sábado, 20 de marzo de 2010

Edecán de Gatorade


Impulsados por esa vanidad de juventud, unos compas y yo decidimos inscribirnos en un gimnasio.

Unos brazos fornidos mal dibujados formaban la “u” del nombre “Mundo Gym”; la “o”, por obvias razones, era un planeta tierra. Era un lugar baratón, de esos con instructores barrigones y aparatos oxidados que rechinan.

Mis compas el Chango, la Rata y yo agarramos bien en serio la disciplina del gimnasio: comíamos puro atún, comprábamos (nos robábamos del Sanborns) revistas de fisicoculturismo y caminábamos como si cargáramos sandías invisibles bajo los brazos. También pasábamos las horas frente al espejo haciendo caras de estreñido mientras tensábamos los músculos; acá, bien mamones.

En esa época no existían los Fotologs ni el Facebook, pero si hubieran existido, de seguro habríamos subido nuestras fotos sin camiseta, con lentes oscuros y en poses de “bato mamey”. Lástima que no había esa tecnología, pues ahora tendría una razón valida para suicidarme de la vergüenza.

Un día al Chango se le ocurrió ir a una “agencia de modelos” (que no era otra cosa más que una oficina en el centro de la ciudad que jineteaba edecanes) y lo contrataron para unos eventos que organizaría Gatorade: unas carreras de 10 kilómetros.

En el gimnasio el Chango nos comentó que necesitaban más gente, que la paga era buena (buena para un morro de 18 años sin trabajo) y las “modelos” (edecanes femeninas) estaban mejores. La Rata y yo fuimos a pedir la chamba y también nos la dieron.

La semana antes de la carrera nos metimos horas extras en el "gym" para ponernos bien He-manes y apantallar a dos que tres morenazas que habíamos visto el día de la capacitación.

El viernes nos citaron en la “agencia de modelos” para hablarnos sobre la logística del evento: cómo preparar los tambos de Gatorade (que era en polvo), cómo servirlo y cuántos vasos repartir. Algo muy cabrón y complicado, actividad exclusiva de genios fortachones como yo en ese tiempo.

El pedo empezó cuando el mero mero dijo que el evento empezaría a las 7 de la mañana y había que estar anca la chingada de lejos de mi casa a las 5 y media. Desde ahí empecé a desmotivarme bien cabrón. Lo único que me motivaba a levantarme tan temprano era ver a las morras en el shortcito blanco que les habían dado como uniforme y que estaban obligadas a usar ese día; pero, al ver su expresión cuando escucharon la hora de la madrugada, me imaginé que no irían.

Total que preferí dormir horas extras ese sábado y dejar mi profesión de “modelo” de Gatorade por la paz, snif.

Recuerdo que el dueño del changarro, indignado, me habló a las 6 de la madrugada para decirme que era un “poco profesional”, que ya debería estar ahí (el Chango y la Rata tampoco habían llegado... ni llegaron, jaja), que me tomara el trabajo en serio y bla bla bla. Desconecté el pinche teléfono y me volví a dormir. Mi papá me pedorreó al día siguiente por la hora de la llamada -que lo había despertado-, y más me pedorreó cuando se enteró que había sido una llamada de un trabajo al que no asistí, jejeje.

Pero es que ¿quién chingados se va a tomar en serio un trabajo en el que hay que estar a las 5 y media de la mañana para servir Gatorade en vasos?
Blogalaxia