En un principio hasta me gustaba...

La película no había sido ni la mitad de buena de lo que la cartelera prometía. Salí de la sala con el amargo sabor de haber sido estafado, además del molesto dolor de un hueso de palomita atorado. Ni sexo, ni senos, ni acción, ni sangre, pura mierda. Desprovisto de cualquier emoción me dirigí al tocador con la única idea de cambiarle el agua a las aceitunas y sacarme aquél martirio de la boca. Camine por el pasillo del cine pisando una gran cantidad de rosetas de maíz caídas. Justo cuando me encontraba a punto de entrar al baño para varones, el grito de mi nombre en la melodiosa voz de una fémina me saco del letargo emocional en el que me hallaba.

Inquisitivo me di la vuelta y empece a buscar a la autora de aquél llamado, la encontré del otro lado del pasillo. Un pantalón entallado que no dejaba a la imaginación sus torneadas piernas, un escote que acentuaba sus generosos senos, y una blusa que se amoldaba perfectamente a sus escandalosas curvas. -Ya chingue- pensé. Se dirigía a mi con toda seguridad y una sonrisa tatuada en el rostro. Por mi parte, caminé viril hacía ella moviendo de más el dorso, sacando el pecho y tensando los bíceps. Hasta el pinche dolor se me había olvidado. Calculaba mis posibilidades: sabía que acababa de regresar de viaje, no tenía novio, habíamos bebido alguna vez un par de tragos, y estaba seguro de que le gustaba. Sin dilación, me beso y me abrazo. Me estremecí con el contacto de aquellos bultos. Fueron un par de segundos que se me antojaron agradablemente eternos. Mis manos en su cintura, y sus senos en mi pecho. Qué otra cosa puede pedir un hombre. Una vez terminado el ritual de cortesía quedamos a escasos centímetros uno del otro. -Ya chingue- volví a pensar. Su boca se empezó abrir, pude ver el gloss en su labios deshilachándose entre ellos.

-¿Dónde te habías metido?- preguntó curiosa. Nauseabunda situación. Una arcada sacudio mi cuerpo y con el, toda virilidad. El fétido aroma que emanó su boca me abofeteo el rostro, fui sacado brutalmente del trance libidinoso que me embriagaba. Su curiosidad era una cloaca. Aquél aliento de mierda sobrepaso sus piernas torneadas o sus generosos senos. -Por ahí- replique, y di por zanjada la conversación con el clásico -luego nos vemos, iba a cagar-. Con un rápido movimiento le di un beso de despedida en la mejilla haciendo un esfuerzo por contener la respiración y así, evitar la pena de aquella asquerosa pestilencia.

Esboce la mejor sonrisa hipócrita que pude sin dejarle derecho a replica, la deje con la palabra en la boca y su repugnante aliento en el aire; cobarde, me resguarde en el cobijo del mingitorio. Trate de tomarme el tiempo del mundo en aquél refugio. Respire hondo y profundo en aquella higiénica guarida. Me lave rostro, orine con especial atención en vaciarme enteramente, sacudí un par de veces mi pene, le baje, use jabón, seque mis manos en ese artilugio que saca aire, incluso charle con el hombre que se dedica a dar toallas. Cuando salí ya no estaba. -Ya chingue- acabe pensando.

Hace unos días me saludó por facebook. No le respondí. En un principio me caía bien, incluso hasta me gustaba. Hoy me cago en ella.