lunes, 13 de abril de 2009


Raúl era un niño tres o cuatros años mayor que yo, que vivía una cuadra abajo de casa de mis papás. Lo respetábamos porque él era el pitcher más veloz de la chafísima Liga Pequeña de Beisbol de Colinas de San Jerónimo. Su greñilla en la nuca y su derecha impecable lo colocaban en un lugar privilegiado del suspirómetro entre las niñas de la colonia.

Yo era una nalga con moretones en el diamante, -sobre todo a la hora de batear-, y temblaba cuando me tocaba el turno en el home. En cambio, veía a Raúl parado allá en la lomita muy seguro de sí mismo mientras en las gradas oxidadas se escuchaba el grito de: "¡Póoonchalo, Raúuuul!". Generalmente me ponchaba con tres rápidas rectas, una de ellas a la altura de una piñata.

Sin embargo, pese a la diferencia de edades y de talentos deportivos, Raúl me buscaba mucho. Yo no entendía porqué yo le caía tan bien, pero me gustaba esa lealtad suya. Me enseñó a fumar y a dominar la técnica hostil del "garnuchazo", pero además fue el encargado de arrebatarme la inocencia diciéndome tres verdades: 1. santa clos no existe, 2. los niños no vienen de París y 3. los niños pueden masturbarse. Esta última revelación fue a la que saqué más provecho, debo admitir.

Así de un jalón y sentados arriba del pasamanos del parque, Raúl me quitó la venda de los ojos. Lo peor de todo fue llegar esa noche a mi casa y verle la cara a mis papás. Por un lado sentía que me habían engañado, pero al mismo tiempo me provocaron una ternura rara porque ellos no sabían lo que yo ya sabía de ellos ¡y de la vida!. Obviamente me hice pendejo la siguiente Navidad... y mi mamá seguía preguntándome porqué me tardaba tanto en el baño (¿?).

Aquélla vez Raúl exageró cuando dijo que para "hacer un hijo" los papás tenían que penetrar a las mamás dos horas seguidas. Todos los hombres sabemos que ni la cuarta parte de ese tiempo se requiere para que nuestras mujeres cambien los tampax por las pastillas de ácido fólico. En fin, cuando cumplí 11 o 12 años, Raúl ya iba a quinceaños y poco a poco la diferencia de edades se hizo inaguantable y terminó por distanciarnos definitivamente.

Hace unos meses lo vi de lejos y ambos compartimos un saludo débil de cejas, ése gesto incómodo que usamos cuando no queremos acercarnos a saludar de mano porque en realidad nadie tiene algo que decir. Raúl iba con su esposa y con sus dos hijos, los cuales tienen casi la misma edad en la que nosotros nos hicimos amigos. Por un momento se me antojó acercarme y decirle en voz alta: "Cabrón, ¿ya le dijiste a tus hijos que santa clos no existe, hijo de tu pinche madre?...".

11 comentarios:

miffie.melon dijo...

no existe? o_o

mugroso dijo...

jajaj ...me gusto debo admitirlo.

Unknown dijo...

Es la misma sensacion que cuando te explican lo que puede significar "tengo atrasado el periodo"

Do the Doo dah dijo...

Haha yo me encargué de ser el "Raúl" de mi hermanito... con sus debidas excepciones, ob-via-men-te.

Adrián dijo...

Creo todos hemos tenido un amgigo, conocido, vato culero que nos abre los ojos y pues ni pedo ¿pero bien que te la jalabas verdad hijodetuputamadre? jajaja

Saludos, buen post.

avicena13.wordpress.com dijo...

Un final muy bueno, jaja. Enhorabuena

MinnaSade dijo...

Ha ha, me gusto, cosas de la vida, todos tenemos de esos raules, efectivamente.

Minna

Guffo Caballero dijo...

Jojojojojo... por eso no te quiso saludar, por temor a que le quitaras la venda de los ojos a su hijo en venganza, jaja.

Romina Power dijo...

Pero los Reyes Magos sí existen...


¿Verdad?

Pelo dijo...

Jajaja, me gustó mucho Mr. Ñets :D

Anónimo dijo...

kiampick!

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