martes, 18 de mayo de 2010

El arroyo hacia la caja de musica



Entonces Paul contempló a Teresa sentada en el arroyo. Él tenía el rostro radiante, y estaba muy serio. Ella paseaba sus manos sobre la corriente, y cuando lo vio, imaginé que le dijo, anda, quitate la ropa y ven.

Yo observaba todo desde la tirolesa, y aunque ellos no lo notaban, ya estaba completamente desnudo. Les grité: anden, tengan sexo enfrente de mi, que desde arriba lo puedo ver todo. Despúes me puse a bailar como energúmeno en la plataforma, riendome y celebrando mi desnudez.

Mareado, me detuve con el sol en mis ojos. El cielo brillaba sobre las altísimas paredes de piedra de los cerros. El aire corría como serpentina perezosa, y sentía su frescor en las nalgas, en mis orejas y en mis manos. Abajo de mi había una escalera, y a los lados, árboles que se estremecían entre el rumor del agua y el vaivén de sus ramas. Me puse a orinar, y el chorro amarillo y lustroso se fue de izquierda a derecha, en un estallido de gotas que cayeron a muy poca distancia de Paul y Teresa.

Vociferé: Perdonen, fue el viento. Me tomé de la tirolesa y me lancé sobre el arroyo, hasta derrapar sobre el agua y detenerme por completo sobre la arena, para luego correr hacía ellos, hirsuto y cínico, enlodado y congestionado de risa.

La vida completa cabía en ese pedazo de arroyo. Una historia dulce, y falsa, que comienza con liebres que se detienen a la mitad del camino, mientras corren de un viñedo a otro, mordisqueando los rosales que coronan las filas de la vid y la tierra roja y macerada. Yo estoy aquí - soñaba - con mis pies sobre el silicio titilante de la arena, con Teresa y Paul, con Teresa besando a Paul y luego besándome, luego acariciando mis brazos, viendo a Paul sonrojarse, dormitando de placer. Es Teresa a nuestro lado, con su cabello negro adúltero, mintiendo, escribiendo una historia diferente cada fin de semana.

Entonces contemplo a Teresa sobre al arroyo. Paul a su lado, todavía vestido, con los pantalones mojados, y ella llora. Nadie está invitando a nadie a desvestirse. Ya no puedo imaginar nada: todo está ahí y los sonidos son completos, audibles como los árboles, como mi agitación, todo es evidente como mi pene imprudente e inevitable. Me sentí como el primer hombre en la tierra, descubriendo el dolor del otro diluido entre el agua, en una infusión de tragedia y barro.

Hubiera querido asexuar mis pasos, emascular mi aproximación, antes de descubrir el hilo rojinegro que manaba delgado por entre la pierna de Teresa. Tendré que decirle a mi esposo que perdí su hijo, murmuró, desangelada, viendo su sangre respirar entre el caudal del agua y las piedras. Antes de pedirle que se levantara, vi un coágulo varado entre el musgo de la orilla, a pocos metros de ella, corriente abajo. Sentí un asco profundo, un desprecio absoluto por toda la sensualidad perdida entre el súbito aborto y el adulterio. Pude verme atrás de ella, poniendo mi pene entre sus nalgas, penetrandola, mientras mi amigo le besaba enfrente, los tres con toda la carne ahí, inexistentes para un padre que acaba de perder a su primer hijo.

La levanté de los brazos. Paul estaba anonadado, e inútil. Nos siguió convertido en imbécil mientras la llevé entre brazos hasta el vivac, para meterla a la tienda; le dije que no estaba sangrando demasiado, pero que debiamos volver a la ciudad. Vístete, me pidió: vístete y cuando estemos llegando a Tijuana háblale a Gonzalo con mi celular y dile que no voy a volver. No digas pendejadas, farfullé.

Pero al llegar a la ciudad nos convertimos en canallas. Ya no eramos amantes. Eramos parias, cada uno a su manera, y la ciudad absoluta se imprimía con nuestros secretos, sin cortapisas ni eufemismos. Cada uno pirogrababa sobre los toldos, sobre las alzadas y muros de las naves industriales, sobre la caja de las marquesinas y la fotografía de los espectaculares, recados y mensajes de despedida para el otro. Mensajes llenos de nausea y pesadez, que perforaban el acero de las maquiladoras transformándolo en el cilindro infinito de una caja de música, que susurra arrepentimiento y desgano. Descubriendo, quizá - al menos yo - que la ciudad nos libera de todo.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

bien, jordi, todo por eso me iré coger a tu mamá, para que tengas otro hermanito

Anónimo dijo...

segundis en quererme coger a la Mamanuela...

Guffo Caballero dijo...

Muuuy chingón...
El arroyo, los cerros, la arena, los pellejos... snif.
Saludos.

Anónimo dijo...

jalame los pellejos, 4-1

Anónimo dijo...

chinguen a su amdre la bola de ojetes, ora si 4-1

Anónimo dijo...

vmasdfopmrfimpmiperg

Anónimo dijo...

Vaffanguffo...

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