Los culturosos son los peores

Me avergüenza admitirlo, pero me bajé los chones en el momento que habló en francés. Esto en sentido figurado por supuesto, porque en realidad pasó seis días, tres horas y quince minutos después. Lo conocí en una tertulia literaria, en esas en que los presentes hacen extensas disertaciones sobre Reich, Foucault, Barthes o cualquier otro teórico literato.

Mi oportunidad de atacar llegó aquella noche, cuando ante el enojo de haber perdido alguna disertación, salió al balcón a fumar. Aunque estoy impedida fisiológicamente para el cigarro, le pedí que me invitara uno. Apenas y lo encendía con un zippo destartalado, cuando comenzó con diarrea de analogías sobre la mierda y sus co-tertulianos. Me impresionó la cantidad de mutaciones que la palabra caca adquirió en su boca. Yo escuchaba con atención, apenas parpadeaba y no fumaba. Fue entonces que dijo:

-Ya ves lo que dicen, relátame con quién deambulas y te manifestaré tu idiosincrasia

Me lancé a su boca y me mudé a su departamento. Pobrecillo, tan genio, tan incomprendido. Mi propio Bukowski atormentado. Él me necesitaba, yo sería su musa, quien se desviviera por él. Conmigo cuidando de sus necesidades básicas, podría dedicarse a crear, a leer, a alimentar su gran alma intelectual.

Poco tiempo después ya lo estaba manteniendo. Nadie compraba sus escritos y lo habían sacado de ese colectivo norteño. Como mesera aspirante a actriz/modelo no ganaba mucho, por lo que cuando me vio angustiada me advirtió:

-No te apures, ni la más aberrante y asoladora de las devastaciones se extiende allende el centenio, ni ente alguno soporta su pesada carga

Comencé a trabajar horas extras y a recortar los gastos que son indispensables para mi carrera artística. Todo para llegar a casa y encontrarlo alcoholizado. Ya ni como hombre servía. Pero cuando estaba por dejarlo, escribía alguna prosa adolorida, una mentada de madre a la vida que le provocaba esa incapacidad de amar. ¿Qué podía hacer ante tal cachorrito indefenso si no cuidarle? ¿Cómo pensé siquiera en abandonarlo?

Decidí seguir con él. Algún día me lo agradecería, algún día me dedicaría un libro, algún día…

Llegué temprano y lo encontré con una ramera montada a horcajadas. Pinche huevón, ni para ponerse arriba servía. Se levantó con su organito flácido y con el rostro más pálido de lo habitual. Me rogó perdón y sensibilidad ante sus problemas creativos. Intentaba escapar de esa porquería que era él, pero que nunca intentó lastimarme:

- La ausencia absoluta de percepción visual torna insensible al órgano cardiaco
- Pues entonces ve e importuna a la autora de sus días - contesté













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