viernes, 26 de marzo de 2010

Al gran solitario le falta su familia. I'm the man who walks alone. Bueno, lo era. Desde un tiempo para acá, digamos casi once años, camino acompañado, lo cual no deja de ser hermosamente extraño. A veces creo que torcí el destino, que alteré el pathos. Adicto a mi soledad y a mi silencio, me aferro a los míos. Cuando ellos no están en casa, aunque sólo sean unas horas, son suficientes para saber que este sitio sin ellos no tiene sentido. El solitario necesita a los suyos. En esta cama somos tres y cuando esta cama te espeta con semejante desparpajo su vacío, sorprendes al obseso individualista extrañando a los suyos.

Desde muy pequeño experimenté una obsesiva devoción por la soledad. Vaya, tal vez parezca extraño escuchar a un niño decir “quiero estar solo”, pero algunas veces manifesté abiertamente ese casi omnipresente deseo, para sorpresa (y acaso horror) de los demás. A la fecha la situación no es muy distinta. La vida cotidiana me condena a tener que vomitar varios miles de palabras al día, a decir y escuchar cosas que no me interesan, que me valen un reverendo carajo. Palabras, palabras y más palabras innecesarias, absurdas, prescindibles. Ridículas peroratas apestadas, solemnes letanías de lo estéril. Hablas, saludas, respondes cualquier cosa a alguna trivialidad, finges interés en algo que te da lo mismo antes de volver a tu práctica escapista. Estás pero no; en verdad yaces lejos, muy lejos. Tírame un cable a tierra, pero ese cable me estorba. Inmerso en mi diálogo interno, en mi compulsiva alucinación, en mi vicio incurable de hablar solo. Y sin embargo, soy un hombre de familia y amo a los míos.

Sí, es cierto, las más de las veces prefiero la soledad a la compañía. ¿Aburrimiento? ¿Hastío? No, jamás he sabido lo que es aburrirme solo. Puedo pasar horas y horas en soledad sin que llegue un momento en que me sienta harto. Las más de las veces mis pensamientos o un libro son la mejor compañía. Y aún así tengo algunos amigos entrañables, (pocos, poquísimos) con los que puedo pasar varias horas hablando. Ser padre de familia significa que pase lo que pase debes luchar por vivir.

Durante años me consideré un suicida al estilo Harry Haller. La vocación suicida te hace ser fuertísimo pues huérfano de dioses y causas, sabes que en esta fiesta estás porque quieres y te largarás de aquí en el momento en que lo desees. Nada te obliga a quedarte más tiempo. Apenas aparezca el primer achaque o el primer sinsabor y dirás adiós o acaso resistirás, sabiendo que la hora de apagar la luz depende de ti y sólo de ti. Ser suicida te hace fuerte, inmensamente fuerte.

Sin embargo, al ver los ojos de mi hijo tratando de enfocarme, se que pase lo que pase debo aferrarme a vivir. Por primera vez la vida tiene un sentido concreto y específico. Un sentido lindo y enquehacerador.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Un magnífico aliciente para quienes por cobardía, incertidumbre o egoísmo no nos hemos aventado a la aventura de ser padres... ¡Gracias!

Alina dijo...

:) si el silencio de la soledad parece ser adictivo... a mi tambien me encanta estar sola pero la compañia de la familia es enrriquecedora!!!
Saludos!!

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