
Mi rutina diaria me recuerda que desde hace algunos años carezco de problemas de dinero. Tampoco vivo rebosado en marmaja, y si me preguntan, no rechazaría una corta extra en mis dos cuentas bancarias, donde hasta la fecha reposan mis ahorros acumulados a conciencia.
Conciencia que me susurra: hermanito, vienen días difíciles, cabalísticos, sinuosos y de putas. Un descuido y terminas pidiendole dinero a tu madre, como en la adolescencia; veinte pesos para los taxis y un rincón con internet en su casa para buscar trabajos horrorosos o tediosos.
Mi rutina es la negación de todo consumo, me repito. Mis contemporaneos, todos tienen automovil del año que pagan a plazos, hipotecas insufribles, y se permiten gastos de ropa, conciertos y comidas en San Diego, muebles avantgarde, televisión de plasma o LCD, una buena laptop, sus gadgets, que incluyen cuenta de radio, celular y blackberry para la mujer, el marido y el hijo que más aplauda.
Pero no los critico. Soy respetuoso de la vida de otros; también me he vuelto así de algunos años a la fecha, y ya no juzgo duramente. Les tengo respeto o indiferencia, y soy justo: reconozco sus logros y sacrificios. Pero si me preguntan, no es la clase de vida que apetezco, y entonces trato de pensar, o imaginar, que harían todos mis contemporaneos, e incluso los más jovenes (yo ya no soy tan joven, debo reconocer), si los despidieran.
Pienso en eso y sonrío, y mi sonrisa debe parecer extraña o de loco, por que suelo pensar ese tipo de cosas cuando estoy corriendo en la unidad deportiva a la que asisto todas las mañanas. Siempre comienzo el día con cinco kilómetros y varias series de lagartijas, abdominales y desplantes, pensando en esto y aquello, reconociendo que debe ser una joda trabajar para poder mantener un estilo de vida que, de todas formas, no les satisface.
Soy desempleado, señores, y hace dos meses me echaron de un trabajo bien remunerado pero aburrido. Ahora soy feliz y adoro serlo. Pero para alcanzar un nirvana tal, es menester planear, y lo mio ya es una estrategia que, por humanismo, quiero compartirles. Aunque en realidad no es cosa del otro mundo; no es el hilo negro, ni mucho menos. La cosa va así:
- Conseguir un trabajo, cualquiera.
- Reducir tu gasto corriente a dos quintas partes de tu salario mensual y ahorrar el sobrante. Por supuesto, a mayor salario, mayor umbral de gasto, pero a menor ingreso, tu vida puede tornarse espartana.
- Olvídate de tener novia, esposa e hijos, amigo mio. Todo eso cuesta dinero. Son gastos románticos e innecesarios cuya inversión no está garantizada: nadie te garantiza que tu mujer no te engañe con algún tipo mejor que tú (siempre habrá uno), que tus hijos no sean unos imbéciles ni crezcan para ser unos drogadictos, parias o delincuentes, y que tú trabajes como burro para ellos durante cuarenta años para terminar olvidado o de hazmerreir de tus nietos.
- Es posible conseguir una amante o pareja, pero debe ser una persona conciente y respetuosa de tu estilo de vida. Si hallas alguien así, cuídala y consérvala, atesorala como lo único que jamás debes perder, pues es verdaderamente la mujer adecuada.
- Olvídate de hipotecas, de carros nuevos, de teléfonos celulares modernísimos, de ropa de marca (en outlets o en tiendas departamentales). No hay ganancia en nada de eso; incluso cuando están en oferta, implica pérdida. Sus esquemas están diseñados para atorarte, para joderte y someterte y volverte un putito temeroso del despido.
- Tu vida debe ser austera. De verdad austera. Aprende de tus limitaciones y disfrútalas. Hay algo de budista en el proceso. No te acomplejes por no tener el auto nuevo de tu amigo, ni su novia nalgona, ni su loft amueblado; piensa: el auto lo debe, la novia le debe exigir emolumentos y si lo corren de la gerencia o dirección que tanto te presume, es muy probable que pierda todo, o que acabe besando traseros para conseguir otro trabajo que le ayude a sostener su medianía.
- Continuar trabajando durante un plazo no mayor de dos años. Si el trabajo te complace, consérvalo hasta que deje de complacerte (TODOS los trabajos llegan a ese punto, reconozcámoslo). Si no, estudia bien el artículo 47 de la Ley Federal de Trabajo, así como toda la jurisprudencia relativa; ya que domines el tema, busca la forma de que te despiden sin incurrir en responsabilidad administrativa para conseguir la indemnización que marcan los artículos 48 y 50 de la misma ley.
- Confía en mi: muy pocas empresas tienen perfeccionados sus mecanismos para fincar responsabilidades a los trabajadores. Por otro lado, SIEMPRE hay una forma de lograr el despido sin responsabilidad para el trabajador.
- Para ti, el despido se convertirá en libertad, y esa es la imagen que debes albergar en tu mente y en tu espiritu cada vez que Recursos Humanos te llame y un abogado caricontecido te diga que hay recorte en la empresa y que deben dejarte ir.
- Luego del despido, vive de lo que ahorraste sin olvidar la frugalidad. Con tacto y administración, puedes vivir hasta dos años y medio sin trabajar, o uno con dos meses de viajes mochileros.
Otros consejos:
*No tomes alcohol ni uses drogas. Cuestan dinero y desenfocan.
*Olvida las fiestas: son pérdida de tiempo y debes comprar regalo e ir vestido apropiadamente.
*Haz ejercicio en las mañanas, para que tu día no se torne ocioso, y busca cosas que te satisfazcan: la lectura, la escritura, la música, la pintura, la fotografía, cualquier tipo de arte.
*Planea tus dias y establece una rutina que te resulte productiva. Proyecta y calcula tranquila y friamente tu regreso a la vida productiva, pero no te desboques ni te precipites sobre cualquier trabajo.
Muchos me dirán que mi esquema no permite el progreso, pero yo me rio en sus caras: ¿Progreso? ¿A que le llaman progreso? ¿A este país de mentecatos y acomplejados, que antes de permitir un cambio, el que sea, prefieren atarse a un status quo que ya no funciona y que presenta todos los paradigmas teoricos sobre el desastre socioeconómico?
Yo no pienso trabajar hasta los sesenta y cinco años, como burro, atemorizado a perpetuidad del desastre inminente. Las devaluaciones me la flipan, la inflación me importa poco, la tasa de interés no me asusta, y lo único que me irrita es que los libros y revistas sean caros y que no pueda tomar agua de la llave para ahorrarme los diez pesos del garrafón que compro semanalmente.
Puedo afirmar categóricamente que lo que somete a la gente no es el gobierno, ni sus estrategias económicas ni políticas. Son ellos mismos, que en un afán clasemediero hacen todo lo posible para sostener una farsa nacional que sofoca, una mentira histórica demencial que nadie se atreve a cuestionar por que están preocupados por pagar su nuevo Iphone. Es así como se conservan las viejas costumbres, que al final enriquecen a unos pocos: con el temor de la pérdida.
Una vez que te deja de importar, te atreves a perderlo todo y ser libre. El que pierde todo, es ligero, ligerito. Y si al final vas a vivir asustado por perderlo (en este país, todo es una pérdida esperando a suceder), ¿para que preocuparte por tenerlo?
Pero no les he hablado de mi rutina, señores. Por supuesto, el desempleo debe ser funcional, o se convierte en huevonada. Todos los días, me despierto a las siete de la mañana, me desayuno ligero, y salgo a correr cinco kilómetros. Luego regreso, tomo mucha agua y aprovecho la temperatura de mi cuerpo para bañarme con agua fria (ahorro gas así), luego devoro algunas frutas y recojo mi reducida covacha, amueblada con un sillón cama, un taburete, una parrilla y una pequeña canasta con ropa (todo eso vuelve la limpieza sencilla). Enciendo lo único de valor que tengo: una laptop viejísima, y escribo hasta las tres de la tarde, que es cuando salgo a caminar hasta llegar a un pequeño parque donde leo hasta que cae el sol.
En mi cuartucho continúo leyendo, y cuando son las diez de la noche, me cepillo los dientes y me acuesto a dormir.
No sé si algún día logre tener una familia, o un carro nuevo, o una casa Geo, o si mis amigos triunfadores dejen de verme como un fracasado. Lo que si, es que es la única forma que tengo de escribir, y en el jodido banco todavía queda dinero como para sobrevivir un año y medio más antes de preocuparme por hacer citas y lamer botas.