lunes, 31 de agosto de 2009

Volver A Empezar

"Ahí tienes. ¡Yo no sé que es lo que le ves a esa pendeja!" - me dijo Cecilia, haciendo ese giro con los ojos que me dice que algo le molesta realmente. "Ay, negra" - respondí, acabándola de chingar - "¿cómo que qué le veo?" Verdaderamente, uno parece que no aprende. O tal vez es que aprendemos demasiado bien, pues en aquella noche de sábado yo, leyendo la actitud, el tono de voz y los movimientos de Cecilia, sabía que se avecinaba algo gordo. Sin embargo, yo solo me fuí dejando guiar a donde sea que llegáramos con nuestro mutuo desdén. Estábamos sentados, con sendas cervezas enfrente, escuchando canciones choteadísimas en voz de un trovador de medio pelo, pero tratando de echar los muros abajo, de desnudarnos en las intenciones y arrancarnos una sincera confesión... pero resulta que ambos somos muy duros de pelar.

La mesera en cuestión tenía un "no se que"... los caballeros que me lean me entenderán. Pelo negro y ondulado, espalda curvada deliciosamente hasta rematar en un par de nalgas hermosas y antojables, lunarcito en la boca, ojos grandes, penetrantes y unas piernas macizas y torneadas, justamente resaltadas por la minifalda y los tacones. Apenas estaba en la segunda cerveza, pero con tal de volver a oler su perfume, la llamé con el brazo, atragantándome por terminar la que tenía en la mano. Obviamente, ese detalle no escapó al radar de mala leche que Cecilia tenía activado a todo vapor. En la mesa de la esquina, cuatro tipos con aspecto de oficinista aplaudían cualquier cosa que dijera el aporreacuerdas, cosa curiosa, si no fuera por la camisa amarrada con agujeta, la greñita y la barba de náufrago, el trovador también parecería oficinista -pensé. Cecilia, sabedora de sus encantos y haciendo la cara de zorra habrienta número 6, paseaba la boca de la botella en sus labios, como no queriendo y aquellos tipos se codeaban y cuchicheaban con malicia. "Mira, la vieja de ese pendejo te está echando el calzón" - seguramente habrán dicho entre ellos, óiganme, si yo también tengo mis ratos de "Mucho Macho Muchacho".

Pero ustedes y yo sabemos que las posibilidades de Cecilia de salirse con el ego hasta las nubes son infinitamente superiores a que me haga caso Yolanda. ¿No les dije que le saqué su nombre en aquella tercera vuelta?... pues así fué. "Es molesto estar de naco agitando el brazo" - recuerdo que le dije, argumentando, y si hubiera ido solo, ella seguramente me habría dado su número "en caso que quiera otro trago y no puedas verme ni agitando el brazo, ni diciendo tu nombre" - Cecilia me arrancó los huevos en su mente, seguramente, yo pude adivinarlo cuando empezó a doblar la servilleta con meticulosidad. Y yo, un poco apenado por haber llegado así de lejos con mi necedad, le sonreí. ¿Otra cerveza, negrita?... "Chinga tu madre", dijo sin palabras cuando me dirigió una mueca y empezó a despellejar la etiqueta de su cerveza.

Afortunadamente, el tipo se bajó del "escenario", no sin antes echarse uno de esos típicos discursos que pretenden ser simpáticos y ocurrentes. "Recuerden ponerse borrachos, es por apoyar al fondo de los niños pobres... mis hijos", algo así dijo y se fué, caminando como me imagino que camina Borola Burrón, para que se le moviera su pelambrera mantecosa de manera sensual. Cecilia lo iba mirando y aquel más se meneaba, crecido en su ego. A lo lejos, Yolanda me miraba mientras esperaba el cambio. Verdaderamente que no saldría perdiendo en el cambio, y a decir verdad, se me estaba antojando mucho probar. De repente, Ceci se levantó y dijo algo que no entendí. Fué a una mesa de la entrada y besó a una de sus amigas, la típica que le pasa lista a todos los pitos del lugar, vi que estrechaba la mano de unos tipos y acto seguido, ya estaban bailando en la pista. Ella pasaba la uña de su dedo pulgar por el dorso de su muslo al hacer pasos atrevidos de baile, señal de que estaba poniendo toda la carne al asador. Esa negrita verdaderamente sabe como mover su cuerpo. Sabe que uno no puede quitar la vista de encima de sus caderas y las mueve con salero. Sin embargo, ella no sabía que Yolanda, desde allá, la miraba también y asentía ligeramente, como aceptando un reto. Yo levanté mi cerveza y ese mujerón levantó su tequila. De lejos, leímos nuestros labios: "¡Salud!"

Se me acercó uno de los tipos aquellos. "No, no me molesta, de verdad" - respondí cuando, ebrio pendejo, me vino a preguntar si me molestaría en que bailara con Ceci, y de paso, a pagarme el siguiente trago. Bienvenido. Sabía que la cerveza viene acompañada y me preparé. Yolanda, para mi sorpresa, me trajo, ahora sí, un papelito con su número y ni tardo ni perezoso, fuí al baño a mandarle un mensaje atrevido. Respondió rápidamente. Afuera, Cecilia estaba convertida en la reina de la noche y el trovador empezaba su cacería.

Salí a "mover el coche". Besé a Yolanda con verdadera ansiedad y ella se entregó a mi abrazo. Solamente nos palpamos y supe que aquella noche prometía delicias indescriptibles. Al regresar, ¡oh, sorpresa! El trovador ya estaba sentado en la mesa, charlando animadamente con Ceci. Resulta que ella y el tipo ya habían tenido que ver - ¡doble sorpresa! - y estaban poniéndose al día. No pude poner atención a su charla, por más que me acicatearan los celos, pues los labios de Yolanda me latían todavía en la boca. Asentía y respondía con monosílabos, miraba a la barra, la veía caminando e imaginaba mil maneras de sacarla de ahí para llevarla a cualquier parte en que pudiésemos repetir el beso sin censura alguna. Ceci interpretaba mis escuetas respuestas como un ataque de celos, y se esmeraba en ser más encantadora con aquel seboso.

Quise llevarme a Cecilia a su casa, volver por Yolanda, y yo sé que se oye tremendamente ojete, pero no podía esperar por las promesas implícitas en los guiños de aquel mujerón. Cecilia, sin embargo, me dijo que no, que quería esperar a la segunda tanda de canciones destruídas en "versión trova", quise insistir, pero entonces ella me la soltó completa: "Vete si quieres, Toño me va a dejar a la casa" - Y me salí. Desde afuera, le propuse mil cosas a Yolanda por teléfono, pero ella no saldría sino hasta que el bar cerrara, como siempre, de lunes a domingo. Yo me recosté en el coche. Desde aquella esquina y metido entre dos camiones, podía mirar y hasta mis oídos llegaban aquellas canciones "dame una cita, vamos al parque" - ¡vamos a la verga, pues que! Dormité y fumé, hasta que, al cambiar la música, vi a Cecilia subiendo al coche del "artista" alegremente. Se me hizo un nudo en las tripas. Acto seguido, se asomó Yolanda y me invitó a volver a entrar. Le hice señas "aquí te espero".

Y esperé y ella llegó, y tras ella las caricias, y con ellas la pasión y todos juntos terminamos en su departamento, queriendo comernos a puños. De Cecilia, ni me acordé, sino hasta la mañana siguiente que vi el alud de mensajes y llamadas perdidas. ¿Pues que habrá pasado?... un par de disculpas rápidas, muchas promesas y vámonos, de vuelta a la realidad. Cecilia lloró y me estuvo abrazando fuerte. Resulta que el trovador se volvió testigo de Jehová y se la pasó sermoneándola para que dejara de vivir en el pecado y ya se animara a formalizar conmigo. Lo sigo pensando hasta hoy muy seriamente. Yo podría acostumbrarme a ella, a su desdén juguetón, a sus besos calientes y hasta a su horrenda manera de hacer la sopa, pero tengo el sabor de Yolanda en la boca, en las manos siento su sudor y mi vientre sigue palpitando a su ritmo... consuelo a Ceci. Y trato de llevarme las cosas tranquilas. Quiero volver a meterme entre las piernas de aquella morena antes de cualquier desición, pero ella no puede hoy. ¿Y el jueves? -le pregunto. "Es que hoy regresa mi esposo", dice. Si tuviera huevos suficientes, dejaría a Ceci, que continúe con su vida, no la merezco y si aposté y perdí es mi asunto. En la noche, llega a casa con comida china, y me presume que me trae un regalito bajo el vestido. Si, ya lo sé, me faltan huevos.

4 comentarios:

LuKiA dijo...

Huevos y un diccionario.
DECISIÓN.

Gobseck dijo...

tsss... ni hablar, aunque no se si es falta de o simplemente tener los suficientes para ser tan cabrón, como sea no soy quien para argumentar.

buen post. Saludos.

Dib dijo...

Chingón texto. Me cae que sí.

Alter Ego dijo...

Còmo siempre...muy envolvente tu relato.

Cuando te mientan la madre en silencio es de lo màs culero, pero no tanto còmo el hecho de no querer hacerse merecedor de la Ceciclia

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