Nostalgia Escolar

Una de las mejores etapas de mi vida fue la preparatoria. Hasta entonces nunca creí ser guapo, pero en esos tiempos las mujeres comenzaron a voltear a verme, ya saben: risitas coquetas, voltear la cabeza inmediatamente al darse cuenta que notaste que te estaban mirando, recaditos a través de amigas, etc.

Esto es peligroso, porque mientras más ocurre más poderoso crees ser. Y como la frecuencia con la que estos eventos me ocurrían eran bastante alta, llegué a creerme el sujeto más poderoso de la escuela.

Y estaba Sandra Torres. Hermosa. Quisiera poder describirla pero mis palabras no le harían justicia, era simplemente hermosa. Cuando ella sonreía sólo querías que el tiempo se detuviera para poder admirarla infinitamente. Yo iba a tenerla.

Y estaba el Gabo Zetina. Hijo de papi, yo prefería llamarlo hijo de puta. Si yo dijera que el güey era guapo sería muy puto de mi parte, pero reconozco que el desgraciado era un rostro, el único capaz de meter ruido a mi supremacía en la Prepa Norte, el único capaz de meter ruido a mi futuro romance con Sandra.

Cuando la conocí ya salía con él, aunque no habían formalizado. Un reto aún mayor para poner a prueba mis habilidades, para saber si era tan poderoso como creía. Y así me fui acercando a ella. Primero en una fiesta a la que el Gabo no asistió. A veces breves pláticas cuando nos encontrábamos en la escuela, en ocasiones mensajes de texto y chat.

Podía sentirlo, me la iba ganando. Cada vez la hacía reír más, ahora era más frecuente que ella me buscara a mí, y para ser justos, debo decir que ella también me iba ganando. Sin embargo, ella y el Gabo seguían saliendo. Era un estira y afloja, el invitarla a salir un sábado por la noche y escuchar un “Perdón pero ya tengo planes” me provocaba un revoltijo en el estómago que no podía calmar ni embriagándome.

Los dos salíamos con ella, a los dos parecía prestarnos atención, nunca crucé palabra con el Gabo, pero era un hecho que teníamos una guerra no declarada. Nos medíamos a través de una mujer, cuando nos topábamos nos lanzábamos miradas que rugían: soy mejor que tú.

Seguimos así durante un par de meses, y yo cada vez me enamoraba más de Sandra. Esa mujer era portadora de alegría, agradaba a todo mundo y te hacía sentir confianza de inmediato, una conexión que rara vez se presenta con las mujeres físicamente atractivas. Me comenzaba a enamorar y no tenía la certeza de que ella sería mía.

Luego vino el fin del semestre, y con ello la noticia de que Sandra y el Gabo eran novios. Durante dos semanas no hice más que embriagarme y salir con alguna de mis viejas, alguna de las que no se ofendió cuando la abandoné por Sandra. Pero las cosas no mejoraban así que decidí hacer lo único que estaba a mi alcance, lo único que podía hacerme sentir mejor: la iba a recuperar.

Me costó medio verano lograr que aceptara salir conmigo, debo confesar que nunca le dije que sólo seríamos ella y yo… No sé si me creyó cuando le dije por qué faltó cada uno de los presuntos “acompañantes”, pero ya estaba ahí, así que procedimos con la salida y pasamos un excelente día en la feria.

Comencé a buscarla cada vez más, íbamos al cine, a patinar, comenzó a ir a mis partidos de fútbol. Sentí que estaba derrocando al Gabo, era tan bueno como yo creía y aún mejor, pero lo más notable es que estaba recuperando a la mujer que yo quería. No cabe duda que cada vez nos encariñábamos más el uno con el otro.

Dos días antes del inicio de cursos apareció en la puerta de mi casa, linda, sonriente, sin una pizca de maquillaje, vistiendo unos jeans y blusa blanca sin mangas. Dios, no he visto mujer tan natural y tan bella en esta vida. Con una sonrisa en la cara me dijo: “Gabo y yo ya no somos novios” y se lanzó a mis brazos. La besé con una felicidad que pocos conocen, era mi revancha y mi victoria, era mi supremacía, era mi amor y era todo mío. Yo era Ulises, era Odiseo.

Entonces comenzaron las clases, y lo primero que noté al entrar a la escuela fue a la apetitosa rubia que caminaba de la mano del Gabo. Luego me enteré que él botó a Sandra para poder irse con ella.

Perra infeliz, me hizo sentir el rey del mundo cuando la verdad es que fui un premio de consolación. Yo sé que ella me quería, quizá su relación había terminado de mutuo acuerdo, pero para el caso, así era como yo me sentía.

Esa noche me la cogí y al día siguiente la dejé. Ahora debía tener a Alejandra, la rubia que le permitía al Gabo mirarme con desdén cuando iba de su mano.