sábado, 16 de enero de 2010

Colmillo.

Siempre fué un gran problema convivir con Santiago. No, no se trata de que no lo quisiera o lo apreciara, pero de verdad que era difícil tener que compartir con él el cuarto. Si de pronto empezaba a sonar aquel disco que le trajo el tío Tato de Tijuana, ya sabía que no podría entrar, por más que le tocara la puerta o lo amenazara. "Cuatro años no son muchos años" - decía mi papá - "como para que se tengan tanta tirria, cabrones". San estaba en plena adolescencia a sus 16 años y yo, un poco celoso por que a él ya no le traían los reyes magos juguetes, sino cosas ya de muchacho, quería que se me respetara por igual, claro, había mil y un detalles que solamente ocurrían en mi cabeza, como que mi hermano agarraba una rebanada más grande de concha de vainilla, o que siempre se iba en el asiento del copiloto cuando íbamos los domingos a batear un rato al deportivo.

Claro, había asuntos que a mi no se me decían, al fin chamaco, pero que yo quería saber y entender, como cuando el vecino culichi embarazó a mi prima Toña y Santiago fué, muy gandalla, a apedrearle su coche. O bien, que no me regañara mi mamá por ponerme una pinche playera vieja que era de mi hermano, y que hace meses que no se ponía. Se calmaron un poco las aguas cuando casi lo mato sin querer... me acuerdo, estaba San trepado en un mango, a unos siete metros del piso, sacándome la lengua y presumiéndome su destreza. Le pedí que me aventara uno maduro, entonces el muy cabrón agarró y se talló el mango en los huevos antes de aventármelo. A mi edad, cualquier cosa que tenga que ver con huevos ajenos es altamente repulsivo y por eso agarré la resortera, y disimulando le grité "¡hermanito, agarra esa piedra!... y con tan mala pata y buena puntería, le atiné justo en la sien derecha y empezaron los gritos de mi mamá y sua amigas de ver como mi hermano se hacía como de chicle pegado a la rama del árbol, amenazando con desmayarse y caer desde aquellas alturas. Me asusté mucho, pero en el fondo, algo se carcajeaba al descubrir que podía lastimarlo, como él a mi lo había hecho tantas veces jugando a las luchitas, al fucho y hasta yendo a tirar la basura.

Con el tiempo, se le olvidó a San la alcancía que le abrí en la cabeza, pero no se le olvidaba aventarme el zapato cuando en las noches empezaba yo a roncar, o bajarle al baño cuando estaba yo bañándome, mucho menos se le olvidaba ponerme apodos. Había yo cumplido ya 14 años y estaba perdidamente enamorado de Indira, la hija de la maestra Vicky, amiga de mi mamá y enemiga de los chamacos babosos que le mandaban cartitas a su hija. Pero las cosas pasan, y en un partido de fútbol que jugábamos contra el Bolívar, me tocó aventarme tremendo gol de la victoria y sentí que era capaz de anotarle al mismísimo Pablo Larios, de hacer una chilena o de hablarle a Indira del amor y cosas bonitas... al final del partido, me le acerqué y ella, con sus mejillas siempre coloraditas, me sonreía mientras yo le hablaba y entonces, ocurrió. Santiago y sus amigos llegaron sin que me diera cuenta y de certero jalón, me bajó el short hasta los tobillos. Indira gritó y se fué corriendo. Si, el short se llevó de pasada mi trusa. ¡Maldito Santiago!

Fueron nueve días de disculpas entre risas, de adularme burlonamente y de contarle a todo mundo su hazaña, mientras que yo buscaba miles de maneras de vengarme, además de echarle cloro a su loción, escupir en la pizza y puner puñitos de cal en sus tenis, disimulándola con el talco. Y pasó un viernes de tardeada. Yo estaba echando a Koopa por enésima ocasión a la lava ardiente cuando entró San, hablando raro y caminando como ninja con polio. se tumbó en la cama y empezó a roncar. Ahí estaba la oportunidad. Le aventé una bota, pues un tenis se me hacía demasiado suave, pero no se movió ni un poco. Entonces empecé a practicar maneras de humillarlo, de sobajarlo a poco menos que un gusano asqueroso, me sobé la mollera del chile y luego le dibujé un bigote imaginario con los dedos, le pegué una hoja de cuaderno en la espalda, "soy putote", decía, pero poco a poco me fuí decepcionando de mi instinto de maldad, pues nada de lo que hacía perduraría al menos hasta que lo vieran sus amigos o los compañeros de la escuela y en ese entonces no había celulares con el buti de megapixeles para subir las fotos a la red... "¡piensa, chingadamadre!, ¡piensa!"

Y en la calle, escuché el claxon del fairmont de mi papá. Si el se daba cuenta de que Santiago dormia la mona, se acababa la diversión y empezaba el sermón, ¡carajo!... pero de pronto, una idea me llegó milagrosamente, entonces, agarré y desde donde estaba me saqué el pito de la pijama y empecé a orinarme en la botella de refresco que tenía, para luego, vaciarla cuidadosamente sobre mi hermano, a manera de meada propia, lo arropé y me acosté con el corazón latiéndome como un loco. Mi papá no lo vio entonces, pero fué mejor así, pues cuando abrí los ojos, vi a San sentado en la orilla de la cama, con la mirada perdida y ya cambiado de la ropa mojada. Me dijo, disimulando que no pasaba nada, que al menos no había perdido su dinero en la borrachera, mostrándome su cartera húmeda... de haber sabido que traía lana, a lo mejor se la habría robado... pero nada habría podido superar aquella venganza.

Mi mamá se extrañó de encontrar en el tendedero el pantalón de Santiago, pero lo que desató el regaño fué su calzón en el cesto de los papeles. Ya no me reía tanto al ver los castigos y el regaño que le puso mi papá, sin embargo, desde aquel día, ya no me trató San con la misma dureza o crueldad, sin embargo... lo bueno no dura mucho y una tarde, que vinieron de visita mis primos, se esmeró en contar las bromas que me hacía y todos se reían mirándome, yo, ya sabía qué hacer, incuso entibié el frasquito en el horno para que no sintiera. Amaneceres desconcertados, sábanas con un mapamundi de manchas y un deterioro notable en el carácter de mi hermano... yo, en cambio, cada vez agarré más confianza. Doctores, remedios caseros... mis papás estaban también pensando a dónde llevarlo para que se curara... no puedo mentir, a mi a veces me daba pena o lástima, pero ya echado a rodar, el plan no podía simplemente cortarse... tal vez en uno o dos meses San "se cure"... la culpa es de mi papá, porque desde que nos mudamos, agarró el cuarto del pasillo de "estudio", sabiendo que tenía dos hijos. Bueno, eso pienso.

4 comentarios:

Tania G. Balleza Tahuil dijo...

Hay Julio, te llego la brillante idea, brillante a buena edad...

Gracias por hacerme reir esta fria mañana.- brrr

La Nus dijo...

JAJAJA! OJALA ESAS MAQUIAVELICAS IDEAS SE ME HUBIESEN OCURRIDO ANTES PARA UNA Q OTRA VENGANZA CON LOS PRIMOS GANDALLAS... TU SI QUE TUVISTE OPORTUNIDAD E IMAGINACION...

Anónimo dijo...

Ay, cómo me he reido de verdad...Buen post...

La Diabla dijo...

anda anda!!! esas son buenas venganzas, con la cabeza fria para poder moldear mejor todo jojojo

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