martes, 15 de septiembre de 2009

La sordidez de la alcoba...



Es probable que Michel Foucault haya dejado inconclusa su obra sobre la historia de la sexualidad humana por otras razones ajenas al Sida que lo mató en 1984.

Puedo imaginar al mejor filósofo postestructuralista frecuentar los baños públicos, los glory holes, las orgias, el barebacking, el tumulto del sexo como estilo de vida en San Francisco, antes y después de haber probado LSD en el parque nacional de Death Valley, a pocas horas de Berkeley, donde dio algunas lecturas y cátedras.

A veces creo que, como yo, él supuso que hay temas más urgentes que entablar discursos y relatos sobre la sexualidad y el erotismo. Pienso que mientras exista la intolerancia, por ejemplo, o mientras existan la envidia, el resentimiento, la inconciencia, la subjetividad como recurso, la desigualdad, la simplificación, la jerarquización y la competencia, hablar de sexo siempre será apresurado, y la sexualidad jamás podrá alcanzar su verdadera plenitud.

Creo que muchos de los escritores que han utilizado el erotismo o el sexo como tema lo hicieron para provocar otros efectos y reacciones adicionales o ajenas a la lubricidad y la erección.

Creo que Sade, más que hablar de enculamientos y sexo oral, deseaba erizarle los cabellos a la nobleza, pero especialmente a la burguesía que pretendía un escalafón entre la corte. Es evidente que utilizo el sexo para armar su discurso, y que su agresión consistió en arrojarles lo que pudiera escandalizarlos.

Antes que él, es muy probable que Jean Baptiste de Boyer haya pretendido, a través de su única obra erótica, rendirle honores a la razón utlizando la sexualidad como recurso. Especialmente si revisamos sus influencias filosóficas: Voltaire y Fontenelle. Quizá Honore Riqueti, otro baquetón que también escribió sobre iniciaciones sexuales de jovencitas precoces, lo que realmente hizo fue utilizar el sexo para edificar un discurso sobre la disolución moral de las clases sociales favorecidas por la Revolución Francesa.

Y dos siglos antes que Sade, en Italia, sin importar que el discurso haya sido más sincero, es probable que Boccaccio y Poggio hayan querido exhaltar las delicias de la juventud y de la vida esplendorosa y reverberante a través de novelas medio insufribles y bucólicas donde mezclaban renacentismo con un amor erótico que hoy probablemente solo utilizaría Hallmark y Disney en sus películas.

Personalmente, de aquellos pinches siglos malolientes del erotismo, prefiero a los ingleses por encima de los franceses y los lindos italianos. Antes de que Sade se atreviera a erizar pelucas en Francia, en Inglaterra ya lo habían hecho Charles Gildon y Juanito Cleland, y treinta o cuarenta años antes, el primer pornógrafo que se hizo rico escribiendo sobre pelos y carnes pudibundas: Edmund Curll, que salió de pobre publicando panfletos donde escandalizaba a la culturosada y burguesada inglesa a través del sexo, el erotismo y la narrativa de la carne.

Toda esa bola de degenerados, pervertidos, cochinones, malandros, baquetones y licenciosos que utilizaron el sexo, los pelos, los jugos, falos, rigideces y blandituras, lo hicieron en realidad para aderezar un discurso más importante que el coito mismo. Dudo mucho que lo hayan hecho en honor al sexo; pienso que sus intenciones fueron otras, y que, al final, uno de los mejores temas para llamar la atención y sacudirle la barriga a cualquier peregrino siempre será el erotismo y la sexualidad.

Estoy seguro, por ejemplo, que si lo que deseas es llamar la atención en los blogs, uno de los temas que bien podrías utilizar es el sexo, y entonces afilas tus dedos, enciendes un cigarro, y te pones a rememorar o inventar una retahila de experiencias sexuales que deleite o escandalice a cualquier usuario de internet que teclee "sexo, vagina, pene, mamadas, semen, ano, culo" en google.

Creo que si tienes la mínima pericia para inventarte un mamotreto donde dos personas, o una persona y un animal, o una persona y el espiritu santo, o el espiritu santo con las nalgas de tu tía, cojan, refocilen, ensaliven, eyaculen y gimoteen, es posible que te conviertas en blogstar y el bueno del Huevo te invite a escribir estupideces en Recolectivo.

Sin embargo, poco habrás hecho por el sexo, o sobre el sexo, y serás uno más de todos aquellos que, como Henry Miller o Bataille - no me gusta meter a Bukowski, por que siempre me ha parecido un escritor sobrevalorado pero incomprendido - se sirvieron del sexo para vender más libros entre aquellos lectores que adoran leer sobre la fricción de la carne en vez de practicarla o que sonrojan facilmente.

Sucede lo mismo con todos esos vomitos de revista femenina, ese erotismo rosa, edulcorado para señoras y señoritas que no desean leer la palabra verga a rajatabla, pero que en cambio les permiten elucubrar todos esos escenarios ideales donde lo último que sucede, por que queda en el pudor de las penumbras, es la penetración por antonomasia. Sexo sin sexo, orgasmo sin la vileza y vulgaridad de un cuerpo rígido y cavernoso, explícito, penetrando una vagina.

Después de meditar alrededor de toda la literatura erótica, o sobre el cine o la pornografia, he llegado a la idea, sencillita y quizá tonta - toda idea es una tontería en potencia -, de que el sexo se practica y no se discute ni se escribe ni se empaqueta en video o fotografía, y que quizá por eso, Michel Foucault dejó inconclusa su obra sobre la historia de la sexualidad humana.

Es probable que haya sido por eso, y quizá por que se la pasó de degenerado y cochinote en San Francisco, chupando penes y bailando al ritmo de Earth, Wind and Fire, y nunca tuvo tiempo de escribir e investigar.

Ergo, Señores y señoritos: si de verdad quieres hacer algo por la sexualidad, el método verdadero, concreto y cartesiano es la practica, donde disfrutas el ejercicio de una sexualidad personalísima ejercida con responsabilidad y entusiasmo.

Hablar de sexo, discutirlo y escribir al respecto enriquece la acción represora. En vez de liberarnos, regulariza, y mientras más contribuciones teóricas existan al respecto, el umbral que nos diga como hacerlo, donde hacerlo, con quien hacerlo y por qué hacerlo se vuelve más amplio y engorroso. Hemos sustituido a la autoridad eclesiástica y religiosa, que intentaron y todavía intentan sancionar nuestras inclinaciones y algoritmos sexuales, por una caterva de científicos, literatos, pornógrafos y exhibicionistas que en realidad terminan influyendo en el criterio general sobre como debemos penetrar o ser penetrados.

Lo único que ha hecho la literatura erótica y la pornografía ha sido construir para mostrarnos imagenes idealizadas de la sexualidad, orillándonos a suponer, por ejemplo, que el sexo debe poseer determinadas características para que pueda ser erótico o placentero, atrevido o espectacular, creando raseros y tablas de valor que terminan por empujarnos a la innecesaria competencia y comparación sexual. El bombardeo incesante - literario y visual - de tetas enormes, nalgas aglutinantes, vergas mayúsculas y eyaculaciones feroces solo provoca la neuralgia y neurosis de personas que quizá no tengan ni esas tetas, ni esas vergas ni ese poder en su próstata.

¿No es absurdo, irónico y contraproducente que todos esos discursos que se dicen liberadores sean en realidad los que más nos subyugan? Más que una iglesia, una moral y un obituario de buenas costumbres aconsejandonos sobre como debe ser la sexualidad, hoy en día, en la modernidad, tenemos a una pandilla de loqueros, escritores, poetas y pornógrafos explicandonos e ilustrandonos como tenemos que introducir o introducirnos el pene para practicar el viejo mete-saca, una actividad tan milenaria e inevitable como la humanidad misma.

Yo creo que los olores, los sabores y los movimientos del sexo pertenecen al sexo mismo, a la actividad misma del ejercicio sexual, y que sus criterios le pertenecen no a aquel que mejor elabora discursos o teorias, sino unicamente a aquellos que, encontrandose y poniendose de acuerdo como mejor les parezca, deciden untar y friccionar sus carnes para deleites propios.

Dicho en otras palabras, que nadie te diga como coger. Que nada ni nadie te influya, que nadie te diga si para coger debes tener una verga enorme, o si para satisfacer a tu hombre debes tener grandes tetas o un culamen sólido y redondo o un pubis rasurado. Que ninguna discusión machista de cerveza y fanfarroneria te haga sentir menos sólo por que las prefieres gordas o feas, o porque te gusta recitar a Yeats mientras te orinan el rostro. Nadie debe acusarte, ni debes compararte a ningún amante o estereotipo de consumo.

LA SEXUALIDAD ES UN ACTO QUE HALLA SU LIBERTAD EN LA DISCRECION Y SORDIDEZ DE LA ALCOBA.

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