de hacerlo. Volví a ver a Karina acuclillarse para jugar conmigo en la tierra. La vi sonriente mientras veiamos televisión juntos, y la recordé sentada en el baño, orinando. Eran tres situaciones rígidas como fotografías, pero sin contexto aparente. Ya no pude recordar más, y todo lo que al final le describí, el cuerpo de la mujer que penetré por primera vez para mis fueros internos e imaginarios masculinos, era en realidad el potpurri visual de modelos, actrices pornográficas y estereotipos femeninos.

Descubrí, con muchísima ironía, que mientras evocaba con mucho deseo a una mujer que no fue, extraida de la figura incompleta de una niña, de una imagen cada vez más borrosa y estéril, también estaba olvidando a Karina, dejando desaparecer las figuras de mis remembranzas infantiles, convirtiendo en frescos inmóviles, entes inanimados o maniquies enhiestos, los personajes que habitaron mis primeros años de vida.

Cuando terminé mi contrato en la legión, regresé a Tijuana para visitar a mis padres y sumirme en los sobresaltos de una ciudad transformada. Al poco tiempo, mientras hablabamos de mis imposibilidades amorosas, de mi soledad y mis frustraciones, mi padre me reveló que Karina había sobrevivido al accidente. El estómago me dio un vuelco, y luego de catorce años de no verla, a mis 24 años de edad, la imagen sin movimiento de una niña acuclillada sobre la tierra recobró su contexto, y recordé que ese día, Karina no jugaba sobre la tierra, sino que intentaba enseñarme a orinar como ella, como las niñas. Le dije a mi viejo, por supuesto, que necesitaba volver a verla.

Me dijo que la hallaría en la subdelegación Sánchez Taboada, en los linderos del Reacomodo. Creo que se casó, me explicó. Pero no lo sabía con exactitud.

Sin embargo, descubrí además que se había casado con el pastor de una iglesia de corte Bautista. Un hombrecillo veinte años más viejo que ella, pero que trabajó en el orfanatorio donde vivió después de que sus padres murieran.

Al reconocernos nos abrazamos con timidez ceremonial. Me hizo pasar a su casa, y al acercarme noté que no usaba pendientes; que nunca había tenido sus orejas perforadas. Luego vi y supe que ella jamás me hubiera desvirgado. Su rostro y su cuerpo eran peregrinos, como de una mujer ajada que solo puedes imaginar frente a una estufa sempiterna, de olor a clavo o perejil. Su esposo me ofreció agua de melón, y yo les conté la vida en la legión, la vida en las misiones militares en Africa. El me habló de Cristo, de la importancia de aceptarlo en el corazón, e incluso me ofreció aceptarlo en el mío, y yo acepté por compromiso, y para no ofenderlo y poder seguir con ellos, intentando comprender la vida y el rumbo que había tomado Karina Cienfuegos durante todos los años que la creí muerta y luego inmóvil en mis recuerdos.

Antes de comenzar a orar con su esposo, ella se levantó del sillón, disculpándose para dejarnos solos durante el ritual. A mi me resultaba anodino, campirano y tercermundista todo el trance, pero en realidad estaba aturdido; nada correspondía al mundo que soñamos, a los escenarios que hubieramos deseado tener y que se esfumaron como especulaciones surreales. Cuando la vi alejarse noté que cojeaba al caminar, y que tenía una secuela en la cadera. Su cuerpo era rollizo, y adiviné la carne de sus brazos, las lonjas y estrias de sus dos hijos.

Mientras recibía a Cristo en el corazón, tuve ganas de llorar por todo lo que no fue, por todas las Karinas imaginadas que me acompañaron.

Quien iba imaginar que tú te ibas a meter de soldado, me dijo al despedirse.

Y quien iba imaginar que todo este tiempo estuviste viva, condenada, le respondí.

Comentarios et al en: manuel@recolectivo.com

13 comentarios:

Dib dijo...

¡Mergas!

¡Pero qué buen texto!
Hacía mucho que no disfrutaba tanto un texto en Recolectivo.

¡Felicidades!

admin dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
SK dijo...

ouch.

Muy buena historia y texto.

Anónimo dijo...

hacia tanto tiempo que no veia pura pendejada escrita junta

Chilangelina dijo...

Qué buen texto; fluye impecablemente.

Manuel Lomeli dijo...

Chale, yo también hacía tanto que no veía tanta pendejada junta...

Es mejor la pendejada separada.

Jojojo.

Meryone dijo...

me gusta, me gusta

Daniel dijo...

Cienfuegos es siempre un apellido cachondo para una morra, no se si evoco a Caridad Cienfuegos de Brozo o a una poeta que se apellida así. Buena historia.DSB

Anónimo dijo...

esta cañon!!!

Anónimo dijo...

Cienpeos me parece mas adecuado

Turner dijo...

Perfecto..
La realidad siempre termina imponiéndose ante lo ideal.
Tal vez él hubiera preferido que de verdad estuviera muerta y conservarla así para siempre

Manuel Lomeli dijo...

Es impresionante ser bien interpretado, Turner. Te lo agradezco.

Basicamente definiste la idea esencial de mi mamotreto. De verdad, muchas gracias.

Saludos, y gracias a todos por leer.

Anónimo dijo...

Excelente, inigualable, el mejor post que he leido, pinche Yordi Rosado vas mejorando.

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