Rosa había pasado las de Caín para entrar en el flamante vestido rojo que adquirió durante las ofertas navideñas. Largas sesiones de spinning en el gimnasio, varias semanas de una absurda dieta a base de manzanas y uno que otro recurso cuestionable como el uso de diuréticos y laxantes antes de irse a la cama dieron frutos la mañana en la que la báscula por fin registró los 55 kilos que se había puesto como meta.
Solo entonces se animó a probarse el costoso modelito de Purificación García que llevaba meses guardado, con todo y etiquetas, en el fondo de su closet. Rosa se quitó la pijama y se puso el vestido muy lentamente, la prenda se deslizó suavemente sobre su piel como una caricia que la envolvía y se ajustaba a ella como una segunda piel.
Luego, se apresuró a buscar dentro de su guardaropa la caja de zapatos Nine West que compró junto con el vestido en las rebajas navideñas. La postura que le daban los tacones altos favorecía la redondéz de sus piernas y la firmeza de sus glúteos, ejercitados durante semanas con interminables flexiones y ejercicios con poleas.
Rosa se miró en el espejo complacida. Recorrió con sus dedos la tela del vestido imaginando que eran las manos de Fabián, el nuevo sub gerente de Mercadotecnia, las que la tomaban del talle.
Le había echado el ojo a Fabián desde que llegó a la empresa. Además del tema físico, le llamaba la atención su extrovertida forma de exponer las campañas de publicidad en las juntas de planeación y la varonil de su vestimenta, -generalmente negra como buen diseñador gráfico- con que solía vestir.
Sabía de sobra que ella no le era indiferente. En varias ocasiones lo sorprendió mirando el escote de su blusa y la abertura de su falda mientras revisaban el plan de medios de alguna campaña. De modo que Rosa se propuso administrar la calentura de Fabián, hasta la fiesta de aniversario de la empresa Tequilera donde ambos trabajaban. Varias semanas coqueteandole por mail, llamándole a su extensión sin motivo y coincidiendo “casualmente” en la copiadora y en la estación del café sin concederle “la cenita” que él varias veces le propuso. La espera terminaría cuando la viera en la fiesta luciendo el vestido rojo infarto con el que finalmente lo conquistaría.
La experiencia de los años desperdiciados en relaciones infructuosas con patanes igual o más “caritas” que él le daban grandes ventajas sobre las niñas que le tiraban la onda en la oficina. Rosa confiaba en su habilidad para trazar estrategias y administrar el entusiasmo de los hombres. Fabián no lo sabía, pero era un un pez con el anzuelo atado a su línea, una presa que podía jalar a su lado con simples promesas, como el regalo atrasado de cumpleaños -que prometió darle esa noche después de la fiesta- y que sería algo tan intenso, que lo haría sonreir el resto de la semana.
El día de la fiesta, Rosa se dio el lujo de rechazar la invitación de Fabián de pasar por ella. Los ánimos se le desbordaban, pero no podía cancelar su cita en el salón de belleza donde la peinarían y maquillarían. Le agradeció la atención con un beso en la comisura de los labios después de advertirle que se pusiera guapo, pues esa noche solo bailaría con ella.
Como suele pasarle a muchas mujeres, Rosa tardó demasiado en arreglarse. A pesar de llevar los zapatos bajos que guardaba en su bolsa para caminar más rápido, llegó al salón de eventos donde se llevaría a cabo la fiesta dos horas y media después de la cita.
Como esperaba, las miradas de sus compañeros se enfocaron en la voluptuosidad de sus carnes y la brevedad de su vestido rojo. Las mujeres, en cambio, se limitaron a increpar los zapatos bajos que había olvidado cambiarse.
Rosa se limitó a saludar de vista a sus compañeros poco antes de correr al baño para calzarse los costosos zapatos que llevaba en su bolsa. Caminó a los baños y en el trayecto encontró a Fabián en un rincón oscuro, escandalosamente borracho y en pleno faje con Kelly, una joven becaria de contabilidad, tristemente célebre en la oficina por sus escandalosos piercings y su fama de zorra.
Rosa se volvió decepcionada, se alejó del lugar refugiandose en un pequeño jardincito improvisado como “zona de fumadores”. Hasta ahí la siguió Fabián con una trago en la mano.
- Es que, te vi medio ocupado y no quize interrumpir…
-¡Ashhh! No te preocupes por esa escuincla. Ya le di el cortón, ya sabes que esa niña lo que tiene de chiquita lo tiene de putita.
- Fabián, no crees que… - dijo Rosa con una sonrisa irónica mientras buscaba algo dentro de su bolsa.
-¿Qué buscas? Deja… deja ahí, en mi depa tengo condones... ¿Porque no nos vamos de una vez y me das lo que…
Fabián no terminó de escupir la frase. Justo entonces, un sólido y seco golpe impactó su rostro. El tacón golpeó tan fuerte su quijada, que una abundante hemorragia comenzó a brotarle de la boca. Rosa sonrió y se alejó apresuradamente del lugar.
Buscó en su teléfono celular el número para llamar a un taxi mientras escuchaba a lo lejos, como Kelly se cobraba las injurias golpeándolo sin misericordia con los tacones de sus zapatos.
“Menos mal que lo rojo de la sangre se disimula un poco sobre la ropa negra” - pensó Rosa mientras salía del lugar.
7 comentarios:
Dos que tres detalles de dedazo en la redacción, pero en general, muy bien abordado con respecto al tema de la semana. Al menos, se sale de lo que yo esperaría de tal temática.
Saludos.
¡Original! jajaja. Y concuerdo con Danielov, una forma distinta de salirle al tema.
Jaja, muy entretenido
¿Original? JUAS, está lleno de clichés.
"La experiencia de los años desperdiciados en relaciones infructuosas con patanes"
¿Abundan tanto?
YoSabina
Desde mi punto de vista, hay más de una manera de interpretar el desenlace, moraleja, en fin no sé como llamarlo: por un lado ella se lo buscó, por hacerse tanto la interesante, y por otro las cosas suceden por algo; la embriaguez del tipo le reveló su verdadera naturaleza... pero se siente gacho que se te derrumbe un plan de esa forma... ni modo ai pa la otra...
Ñahhh pura mamada, esta de la chingada.
Ah y la Yo Sabina me cae de madres que esta bien pendeja.
Chias.
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