martes, 29 de septiembre de 2009

Un semen de Suicida



Hace un año era miercoles y aproveché las entradas al dos por uno para invitar a Rebeca a suicidarse en el cine conmigo.

Le dije que lo hariamos en el claroscuro, justo enmedio de la sala, en las butacas centrales. Le daría un tiro y luego yo me daría otro y adios. La película, si bien recuerdo, era un drama sobre alguna masacre decimonónica en Africa. Le dije que la besaría; le dije que le arruinariamos la película a la gente.

Lo planeamos todo para la función de las cinco de la tarde. Al mediodía ya tenía mi pistola preparada. Hicimos el amor: nunca lo habiamos hecho. Lo hicimos sin condón por supuesto, y ella me confesó el enorme asco que le provocaba la idea de tenerme dentro suyo, de imaginar mi eyaculación rebalsandola de semen. Me vine dentro, y luego dormí diez minutos: soñé que recordaba todas las fechas importantes de mi vida y se las compartía.

Cuando desperté descubrí que, excepto la fecha de mi nacimiento, no podía recordar ninguna de las fechas importantes o simbólicas de mi vida.

No recordaba la fecha exacta cuando la hermanastra de mi padre me desvirgó, o cuando me emborraché por primera vez. Tampoco cuando leí mi primera novela: Germinal de Emile Zolá. Ni cuando besé a alguien por primera vez. La primera vez que besé a alguien, eso si, había sido un hombre, debajo de mi cama; mi hermano pequeño nos descubrió y luego huyó asustado a otra recámara.

Eso no te vuelve homosexual, solo tienes mala memoria, me dijo. Le dije que era razón de más para matarme, y para matarla a ella. Estabamos los dos tirados sobre la cama, pero yo me senté para contemplar su cuerpo. Vi que entre los pelos de su pubis se aglomeraba un gusarapo de mi semen, y quise recordar la última vez que había visto algo semejante, esperma mio escurriendose desde el cuerpo de una mujer.

Era como para meditar mi paso por el mundo, me dije.

Hace un año, exactamente, Rebeca se levantó de mi cama sin importar que mis fluidos se resbalaran por su entrepierna. Dejó un rastro en mi cama y un poco más sobre la alfombra; había eyaculado mucho, opiné, y le pedí que se bañara, pero no me hizo caso. Volvimos a tener sexo, y casi inmediatamente nos vestimos y nos marchamos sin decir gran cosa al cine donde nos matariamos como los estúpidos que eramos.

En la sala, las butacas centrales estaban ocupadas por una pareja, así que nos sentamos una fila más abajo. A los quince minutos de la película, escuché que el fulano le detallaba a la mujer aspectos técnicos sobre la película: la toma en picada del inicio, el paneo característico del cine francés de los setentas, la cámara al hombro, y guisas parecidas en un tono grandilocuente, rebuscado y fanfarrón. Recuerdo que tuve unas ganas tremendas de sacarme la verga y mostrarselas con gesto serio y preguntarle si mi falo era digno de Bergman o de Herzog, pero tenía la pistola fajada enfrente y hubiera tenido que sacarla y exponerla prematuramente.

Le dije a Rebeca que antes de matarnos me iba cargar a la pareja culturosa de atrás. Me respondió con susurros y absorta que estaba disfrutando la película, y que si acaso podiamos suicidarnos al final durante los créditos, o mejor aun: en otra función y en otra sala. Contemplé su rostro embelesado y sentí un odio definitivo, un escozor de ira insoportable, propio de homicidas. Así que saqué mi escuadra, subí cartucho, amartillé y disparé contra Rebeca y los dos de atrás, y supongo que también contra otros, porque seguí disparando a tontas y locas hasta que la gente comenzó a gritar y salir corriendo.

A mi me detuvieron dos o tres semanas después. No tenían nada contra mío, excepto el semen que lancé despreocupadamente en Rebeca. Un semen de suicida, opiné. Un semen despreocupado e indolente, de un hombre que se atreve a todo cuando se halla próximo a una pérdida.

Una razón extra para utilizar condones.

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gracias a los que han escrito, por cierto. ahi se ven.
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