Proveedora de últimas voluntades

Mi abuelo siempre nos contaba historias de Pancho Villa. De los días en que vivía en Parral (Chihuahua) y cuando, ante la alharaca del pueblo, acudió a ver los restos de la balacera que acribilló al centauro del norte. De cómo él y sus hermanos vieron al muertito y se robaron una moneda que encontraron en el lugar de los hechos.

Yo apenas y sabía de la Revolución, pero mi madre acostumbraba peinarme con dos trenzas, las cuales mi abuelo jalaba con cariño y las llamaba "trenzas revolucionarias". Me sentía muy orgullosa de mi look.

Una vez nos contó de los fusilamientos durante la revolución y nos quedamos impactados. Nos habló del juicio marcial y los asesinatos contra la pared. Nos dijo que un amigo de Papito (el bisabuelo) estaba en ese pelotón asesino y se encargaba de satisfacer la última voluntad de los condenados. De cómo, a pesar de ser tiempos de carencias, él se esforzaba mucho en conseguir lo solicitado por el futuro muerto, que principalmente consistía en mujeres y alcohol.

Fue entonces que mis primos y yo comenzamos a jugar al fusilamiento. Como pronto nos aburrimos de únicamente disparar y caer al piso dando gritos de dolor y maldiciones, empezamos a hacer juicios marciales y a solicitar últimas voluntades. Como el alcohol estaba resguardado celosamente y las únicas mujeres que conocían mis primos eran a mi hermana y a mí, decidimos utilizar comida. Nos robamos leche, huevos y jamón. Todo el alimento se servía crudo, ya sabíamos de la ilegalidad de robar comida y la prohibición de encender la estufa. Los combinábamos con pasto, tierra, flores y galletas, lo que hacía una gran comida gourmet.

Coincidió también que uno de mis primos representó al cura Hidalgo en la escuela y se aprendió un gran discurso que exclamaba justo antes de ser ejecutado. Fue entonces que comenzamos a ser héroes fusilados. La representación era principalmente por parte de mis primos, siendo Hidalgo y Juárez los más socorridos. Cómo yo sólo conocía a Josefa Ortiz de Domínguez y no me latía su look enchongado, casi no era asesinada. Sin embargo, era la encargada de preparar el delicatesen que ya comenté.

Hoy me doy cuenta que fue un desperdicio no haber caracterizado a la castradora queretana original. Y todo por principios de fashion. (¿Quién se sabe el nombre del corregidor? Es Miguel, pero yo soy ñoña y se esas cosas)

Cierto día, mi abuela pasaba por el parque cuando escuchó la dulce voz de mi primo entonando palabras de amor, respeto y valor a la Nación. Se sentó en una banca a contemplar a sus patriotas nietos. Acto seguido, lo matamos. Mi abuela soltó un grito y nos regañó por andar matando a la familia y por desperdiciar comida.

Y así se terminaron los fusilamientos y las últimas voluntades infantiles. Supongo que el regaño de mi abuela surtió efecto porque ahora todos tragamos como si no hubiera mañana y a ninguno nos ha dado por matar gente. Aunque uno salió político, algo hicieron mal.