Su nombre iba a ser Jorge. Igual que él. Ella sabía que sería niño. Lo sentía. Jorge siempre quiso un varón con su nombre, y ella siempre le dio lo que quiso. Por eso cuando ella sostuvo con sus manos temblorosas ese artefacto blanco con dos líneas azules, lo supo. Supo que era varón. Y que lo llamaría Jorge.
El café estaba caliente, demasiado para saborearlo. Aún así ella le dio un trago largo. Le quemó la lengua… la garganta. Y aguantó. Trataba de sentir un dolor distinto. Pero sus pensamientos le llevaron de nuevo a recordar los ojos de Jorge, y lo feliz que era ella en sus brazos… Lo feliz que siempre fue en sus brazos. Y lo conflictivo que le fue siempre tratar de atrapar esa felicidad.
Jorge pequeño pudo ser esa oportunidad que Daniela buscaba de –ahora sí, con todo el derecho y obligación- vivir para hacer feliz a alguien más. Lo imaginó desde que lo sospechó: pequeño e indefenso. Y lo adoró. Lo adoró con ese miedo que tienen las mujeres que no tienen los modos económicos para salir adelante. Tuvo miedo de necesitar más a Jorge, pero también la hermosa sensación de que ahora sí, él tendría la obligación de estar con ella… que dejaría de dudar y aplazar las cosas. Que se terminarían sus indecisiones, que se casarían, que, después de tanto tiempo al fin estarían juntos. Que quizás Jorge pequeño era la razón que necesitaba su relación para madurar.
Se imaginó al pequeño creciendo en su interior, se imaginó su voz y su llanto. El miedo a la dependencia que le tenía al hombre que amaba se aplacaba con sus ilusiones, con la visión de una familia. Era un reto extraño para ella ocultar los achaques, quería encontrar la forma perfecta de darle la noticia. El momento perfecto.
Y sucedió un domingo.
En esa pequeña ciudad, los domingos era particularmente difícil escurrirse a un motel en la tarde sin que alguien te identificara de camino, así que solían ir al cine o al parque. En ocasiones Daniela recordaba cómo era el parque ocho años atrás, cómo era Jorge ocho años atrás, como era ella ocho años atrás. Y trataba de mirar ocho años adelante: con un mocoso de cabello castaño, de ojos oscuros, delgado y sano, aprendiendo a andar en bicicleta. Miró a una joven pareja con un recién nacido y sonrió.
10 comentarios:
pssss...si; asi es la realidad. Hay cabrones que nunca estan listos para ninguna responsabilidad, pero no nos queremos dar cuenta de la razon que hay justo a la mitad de tu relato. Por cierto, que buen relato.
POR Q !!!?? OSTIA TE MOLESTAS???
EN VERDAD LARGO DEL COLECTIVO!!
un flashazo ilustrativo de lo que acontece a diario en la vida cotidiana... esgrimimos la abrumadora responsabilidad que implica ser padres para evadirla indefinidamente... Que chingones (léase "ojetes") podemos llegar a ser los hombres cuando nos lo proponemos... buen post!!! esas estampas instantáneas neta que se te dan............
El perron: Muchas gracias, lamentablemente es cierto. Hay personas que nunca se les da, lo cual es muy respetable. Lo gacho es cuando tienen gente esperando. Saludos.
Anónimo: Hable con el moderador del blog, en los comentarios se atienden puro chisme respecto al texto y buena vibra random.
elvis: Me creo mucho por tu comentario respecto a las estampas. Gracias. ^^
Si bien es infinitamente triste, depositar la responsabilidad de tu felicidad en otro, nunca puede llevar a buen fin.
RAH: exactamente!!. ^^ Saludos.
Que bonito. Lo de la cafeina sip, y con el internet es una mezcla letal blogorifica.
jajaja adictos al café forever :P. Saludos!
pues una vez más me gustó tu relato =) bien Kuruni!
Sentí la tristeza de Daniela sin ser mujer. Me encanto..
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