lunes, 31 de agosto de 2009

La vida como un sitcom chafa



Desde que la televisión por cable llegó a mi vida, soy fan de los sitcoms gringos. He visto todos los capítulos de Friends, Seinfield, Scrubs, The Big Bang Theory, How I meet your mother, Two and a half men, etc. Por supuesto, también he seguido con entusiasmo los idiotas dramas de Grey’s Anatomy, Sex and the city y los guilty pleasure de Dawson’s Creek y Gilmore Girls.

Afortunadamente, no soy la única que ha sido abducida a desperdiciar horas y horas frente a una caja tonta. Tengo amigos que entienden y promueven el uso de esas referencias pop-culturales-gabachas. Desde el nombrar un Mr. Big o un MacDreaming, hasta el porque regalo piñas en cumpleaños, pasando por un momento Scrubs o utilizar serilously en mails laborables, todos entendemos este lenguaje secreto con el que los adictos contamos.

Y como buen adicto, cuando el verano comienza y las temporadas de nuestras series terminan, organizamos nuestra vida alrededor de tan magno evento, evitando a toda costa spolearnos. Hacemos conjeturas sobre la siguiente temporada o cual sería el final perfecto.

Supongo que los fans hacemos esto porque en algún momento nos sentimos parte de un sitcom. Ya sea porque estás confundido por querer a tu ex de vuelta, haberte enamorado de tu mejor amigo o tener un apasionado triángulo laboral en el trabajo. Y si no es por la parte amorosa/sexual, si lo es por la gente que te rodea, las situaciones ridículas o las coincidencias.

Incluso podemos llegar a considerar algún "final de temporada". Identificarlo es sencillo, puesto que cambias de trabajo, terminas la carrera o te mandan a la chingada. Otras veces ese final nunca llega y te encuentras atascado en una aburrida temporada, puaj.

Hoy me siento, más que en un final de temporada, en un spin-off… lo cual me encanta y asusta casi con la misma intensidad. Estoy reescribiendo mi papel y vaya usted a saber que quede para el mero final.

Volver A Empezar

"Ahí tienes. ¡Yo no sé que es lo que le ves a esa pendeja!" - me dijo Cecilia, haciendo ese giro con los ojos que me dice que algo le molesta realmente. "Ay, negra" - respondí, acabándola de chingar - "¿cómo que qué le veo?" Verdaderamente, uno parece que no aprende. O tal vez es que aprendemos demasiado bien, pues en aquella noche de sábado yo, leyendo la actitud, el tono de voz y los movimientos de Cecilia, sabía que se avecinaba algo gordo. Sin embargo, yo solo me fuí dejando guiar a donde sea que llegáramos con nuestro mutuo desdén. Estábamos sentados, con sendas cervezas enfrente, escuchando canciones choteadísimas en voz de un trovador de medio pelo, pero tratando de echar los muros abajo, de desnudarnos en las intenciones y arrancarnos una sincera confesión... pero resulta que ambos somos muy duros de pelar.

La mesera en cuestión tenía un "no se que"... los caballeros que me lean me entenderán. Pelo negro y ondulado, espalda curvada deliciosamente hasta rematar en un par de nalgas hermosas y antojables, lunarcito en la boca, ojos grandes, penetrantes y unas piernas macizas y torneadas, justamente resaltadas por la minifalda y los tacones. Apenas estaba en la segunda cerveza, pero con tal de volver a oler su perfume, la llamé con el brazo, atragantándome por terminar la que tenía en la mano. Obviamente, ese detalle no escapó al radar de mala leche que Cecilia tenía activado a todo vapor. En la mesa de la esquina, cuatro tipos con aspecto de oficinista aplaudían cualquier cosa que dijera el aporreacuerdas, cosa curiosa, si no fuera por la camisa amarrada con agujeta, la greñita y la barba de náufrago, el trovador también parecería oficinista -pensé. Cecilia, sabedora de sus encantos y haciendo la cara de zorra habrienta número 6, paseaba la boca de la botella en sus labios, como no queriendo y aquellos tipos se codeaban y cuchicheaban con malicia. "Mira, la vieja de ese pendejo te está echando el calzón" - seguramente habrán dicho entre ellos, óiganme, si yo también tengo mis ratos de "Mucho Macho Muchacho".

Pero ustedes y yo sabemos que las posibilidades de Cecilia de salirse con el ego hasta las nubes son infinitamente superiores a que me haga caso Yolanda. ¿No les dije que le saqué su nombre en aquella tercera vuelta?... pues así fué. "Es molesto estar de naco agitando el brazo" - recuerdo que le dije, argumentando, y si hubiera ido solo, ella seguramente me habría dado su número "en caso que quiera otro trago y no puedas verme ni agitando el brazo, ni diciendo tu nombre" - Cecilia me arrancó los huevos en su mente, seguramente, yo pude adivinarlo cuando empezó a doblar la servilleta con meticulosidad. Y yo, un poco apenado por haber llegado así de lejos con mi necedad, le sonreí. ¿Otra cerveza, negrita?... "Chinga tu madre", dijo sin palabras cuando me dirigió una mueca y empezó a despellejar la etiqueta de su cerveza.

Afortunadamente, el tipo se bajó del "escenario", no sin antes echarse uno de esos típicos discursos que pretenden ser simpáticos y ocurrentes. "Recuerden ponerse borrachos, es por apoyar al fondo de los niños pobres... mis hijos", algo así dijo y se fué, caminando como me imagino que camina Borola Burrón, para que se le moviera su pelambrera mantecosa de manera sensual. Cecilia lo iba mirando y aquel más se meneaba, crecido en su ego. A lo lejos, Yolanda me miraba mientras esperaba el cambio. Verdaderamente que no saldría perdiendo en el cambio, y a decir verdad, se me estaba antojando mucho probar. De repente, Ceci se levantó y dijo algo que no entendí. Fué a una mesa de la entrada y besó a una de sus amigas, la típica que le pasa lista a todos los pitos del lugar, vi que estrechaba la mano de unos tipos y acto seguido, ya estaban bailando en la pista. Ella pasaba la uña de su dedo pulgar por el dorso de su muslo al hacer pasos atrevidos de baile, señal de que estaba poniendo toda la carne al asador. Esa negrita verdaderamente sabe como mover su cuerpo. Sabe que uno no puede quitar la vista de encima de sus caderas y las mueve con salero. Sin embargo, ella no sabía que Yolanda, desde allá, la miraba también y asentía ligeramente, como aceptando un reto. Yo levanté mi cerveza y ese mujerón levantó su tequila. De lejos, leímos nuestros labios: "¡Salud!"

Se me acercó uno de los tipos aquellos. "No, no me molesta, de verdad" - respondí cuando, ebrio pendejo, me vino a preguntar si me molestaría en que bailara con Ceci, y de paso, a pagarme el siguiente trago. Bienvenido. Sabía que la cerveza viene acompañada y me preparé. Yolanda, para mi sorpresa, me trajo, ahora sí, un papelito con su número y ni tardo ni perezoso, fuí al baño a mandarle un mensaje atrevido. Respondió rápidamente. Afuera, Cecilia estaba convertida en la reina de la noche y el trovador empezaba su cacería.

Salí a "mover el coche". Besé a Yolanda con verdadera ansiedad y ella se entregó a mi abrazo. Solamente nos palpamos y supe que aquella noche prometía delicias indescriptibles. Al regresar, ¡oh, sorpresa! El trovador ya estaba sentado en la mesa, charlando animadamente con Ceci. Resulta que ella y el tipo ya habían tenido que ver - ¡doble sorpresa! - y estaban poniéndose al día. No pude poner atención a su charla, por más que me acicatearan los celos, pues los labios de Yolanda me latían todavía en la boca. Asentía y respondía con monosílabos, miraba a la barra, la veía caminando e imaginaba mil maneras de sacarla de ahí para llevarla a cualquier parte en que pudiésemos repetir el beso sin censura alguna. Ceci interpretaba mis escuetas respuestas como un ataque de celos, y se esmeraba en ser más encantadora con aquel seboso.

Quise llevarme a Cecilia a su casa, volver por Yolanda, y yo sé que se oye tremendamente ojete, pero no podía esperar por las promesas implícitas en los guiños de aquel mujerón. Cecilia, sin embargo, me dijo que no, que quería esperar a la segunda tanda de canciones destruídas en "versión trova", quise insistir, pero entonces ella me la soltó completa: "Vete si quieres, Toño me va a dejar a la casa" - Y me salí. Desde afuera, le propuse mil cosas a Yolanda por teléfono, pero ella no saldría sino hasta que el bar cerrara, como siempre, de lunes a domingo. Yo me recosté en el coche. Desde aquella esquina y metido entre dos camiones, podía mirar y hasta mis oídos llegaban aquellas canciones "dame una cita, vamos al parque" - ¡vamos a la verga, pues que! Dormité y fumé, hasta que, al cambiar la música, vi a Cecilia subiendo al coche del "artista" alegremente. Se me hizo un nudo en las tripas. Acto seguido, se asomó Yolanda y me invitó a volver a entrar. Le hice señas "aquí te espero".

Y esperé y ella llegó, y tras ella las caricias, y con ellas la pasión y todos juntos terminamos en su departamento, queriendo comernos a puños. De Cecilia, ni me acordé, sino hasta la mañana siguiente que vi el alud de mensajes y llamadas perdidas. ¿Pues que habrá pasado?... un par de disculpas rápidas, muchas promesas y vámonos, de vuelta a la realidad. Cecilia lloró y me estuvo abrazando fuerte. Resulta que el trovador se volvió testigo de Jehová y se la pasó sermoneándola para que dejara de vivir en el pecado y ya se animara a formalizar conmigo. Lo sigo pensando hasta hoy muy seriamente. Yo podría acostumbrarme a ella, a su desdén juguetón, a sus besos calientes y hasta a su horrenda manera de hacer la sopa, pero tengo el sabor de Yolanda en la boca, en las manos siento su sudor y mi vientre sigue palpitando a su ritmo... consuelo a Ceci. Y trato de llevarme las cosas tranquilas. Quiero volver a meterme entre las piernas de aquella morena antes de cualquier desición, pero ella no puede hoy. ¿Y el jueves? -le pregunto. "Es que hoy regresa mi esposo", dice. Si tuviera huevos suficientes, dejaría a Ceci, que continúe con su vida, no la merezco y si aposté y perdí es mi asunto. En la noche, llega a casa con comida china, y me presume que me trae un regalito bajo el vestido. Si, ya lo sé, me faltan huevos.

domingo, 30 de agosto de 2009

Vagueando.


Si yo fuera vagabundo, sería una reata en Street Fighter 2, en Final Fight, en Bad Dudes y en otro par de juegos más. ¿No?

¿O nos referimos al sentido romántico del vagabundo? ¿Del pintor ese que va persiguiendo Sandy Bell por toda ehm, Gran Bretaña? En ese caso, sería un cabrón guapísimo, con un morral al hombro, pintando por hogazas de pan y café.

La verdad es que... ser un vagabundo... No me parece nada romántico. Una vez, recuerdo que caminaba para ir a pagar una cuenta de luz. Llevaba más dinero del acostumbrado en las manos. Caminaba sobre patriotismo y me encontré a un viejo vagabundo, de unos 60-70 años. Su olor era característicamente repugnante y se notaba a varios pasos de distancia. Entre los días sin bañar, los orines, la mierda. El señor, asumo, estaba enfermo de algo. Usaba un sombrero de paja ya desgastado y la acostumbrada gabardina hecha jirones de tela.

El hombre se inclinó y tenía una expresión entre dolor y angustia. Noté debajo de él, y se estaba orinando al parecer.

Es una de las imágenes más vívidas que tengo de mi vida adulta. El hombre volteó a mirarme a los ojos. Una de esas imágenes que cuando vas acompañado de alguien, rompen toda conversación y restan la saturación al mundo. Nos volvemos grises, nos volvemos el vagabundo y muy dentro, sabemos que no lo somos. Que tenemos un lugar donde cagar, que tenemos un varo para las chelas, y que por más que hemos dado un par de monedas a otros vagabundos como él, no podemos evitar que estén en nuestras calles, cagándose a plena luz del día.

Y eso me llevó al otro vagabundo que recuerdo... aquel que caminó a la parada de autobús que tomaba cuando salía del trabajo. Un hombre en sus 25-30, moreno... El vagabundo me dijo algunas groserías, se rió de mí, y yo lo miraba nada más, esperando que pasara algo. Caminaba mal, se movía en círculos y la mirada estaba perdida, aún con sus destellos de dios travieso. En el caso de que nos agarraramos a putazos, y a no ser que fuera un cinta negra disfrazado, bueno... quedaría en el suelo. Incluso me sentiría mal después por no darle unas monedas para que se comprara un taco en esa esquina.

Llegó mi camión, me subí para evitar cualquier escena vergonzosa.

-Todos somos -me dijo el vagabundo. No terminó, sólo dijo: "Todos somos".

Todos somos.

Hasta la fecha, me sigo preguntando que quiso decir. Aunque en mi corazón, tengo una respuesta lamentable y muy sencilla: Todos somos como tú. Todos somos como un vagabundo.

sábado, 29 de agosto de 2009



  1. Me pondría de apodo “El primaveras”.
  2. Tendría de mascota a una lagartija gigante. Después de “Amores perros” que vagabundo de medio pelo quiere tener canes pordioseros, que rusticidad.
  3. Fuera el clásico carrito de supermercado y menos sí es de Gigante o una tienda que ya ni exista.
  4. ¿Por qué hacerte el loco? El 93% de los vagabundos están más sanos mentalmente que cualquier oficinista, sólo lo hacen por mantener la pose. Yo optaré por simplemente aparentar hostilidad.
  5. Las drogas también ya pasaron de moda. A menos que seas millonario y puedas tener acceso a las de primer nivel ¿Qué necesidad de terminar acuchillado por una pinche bolsita de resistol?
  6. Otra variación del vagabundo loco: el poeta ¡No por favor! Andar por las calles recitando versos sin sentido, intimidar a los transeúntes con rimas baratas, me niego. Sí quisiera ser poeta también tendría que ser millonario, parecer gay y tener mínimo, tres amantes y hacerles el amor sin condón.
  7. Estoy pensando seriamente en mis ratos libres (que no serán tantos, el oficio de vagabundo requiere dedicación) hacerle un poco a la prostitución. Cobrar barato, sólo por currículum y buscarte uno que otro problema.
  8. No robaré. Solicitar limosna sigue siendo intrínseco en cualquier vagabundo y no inspiraré lástima, sólo quiero cubrir los requisitos.

¿Qué trae el vagabundo en su equipaje?


Amiguito(a)s: pasen horas de sana diversión imaginando qué carga este asqueroso vagabundo que no merece amor ni confianza en su bolsita. Une con una crayola (sí, puedes rayar sobre el monitor de la compu de tu hermano mayor, no hay pedo) lo que creas que lleva este curioso personaje:


viernes, 28 de agosto de 2009

"Papá, ¿qué cosa es un vagabundo?"


En Guadalajara, se cuenta una mala broma sobre las niñas del Alpes - legendario colegio de monjas para los nada distinguidos engendros de la élite tapatía -. Se dice que la madre superiora, preocupada por la poca consciencia social de sus alumnas, pidió a todas las niñas de tercer grado de primaria que escribieran un pequeño cuento sobre la vida de una familia pobre. Cuentan que una brillante estudiante escribió lo siguiente:

"Había una vez una familia pobre. El papá era pobre. La mamá era pobre. Los abuelos eran pobres. El chófer era pobre. La niñera era pobre. La cocinera era pobre. El jardinero era pobre. ¡Todos eran pobres!"

Yo no soy egresado del Cumbres - la versión del Alpes para hombres - o de cualquier otro colegio del Reino de Cristo, pero debo confesar que me siento igual de idiota que cualquiera de ellos. Es que cuando me pregunto qué haría si fuera vagabundo mi mente se queda en blanco. ¿Cómo vive un vagabundo? ¿En dónde duerme? ¿De qué se alimenta? ¿A qué dedica su tiempo libre? ¿Tiene amigos? ¿Tiene familia? ¿Lee el periódico? ¿En dónde ve los nuevos capítulos de Grey's Anatomy? ¿Qué le pone a su café? ¡Nosénosénosé!

Podría preguntar todo ésto al próximo vagabundo que encuentre en la calle. El problema es que no recuerdo la última vez que vi a uno. ¿Se estarán escondiendo? ¿Se camuflarán con los edificios de la ciudad? ¿O será que ya no existen? Entonces, debe ser cierto lo que dice el gobernador; debe ser cierto que en Jalisco todos ganamos un promedio de 14,000 pesos al mes. ¡Con esos salarios seguro que ya no existen vagabundos! ¡Claro!

¿O será que los ignoro? Quizá sea yo quien decidió ya no verlos. ¿Por qué? Porque es incómodo. Porque es de mal gusto. Porque están sucios y me dan asco. Porque son pobres. Porque me estorban. Porque soy frívolo, elitista y banal. Porque no me interesan. Porque a nadie en realidad le interesan. Porque en el fondo, todos somos como las alumnas del Alpes o como cualquier personaje que habite la mente de Guadalupe Loaeza.

No. No sé qué haría si fuera vagabundo. No tengo ni idea de cómo es un vagabundo y no quiero averiguarlo. Y si eres honesto dirás que a ti tampoco te importa. Tú tampoco quieres imaginarte qué harías si fueras uno.

Yo no quiero ser vagabundo, y tú tampoco. Nadie quiere serlo. Nadie elige serlo.

Trotamundismos pordioseros



El mochilerismo pordioseril fue todo un estilo de vida en mi adolescencia y temprana juventud. Muchas veces en mi existencia estuve a cientos o a miles de kilómetros de casa con unas cuantas monedas en la bolsa o bien, con la bolsa literal y absolutamente vacía, sin lo mínimo indispensable para comprar un pan o una tortilla. Desde muy pequeño tuve claro que deseaba recorrer mundo, pero también caí en la cuenta que para salir de casa se requería dinero. Fue este último detalle el que decidí pasar por alto. Para viajar lo único que se requería era reunir el mínimo indispensable para trasladar mis huesos e ilusiones a un lugar remoto. La estancia y el retorno eran nimiedades, asuntos secundarios que no me quitaban el sueño.

El primar gran mochilazo de mi vida, es decir el primer gran viaje que realicé sin la compañía de algún familiar, se dio en el verano de 1988 cuando acompañado de mi amigo Jordi Ferrer emprendimos una travesía desde Monterrey a Chiapas. Teníamos ambos 14 años de edad. Paradójicamente, ese primer viaje fue uno de los más holgados de mi juventud. Recién expulsado por mala conducta del Liceo Anglo Francés de Monterrey en segundo de secundaria, me di a la tarea de ponerme a trabajar. Fue en ese año la única ocasión en toda mi existencia en que he trabajado con mi padre, que en aquel entonces tenía un negocio de telefonía. Trabajé unos tres meses y junté la cantidad de 350 mil viejos pesos, una fortuna en aquel entonces. Viajamos de Monterrey a México y de México a Tuxtla Gutiérrez a bordo de un pollerísimo camión Cristóbal Colón sin baño ni asientos reclinables. Por aquel entonces se acababa de consumar el fraude de mi tío Carlitos Salinas de Gortari contra Cuatemochas Cárdenas y los cardenistas tenían tomadas las carreteras de Guerrero y Oaxaca, por lo que el camión se tuvo que ir por Veracruz y Tabasco y entrar a Chiapas por la sierra. Una travesía de 25 horas. El dinero me rindió más de un mes e incluso me quedaba algo en la bolsa cuando volvimos. Esa circunstancia no volvió a repetirse en ningún viaje futuro, pues la regla, sin excepción, fue retornar a casa sin un peso en la bolsa.

A los 15 o 16 años empecé a pasearme subiéndome al camión con lo que trajera en la bolsa. El non plus ultra de mis viajes parias fueron a la pachequil costa oaxaqueña. En el verano de 1991 me escapé a Puerto Escondido y Zipolite con menos de 200 mil viejos pesos. Primero pagué una hamaca y cuando el dinero se me acabó, simplemente me dormía en la arena. Por fortuna siempre salía lo necesario para acudir a un estanquillo a rellenar una botella con mezcal de garrafa que nos vertían con un cucharón sopero. Dos años después, en 1993, volví a Puerto Escondido y alcancé los extremos del pordioserismo y la mendicidad. Ese verano ha sido la ocasión en que más cerca he estado de morir en mi vida, pues estuve a punto de ahogarme en Zicatela. Dos días después, alguien se metió a nuestra tienda de campaña levantada en plena playa y robó mi cartera. Por primera vez en mi vida estaba con la cantidad de cero pesos a más de 2 mil kilómetros de casa. Mi amigo Rudy Cruz apenas tenía lo necesario para su camión. Aunque siempre viajé con lo mínimo indispensable, jamás me había visto, ni me he vuelto a ver en la necesidad de pedir dinero en la calle como un vil mendigo. El boleto al DF en el camión más barato costaba algo así como 150 pesos y de pesito en pesito los reuní, por supuesto sin comer en el inter del taloneo, pues cada centavo era destinado al retorno. Llegando a la capital un tío me patrocinó la vuelta a Monterrey en avión.

Tengo un rosario de anécdotas sobre viajes low budget en los que medio comía una vez al día. Recuerdo cuando abordé un camión a Tampico con 27 pesos en la bolsa o cuando llegamos sin un quinto a Real de Catorce pidiendo aventón en la carretera. Alguna vez le pedí posada a unos padrecitos en Creel Chihuahua. Así, como no queriendo mucho la cosa, recorrí casi todo México en mi juventud (solamente me faltan tres estados de la República por visitar)

Fue hasta 1996 que subí a Primera División. Se ampliaron mis horizontes geográficos, pero no mis finanzas. El 13 de septiembre de 1996 crucé la frontera de Buffalo NY a St. Catherines Ontario a bordo de un Greyhound que había salido desde Rochester. Cuando entré en territorio canadiense traía exactamente 60 dólares en la bolsa. En Toronto dormí dos noches entre las columnas de la Corte de Justicia antes de descubrir un albergue gratuito del YMCA. Por diversos motivos ese viaje de paria a tierras canadienses lo recuerdo con particular cariño.

Ese mismo año, un mes después de Canadá, realicé el primero de cuatro cruces al Atlántico. Vivía y trabajaba yo en aquel entonces en un pequeño poblado de Massachussets llamado Groton en casa de la familia Davy, quienes me dieron empleo en su guardería. Empezaron entonces las ofertas de otoño en las aerolíneas y con sorpresa descubrí que viajar por Icelandair de Boston a Londres con escala en Reykjavik costaba únicamente 279 dólares. Cuando el avión dejó atrás suelo americano, traía en mi bolsa exactamente 600 dólares. Ni un pinche centavo más. Con 600 dólares recorrí siete países a lo largo de 40 días dándome un sin fin de mañas para hacer rendir cada dolarito. Mi pequeña mochila yacía repleta de barras de granola que fueron mi alimento base. En Inglaterra, donde la comida es carísima y mala, mi alimento se reducía a tres barritas de granola diarias. Llevaba únicamente un jeans, (el que traía puesto) y mis botas Doctor Marteens, pues mi mochila era casi escolar y apenas le cabía ropa.

Obvia decir que jamás pisé un restaurante. Sentado en las bancas de los parques comía molotes de pan y queso mojados en vinos de tres francos. Mi primera noche en Londres la pasé dormido en el parque que está frente a Bukinham Palace. Sería el primero de tres parques cuyo mullido pasto me sirvió de cama. En Francia me las arreglé para no pagar una sola noche del hostel a donde entraba de contrabando por la noche. También conseguí un eurailpass ajeno que me dejó como herencia un brasileño que tuvo que retornar a su tierra por una emergencia. Con mi eurailpass heredado crucé Bélgica y Holanda y el día que el boletito se vencía, lo maximicé en una travesía de Ámsterdam a Madrid. Después fui aprendiendo el sutil arte de treparme a los trenes sin pagar. Los últimos tres días de esa travesía los pasé en Reykjavik Islandia, en un hostel atendido por un hondureño en donde yo era el único huésped. ¿Complicidad latinoamericana en el ártico? El caso es que no pagué ni una de las tres noches. Mis últimos 20 dólares se fueron en pagar el camión de la ciudad de Reykjavik al aeropuerto. Con centavitos morralleros que yacían en las bolsas de mi chamarra pagué el tren de Boston a Groton. La travesía pordiosera estaba consumada.

Ese fue el último de mis viajes parias y no porque me haya aburguesado o haya perdido mi capacidad de dormir a la intemperie, sino porque ese fue también mi último viaje solitario. El resto de las travesías las he realizado con mi esposa y tengo la ligera sospecha de que no le atrae mucho la idea de dormir en la banca de un parque. En 1999 viajé por primera vez con una tarjeta en mi cartera, un símbolo de aburguesamiento inconcebible en mi adolescencia. Me cuesta trabajo creer que un par de noches en un hotel de Shanghai el pasado mes de abril costaron más que 40 días en Europa (aclaro que fue un viaje de trabajo en donde no gasté un centavo de mi bolsa) Aún así, conservo cierto espíritu pordiosero cada que salgo de casa y aunque soy todo un adulto, soy fiel al ritual de viajar con mochila, nunca con maleta. Viajar siempre ligero de equipaje (entre menos pertenencias tienes menos esclavo eres) jamás tomar un tour turístico, buscar fundirme con los locales y no con los turistas. Explorar, caminar hasta el hartazgo e ir al futbol al lugar donde fuere. Ser un viajero, no un turista y jamás olvidar que muchos de los más felices días de mi existencia los viví comiendo pan duro y vino barato en la banca de una plaza.


jueves, 27 de agosto de 2009

Si yo fuera vagabundo procuraría ser uno como Lee Marvin







El año que nací, se estrenó una película que la gente conoce como "El emperador del Norte" aunque se llama "El emperador del Polo Norte". La protagonizan Lee Marvin, Ernest Borgnine y un jovensísimo Keith Carradine.

La historia se desarrolla durante los 30's, en plena Gran Depresión, una bonita época en la que surgieron (yo diría que resurgieron) clases sociales que se movían en ese amplio espectro que se extiende desde la marginación hasta la miseria. Los hobos o trabajadores errabundos, eran de esas clases sociales y sobre ellos trata la película.

El No. 1 (Lee Marvin) es un vagabundo que utiliza las líneas ferroviarias de carga para transportarse gratis en búsqueda de sitios donde probar suerte. Shack (Ernest Borgnine) es un empleado ferroviario cuyo principal pasatiempo consiste en tirar de su tren a vagabundos que buscan viaje a sus expensas, de preferencia pasándoles el tren por encima, y Cigarete (Keith Carradine) es un vagabundo novato que sigue a el No. 1, con la esperanza de que se le pegue algo de su experiencia.

Por la mitad de la película, el No. 1 reta a Shack: dice que va viajar en el tren de este último. Shack que tiene tanto sentido del humor como anónimo de Manuel. se prepara con cadenas y martillos para bajarlo a patadas cuando lo vea. En los últimos minutos de la película, el conflicto se resuelve: Lee Marvin, tumba del tren a Ernest Borgnine y de paso al lameculos de Cigarete, de quien estaba ya hasta la madre.

Cada vez que he visto esa película (hace tres días la pasaron por TCM) la vida de vagabundeo ferrocarrilero de Lee Marvin me cuadra.

La dama y el vagabundo... y el monero.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Indie-gente



Mi hermano, antes de querer ser todo un magnate y vomitar oro hasta por las orejas, quiso ser vagabundo. Pues sí, no es como que la orden de pensamiento más lúcida, pero es la realidad. Recuerdo aquellos días en que llegó muy decidido a la puerta de la cocina y le dijo a mi madre:


-Cuando sea grande voy a vivir en la calle.


Y ella soltó una pobre carcajada, como quien escucha un inocente chiste. Mi hermano se alejó de la cocina, ante la idea de que mi madre había captado en buena manera su noticia. Tuvo que pasar mucho tiempo para que ella comprendiera no se trataba de un error ni una broma de niños; él realmente quería vivir en la calle.


Debería haber una carrera para ser vagabundo. Materias de lo más bonitas como:



Decorar tu basurero I
Convivencia con gatos de callejón (avanzado)
102 maneras de aprovechar tu vómito.
Recetas mágicas con vómito (Se requiere de la materia anterior)
Seminario de las ampollas en los talones.
Uñeros prácticos y sin dolor




Posiblemente yo la tomaría, y así me ahorraría mucho tiempo de estudios inútiles que seguramente nunca practicaré. Hubo un tiempo en que mi sueño era ser pintora, cocinera, diseñadora de modas, sí, sí, y luego llegaban las verdaderas metas a las cuales aspiraba: madre de casa, señorita con especialidad en estudios internacionales y administración de empresas (¿Esa madre realmente existe?) e incluso un cursillo por ahí para uñas de acrílico. Claro que con mi poco talento, a lo que realmente debería aspirar, indudablemente, es a algo sencillo como mecatrónica o bioquímica.


Las personas inteligentes, todas ellas, por montón, van a arremolinarse y armar barullo en la facultad de Vagabundos; si ya los estoy viendo. Creo que me volvería loca al intentar que mi basurero se viera más oxidado que el de mis vecinos, pero después de todo es lo que la suerte me tenía preparado: no-ser vagabundo. Aun así, dudo bastante que las escuelas estén dispuestas a hacer una carrera destinada a ello. Pero si así fuera, no dudo que tendría mucho éxito. Incluso ya se me ocurrió mi tesis, y la premisa con la cual me presentaría para hacer mi posgrado:



Yo. amo. los. puentes.


Sin embargo, no deja de ser un sueño de ilusos. No me imagino estudiando ahi, ni teniendo compañeros que sudan dinero correr por los pasillos porque se les hace tarde para su clase de Fonética y fonología del indigente. Sería todo un logro poder crear un vocabulario... qué digo, un idioma! para los vagabundos. Ya si eso no resulta, puedo conformarme con amarrar un paliacate a un palo y viajar por el mundo como Cantinflas en su caricatura, pero sin tanto estilo y con más pendejadas en el camino.



No sé; creo que si tuviera la suerte de ser vagabundo, no tendría que preocuparme por un friego de cosas que debo afrontar semana con semana.



Lavar los platos.
Subir a autobuses.
Combatir el crimen.
Limpiar mi casa.
Añorar una mascota.
Apreciar el buen vino.
Tocar la trompeta.
Soñar con ser choper.
Escribir en Recolectivo.

Vagabundeos.



Yo era muy pequeño cuando el cometa Halley pasó cerca de la Tierra en 1986, pero tengo algunos recuerdos; sobre todo, me fascinó el hecho de que la mayoría de las personas que lo veían en ese momento no estarían vivas para la siguiente visita… incluyéndome, ya que , sinceramente, dudo que alcance a verlo en el 2061.

Hace unos años una persona muy cercana y con la que había tenido una relación tormentosa durante mucho tiempo, me dijo que yo era como el Halley: me aparecía de vez en cuando en la vida de alguien, provocaba un desmadre y luego desaparecía, yéndome a vagabundear sabrá dios donde, hasta que un día aparecía de nuevo empujando mi carrito de supermercado cargando otra tanda de problemas.

De haber sido sólo ella la que lo dijera, tal vez lo hubiera considerado una analogía ingeniosa; lo preocupante es que varias personas han dicho cosas similares en distintas ocasiones, por lo tanto tiendo a pensar que hay algo –mucho- de cierto.

Y así es, en cierta manera, siempre fui un vagabundo en la vida de algunas personas. Durante un tiempo, por una u otra razón, brillé en sus cielos. De pronto me volví un objeto importante durante sus noches; algunas veces provoqué histeria y hasta miedo, otras solamente desestabilicé sus cálculos y unas veces más sólo fui un objeto curioso. Luego, lentamente me fui opacando hasta que un día simplemente desaparecí. Sólo dejando un recuerdo de aquel objeto extraño que orbitó una etapa de sus vidas.

Pero luego, meses o años después, aparecía de nuevo en sus vidas como si nada hubiera pasado y el ciclo se repetía una vez más. Ahora que lo pienso de esa manera, muy pocas de mis relaciones han sido sólo una vez perihelio de mis sentimientos. Si ellas pudieran leer lo que digo, seguramente moverían la cabeza en muestra de aprobación (y rechazo, de paso).

Desde hace tiempo mi órbita se ha vuelto menos excéntrica y mis vagabundeos aún menos dramáticos. Aunque desaparezca del cielo de alguna persona, de una forma u otra puede localizarme fácilmente en cualquier momento y lugar de mi tránsito (sí, estoy forzando demasiado la analogía, lo siento, pero me gusta). De esta forma, si algún día llegara a acercarme de nuevo a sus vidas, podrían saberlo con anticipación y tomar las medidas necesarias. Me gusta pensar que muchos de estos escenarios son como los de Armageddon: se prepararían para borrarme de su existencia de una vez por todas. Pero la realidad es que la mayoría de las veces ya sólo provoco lo mismo que en cualquier persona común: nada más que un par de miradas al cielo y después el seguir con la vida normalmente.

Creo que es lo mejor, después de tanto vagabundeo sentimental, ya no tengo mucho material para sublimar, sólo lo suficiente para brillar en un único cielo.


martes, 25 de agosto de 2009

Que trabajen los pobres



Mi rutina diaria me recuerda que desde hace algunos años carezco de problemas de dinero. Tampoco vivo rebosado en marmaja, y si me preguntan, no rechazaría una corta extra en mis dos cuentas bancarias, donde hasta la fecha reposan mis ahorros acumulados a conciencia.

Conciencia que me susurra: hermanito, vienen días difíciles, cabalísticos, sinuosos y de putas. Un descuido y terminas pidiendole dinero a tu madre, como en la adolescencia; veinte pesos para los taxis y un rincón con internet en su casa para buscar trabajos horrorosos o tediosos.

Mi rutina es la negación de todo consumo, me repito. Mis contemporaneos, todos tienen automovil del año que pagan a plazos, hipotecas insufribles, y se permiten gastos de ropa, conciertos y comidas en San Diego, muebles avantgarde, televisión de plasma o LCD, una buena laptop, sus gadgets, que incluyen cuenta de radio, celular y blackberry para la mujer, el marido y el hijo que más aplauda.

Pero no los critico. Soy respetuoso de la vida de otros; también me he vuelto así de algunos años a la fecha, y ya no juzgo duramente. Les tengo respeto o indiferencia, y soy justo: reconozco sus logros y sacrificios. Pero si me preguntan, no es la clase de vida que apetezco, y entonces trato de pensar, o imaginar, que harían todos mis contemporaneos, e incluso los más jovenes (yo ya no soy tan joven, debo reconocer), si los despidieran.

Pienso en eso y sonrío, y mi sonrisa debe parecer extraña o de loco, por que suelo pensar ese tipo de cosas cuando estoy corriendo en la unidad deportiva a la que asisto todas las mañanas. Siempre comienzo el día con cinco kilómetros y varias series de lagartijas, abdominales y desplantes, pensando en esto y aquello, reconociendo que debe ser una joda trabajar para poder mantener un estilo de vida que, de todas formas, no les satisface.

Soy desempleado, señores, y hace dos meses me echaron de un trabajo bien remunerado pero aburrido. Ahora soy feliz y adoro serlo. Pero para alcanzar un nirvana tal, es menester planear, y lo mio ya es una estrategia que, por humanismo, quiero compartirles. Aunque en realidad no es cosa del otro mundo; no es el hilo negro, ni mucho menos. La cosa va así:

- Conseguir un trabajo, cualquiera.

- Reducir tu gasto corriente a dos quintas partes de tu salario mensual y ahorrar el sobrante. Por supuesto, a mayor salario, mayor umbral de gasto, pero a menor ingreso, tu vida puede tornarse espartana.

- Olvídate de tener novia, esposa e hijos, amigo mio. Todo eso cuesta dinero. Son gastos románticos e innecesarios cuya inversión no está garantizada: nadie te garantiza que tu mujer no te engañe con algún tipo mejor que tú (siempre habrá uno), que tus hijos no sean unos imbéciles ni crezcan para ser unos drogadictos, parias o delincuentes, y que tú trabajes como burro para ellos durante cuarenta años para terminar olvidado o de hazmerreir de tus nietos.

- Es posible conseguir una amante o pareja, pero debe ser una persona conciente y respetuosa de tu estilo de vida. Si hallas alguien así, cuídala y consérvala, atesorala como lo único que jamás debes perder, pues es verdaderamente la mujer adecuada.

- Olvídate de hipotecas, de carros nuevos, de teléfonos celulares modernísimos, de ropa de marca (en outlets o en tiendas departamentales). No hay ganancia en nada de eso; incluso cuando están en oferta, implica pérdida. Sus esquemas están diseñados para atorarte, para joderte y someterte y volverte un putito temeroso del despido.

- Tu vida debe ser austera. De verdad austera. Aprende de tus limitaciones y disfrútalas. Hay algo de budista en el proceso. No te acomplejes por no tener el auto nuevo de tu amigo, ni su novia nalgona, ni su loft amueblado; piensa: el auto lo debe, la novia le debe exigir emolumentos y si lo corren de la gerencia o dirección que tanto te presume, es muy probable que pierda todo, o que acabe besando traseros para conseguir otro trabajo que le ayude a sostener su medianía.

- Continuar trabajando durante un plazo no mayor de dos años. Si el trabajo te complace, consérvalo hasta que deje de complacerte (TODOS los trabajos llegan a ese punto, reconozcámoslo). Si no, estudia bien el artículo 47 de la Ley Federal de Trabajo, así como toda la jurisprudencia relativa; ya que domines el tema, busca la forma de que te despiden sin incurrir en responsabilidad administrativa para conseguir la indemnización que marcan los artículos 48 y 50 de la misma ley.

- Confía en mi: muy pocas empresas tienen perfeccionados sus mecanismos para fincar responsabilidades a los trabajadores. Por otro lado, SIEMPRE hay una forma de lograr el despido sin responsabilidad para el trabajador.

- Para ti, el despido se convertirá en libertad, y esa es la imagen que debes albergar en tu mente y en tu espiritu cada vez que Recursos Humanos te llame y un abogado caricontecido te diga que hay recorte en la empresa y que deben dejarte ir.

- Luego del despido, vive de lo que ahorraste sin olvidar la frugalidad. Con tacto y administración, puedes vivir hasta dos años y medio sin trabajar, o uno con dos meses de viajes mochileros.

Otros consejos:
*No tomes alcohol ni uses drogas. Cuestan dinero y desenfocan.
*Olvida las fiestas: son pérdida de tiempo y debes comprar regalo e ir vestido apropiadamente.
*Haz ejercicio en las mañanas, para que tu día no se torne ocioso, y busca cosas que te satisfazcan: la lectura, la escritura, la música, la pintura, la fotografía, cualquier tipo de arte.
*Planea tus dias y establece una rutina que te resulte productiva. Proyecta y calcula tranquila y friamente tu regreso a la vida productiva, pero no te desboques ni te precipites sobre cualquier trabajo.

Muchos me dirán que mi esquema no permite el progreso, pero yo me rio en sus caras: ¿Progreso? ¿A que le llaman progreso? ¿A este país de mentecatos y acomplejados, que antes de permitir un cambio, el que sea, prefieren atarse a un status quo que ya no funciona y que presenta todos los paradigmas teoricos sobre el desastre socioeconómico?

Yo no pienso trabajar hasta los sesenta y cinco años, como burro, atemorizado a perpetuidad del desastre inminente. Las devaluaciones me la flipan, la inflación me importa poco, la tasa de interés no me asusta, y lo único que me irrita es que los libros y revistas sean caros y que no pueda tomar agua de la llave para ahorrarme los diez pesos del garrafón que compro semanalmente.

Puedo afirmar categóricamente que lo que somete a la gente no es el gobierno, ni sus estrategias económicas ni políticas. Son ellos mismos, que en un afán clasemediero hacen todo lo posible para sostener una farsa nacional que sofoca, una mentira histórica demencial que nadie se atreve a cuestionar por que están preocupados por pagar su nuevo Iphone. Es así como se conservan las viejas costumbres, que al final enriquecen a unos pocos: con el temor de la pérdida.

Una vez que te deja de importar, te atreves a perderlo todo y ser libre. El que pierde todo, es ligero, ligerito. Y si al final vas a vivir asustado por perderlo (en este país, todo es una pérdida esperando a suceder), ¿para que preocuparte por tenerlo?

Pero no les he hablado de mi rutina, señores. Por supuesto, el desempleo debe ser funcional, o se convierte en huevonada. Todos los días, me despierto a las siete de la mañana, me desayuno ligero, y salgo a correr cinco kilómetros. Luego regreso, tomo mucha agua y aprovecho la temperatura de mi cuerpo para bañarme con agua fria (ahorro gas así), luego devoro algunas frutas y recojo mi reducida covacha, amueblada con un sillón cama, un taburete, una parrilla y una pequeña canasta con ropa (todo eso vuelve la limpieza sencilla). Enciendo lo único de valor que tengo: una laptop viejísima, y escribo hasta las tres de la tarde, que es cuando salgo a caminar hasta llegar a un pequeño parque donde leo hasta que cae el sol.

En mi cuartucho continúo leyendo, y cuando son las diez de la noche, me cepillo los dientes y me acuesto a dormir.

No sé si algún día logre tener una familia, o un carro nuevo, o una casa Geo, o si mis amigos triunfadores dejen de verme como un fracasado. Lo que si, es que es la única forma que tengo de escribir, y en el jodido banco todavía queda dinero como para sobrevivir un año y medio más antes de preocuparme por hacer citas y lamer botas.

¡Lastre, lastre compañero!

¿Cuál es tu posesión material más importante? ¿Cuál es el objeto, el artefacto, el soporte, la herencia, el recuerdo que llevarías contigo si sólo uno hubiera que escoger?

Tendría yo como 12 años cuando a través de una cosa llamada Círculo de Lectores –que tal vez alguno de ustedes recordará si cuenta con más de 30 años- llegó a mis manos un libro llamado Tres Hombres en una Barca, de Jerome K. Jerome.

La historia narra las aventuras de tres hombres ingleses que deciden que necesitan unas vacaciones e inician un recorrido por el río Támesis. El libro combina la descripción de los lugares con referencias históricas, reflexiones filosóficas y anécdotas de los tipos al estilo comedia de enredo.

A pesar de que la historia se ubica a finales del siglo XIX, siempre que me preparo para un viaje largo en auto recuerdo este libro. Los tipos se preparan para pasar una semana en la barca; deben llevar todo lo necesario, pero no deben llevar nada de más. Lo mismo que pasa cuando te vas en un roadtrip: el auto lleva tu supervivencia pero también contiene tu espacio vital, cuanto más amplio mejor; cuanto más ligera pero precisa la carga, más gozoso el viaje.

La semana pasada estuve en Nueva York. Caminando por las calles vi a muchos vagabundos, homeless les dicen acá; gente sin casa que vive en esas condiciones debido a alguna adicción o enfermedad mental, a la pobreza, o por decisión propia en casos que pudieran parecer incomprensibles.

Los homeless, tal como suelen aparecer en las películas gabachas, en muchas ocasiones van empujando carritos de supermercado con una aparente miseria en ellos: botellas, latas, harapos y aparatos eléctricos descompuestos conforman su pequeño tesoro transportado en cuatro ruedas, o a veces sólo en un par de maletas desvencijadas. De pronto se acuestan a dormir en un lugar. De pronto, también, supongo que se cansan de sus posesiones y simplemente las abandonan en algún callejón.

Viendo a los homeless de Nueva York no pude evitar envidiar su habilidad. Mi viaje duró 16 días, y decidir qué llevar fue un suplicio. Como siempre, me faltó ropa interior y me sobraron zapatos. En algún momento, por razones que no vienen a cuento, tuvimos que atravesar varias calles del Bronx con nuestras chingaderas posesiones a cuestas; ridícula la escena, en verdad.

Mientras arrastraba mi absurda maleta de rueditas pensaba en los homeless, en esos vagabundos que con gallarda levedad transitan por el mundo sin aparente carga real. Pensé que al no tener nada, lo poco que un día te llega ya es ganancia. Pensé en cuánta falta me haría, de vez en cuando, poner en práctica la habilidad de meter mi vida en dos maletas y ponerme ligera para el mundo que aún me falta por andar.

Uno de los fragmentos más hermosos del libro de Jerome aparece en el texto introductorio de la edición que yo tuve, describiendo lo que, a fin de cuentas, supongo que viven muchos de quienes vagan por el mundo sin gran posesión material. Helo aquí:

“Mucha es la gente que, para realizar ese viaje, carga su barca casi hasta los topes, a riesgo de hundirla, con un montón de estupideces que considera esenciales para mayor placer y comodidad del viaje, pero que en realidad no son sino trastos inservibles.

Atiborran la frágil embarcación hasta la altura del mástil con ropajes delicados y grandes casas, con criados inútiles y una hueste de buenos amigos que les son indiferentes y les pagan con la misma indiferencia, con costosos entretenimientos que a nadie divierten, con formulismos y modas, con pretensiones y ostentación y con el más loco de los trastos, el cuidado por la opinión del vecino, así como con lujos empalagosos, con placeres aburridos, con una vanidad vacía que, como la corona de hierro de los criminales de antaño, hiere y obnubila a la cabeza que la sostiene.

Lastre, compañero..., ¡lastre, y nada más! ¡Tíralo por la borda! Agrega tanto peso a la barca que te hará desvanecerte sobre los remos. La hace tan lenta y peligrosa de pilotar que nunca conocerás un momento libre de ansiedades y cuidados, nunca alcanzarás un instante de descanso para el ocio soñador..., no tendrás tiempo para contemplar las ventosas sombras que se deslizan con ligereza sobre los bajos fondos, ni los brillantes rayos de luz que revolotean sobre las ondas, ni los grandes árboles de la ribera que contemplan su propia imagen, ni los verdes y dorados bosques, ni los lirios blancos y amarillos, ni la oscura ondulación de los juncos, ni las juncias, ni las orquídeas, ni los nomeolvides.

¡Tira el lastre por la borda, compañero! Que la barca de tu vida sea ligera, equipada tan sólo con lo necesario (...) Verás entonces que es más fácil mover la barca, que no correrá tanto peligro de zozobrar y que no importará tanto que zozobre; los bienes sencillos y de calidad resisten el agua. Tendrás tiempo para pensar y tiempo para trabajar. Tiempo para beber el sol de la vida, tiempo para escuchar la música eólica que el viento de Dios pulsa en las cuerdas de los corazones humanos que nos rodean...".

Nada; que creo que si yo fuera un vagabundo, mi vida sería más simple y más bella de lo que es.

lunes, 24 de agosto de 2009

Vaga/abundancia


En la caja del Family Center un tipo con el mismo cuerpo y los mismos años de Iggy Pop pagaba un doce de cerveza y una bolsa de papas. Le colgaba una barba tiesa como kleenex con resistol y llevaba unos ojos azules muy brillantes que no parecía fueran desechables. Vestía shorts de mezclilla, traía los piel atascados de mugre y una banderita del estado de Texas se asfixiaba en su axila izquierda.

El barbudo pagó, salió a la calle y desapareció antes que las puertas automáticas me permitieran atinar su rumbo. Seguramente iba y venía a pata, pero no era descartable que se transportara en un jeep o en un Malibú 79, pues ya ven que los países desarrollados son buenos para desarrollar vagabundos fresas que manejan merendando un doce de Coors helado. (En México nuestro único vagabundo fresa salió en Amores Perros, pero de ese personaje no me gusta hablar mucho porque luego, cuando uno se encariña con él hacia el final de la película, decrece su buena chispa cuando se corta la greña, la barba y las uñas).

Pero bueno, viendo al vagabundo cervecero del supersillo de Puerto Aransas me invadió otra vez esa pregunta que me invade seguido: ¿Qué es lo que lleva a un hombre a tomar la decisión de irse a la chingada a vagabundear?

Dicen que algunos vagabundos se hacen gracias a la tragedia. Un día un contador público se entera que toda su familia muere en un viaje a Hermosillo y en vez de estarse fuerte se entrega a la perdición, se habla y se contesta ecuaciones en sincronía y se va convirtiendo en la leyenda de su colonia como Don Ángel, el ex Contador Público que era muy bueno en el softbol, una chulada de pitcher, y que salía siempre en la nota de sociales pero que ahora duerme en las bancas del parque protegiéndose del frío con las páginas de avisos de ocasión. Pobrecillo, el Don Ángel.

También se dice que algunos vagabundos, -fresas o cacos como los nuestros mexicanos-, se hacen gracias a la guerra. Un día al teniente Hamilton le toca asesinar a tres familias de camboyanos porque en la guerra y en el amor todo se vale (tremenda pendejada ésa), y pues allá en el frente se siente muy riata, pero regresa a su país sólo para que le cuelguen una medalla amarrada a un montón de años de culpa y pesadillas. Con el tiempo, el teniente Hamilton deja de contestar el teléfono y se entrega a una borrachera a deshoras que vierte sus aguas en un juzgado de lo familiar con la suya esposa golpeada y con el teniente Hamilton entregando las llaves de su casa, su carro, su asador y su garage. El ex héroe de combate termina mudando el uniforme militar por unos trapos miados balbuceando nombres de niños en camboyano adentro de un vagón.

Habrá más tipos de vagabundos que por ahora se me escapan de las teclas. Seguro ustedes tendrán alguno en mente, así que arránquense en la zona de los comentarios para que juntos lleguemos de perdido a los 30 tipos de vagabundos, ya sea fresas o cakles. (Nomás no se vale incluir al perro que sale en la movie de Disney "La Dama y el Vagabundo").

Termino con una confesión muy chafa y de poca trascendencia: La neta, me cayó muy bien el vagabundo ése que me retó sin darse cuenta en un supersillo texano. Y digo me retó porque lo vi y se me antojó ser como él, sin jorobas existenciales aparentes, tecateando y papeando. De esas veces que a uno le pasa eso por la mente, irse de vagabundo. ¿Les ha pasado?

Vagabundo


Seguramente el sol ya tiene un par de horas de haberse asomado tras ese monte y yo apenas voy abriendo los ojos. Tras estar acurrucado toda la noche en una banca del parque, estirar todos y cada uno mis músculos (tronando los huesos) es uno de los placeres que el vagabundear me da. Nada por hacer, ¿porque no tomarse su tiempo?

Úrgeme vaciar mi vejiga y lo hago en mis arbustos preferidos, los que rodean a un monigote grafiteado. El viento trae consigo un fuerte olor a podrido. Basura. De las ventajas de vivir en las periferias de la ciudad es que la gente olvida que acá también existe quien respire y tiran (u olvidan) recoger los desperdicios diarios.

Mi nariz busca y separa. Plástico no, calabazas tal vez. Ya nada de guisado de puerco cuyo olor aun conserva el ambiente. Desafortunadamente, algún bastardo llegó antes que yo. Seguramente fue alguno de esos que viven en esa casucha sin ventanas. Pobres idiotas que creen que por tener un techo son mejores que yo.

Alguna vez yo tuve un techo y una cama. Tenía comida caliente y diaria. Hasta que un día llegó él… Mis tripas suenan ahuyentando esos absurdos pensamientos. Ahora soy libre, ¡amo y señor de mis dominios! Los pocos que se atreven a desafiarme huyen ante mi rudeza. Soy respetado y temido. Huelo su miedo. Hace mucho tiempo que deje de ser una de esas piltrafas que tienen un horario y una rutina. Que comen siempre lo mismo. Comida…

Recorro mis puestos de garnachas preferidos. El olor a grasa me hace salivar. A veces, algunos se apiadan de mí y me comparten sus sobras. Aunque la mayoría me alejan con un ademán de asco y desprecio. Ya me he acostumbrado, supongo que mi pelo enmarañado y sucio no es la mejor presentación que he tenido.

No hay mucha suerte y tengo que esperar. Siempre dejan desperdicios en una esquina y con este calor, el hedor surge rápidamente. Aquí apesta a excremento, a sudor y a sangre. Hace que a algunos les irriten los ojos y comiencen a estornudar. Por eso, casi nadie me molesta cuando me quedo aquí.

Dormito en la sombra, esperando con eso engañar a mi panza. Con los ojos cerrados distingo aún más a la gente que pasa. El sudor amargo de los niños saliendo de la escuela, el semen recién vaciado en una chica en tacones, el gordo cebolloso, la vieja en sus miados. Duermo…

Despierto en un lugar muy lejano. Huele a sangre, a dolor y a desesperación. Los aullidos son insoportables. ¿Cómo llegué a esta cárcel? ¡Qué alguien me regrese a mi hogar! Aun no he comido, tengo que volver antes de que la basura se pudra. ¡Por favor señor, tengo que salir!

Ni si quiera me van a guardar un día. Por supuesto, mi facha de vagabundo no indica que tenga familia o alguien que venga por mí. Pero yo tuve placa y cartilla de vacunación. Juguetes y una cama acolchonada que tenía mi olor. Hasta que un día llegó el bebé apestando a leche y cacas.

Y una noche en la periferia, este perro peludo fue a dar.

Para tí Clasemediero



(Hoy me voy a pasar el tema semanal por el arco del triunfo, so pena de expulsión o carta administrativa del colectivo)



En estos momentos debo andar cumpliendo dos días sin fumar, lo que hace sumamente complicada la escritura de éste post. Mi amigo inseparable, el cigarro, tendrá que irse para siempre, debido a complicaciones de urgencia médica de su servidor y escritor de ésta gaceta incendiaria que se publica los días domingo o los lunes muy temprano. Aunado a éste de por sí tortuoso acontecimiento, ahora también me apego a una dieta estricta capaz de convertir a cualquier cristiano rebosante, en un pordiosero famélico.

Para aquellos que osen llamarme por teléfono en el transcurso de ésta semana que inicia hoy bello domingo, y hasta la próxima y requete-próxima semana, temo decirles que me encontraré en estado de irritabilidad esporádica, debido a mis convalecencias, y a mí recién forzada renuncia de uno de mis vicios natos, ya que decía mi madre que en el parto, ya cargaba bajo el brazo un paquetito de camellos.

Mientras yo escribo mis estupideces, acerca de mi última batalla contra la nicotina, y mientras ustedes seguramente, somnolientos están en sus aposentos laborales esperando la hora de comer, la agenda nacional se rebana entres o cuatro pedazos al mismo tiempo. Y eso, por escoger un número azaroso, y poco dramático. ¡Nos está llevando la chingada!, anuncio a todos y cada uno de mis compatriotas, camaradas y amigos, por igual, en la cola de las tortillas, en la fila del banco, por teléfono, por vías electrónicas y hasta por twitter (arcaico modelo de red social, que irónicamente cada vez emula ser más y más novedoso). La vida maravillosa me ha rodeado de gentiles personalidades e intelectuales, que bien no sirven para mucho en el porvenir de ésta nación, pero parecen escucharme cuando les detallo con mis cortos dedos las amenazas y los pobres resultados que en todos los sentidos está entregándonos ésta nación. Esto, salvo unos cuantas amistades necias, que aún hoy, hacen cara de desapruebo, y gesto de nobles venidos a menos, y con calma me repiten la perorata mediática, impulsándome a punta de bruscos improperios, y necias argumentaciones, a su secta maldita de clasemedieros satisfechos.

Sí, tú. Clasemediero y clasemediera bonita que comes tres veces al día, y que tienes dieta de alto contenido proteíco y grasoso, por favor, comienza a valorar que en éste país necesitamos que utilices todas esas calorías que el campo y ganadería mexicanos hemos invertido en tu engordamiento, y probablemente, con los años, invirtamos en tu rehabilitación y hasta sepelio, en que utilices ése órgano olvidado, en analizar el devenir colectivo.

Por el momento, quisiera hacer una lista de la mediocridad punitiva de algunas frases ya recurrentes, de aquellos crudos de votar en 2006, o

La crisis es mundial.
Recuerdo cada vez que escucho ésta frase, aquél refrán: "Problema de muchos, remedio de tontos". ¿Ustedes creen que la crisis es mundial? Entonces seguramente nuestro modelo está muy bien, tan bien, que seamos el país de América Latina que está sufriendo los peores estragos de la crisis.

El presidente está enfrentando al narco.
El presidente se está haciendo pendejo a falta de un programa concreto para goberanar y reformar la nación. El presidente está demasiado comprometido con los grandes evasores de impuestos, y con los ricos. El programa económico de Calderón es: socializar las pérdidas y privatizar las ganancias.

Hay que pagar impuestos parejo.
Ésta es una frase temeraria, y ahí es cuando recuerdo otro refrán bonito: "No hay nada peor que un pendejo con iniciativa". En México no hay impuestos parejos, y es la imbecilidad colectiva de los clasemedieros, de la que se aprovechan propuestas como gravar a los enfermos y a los hambrientos, en un intento de llevar un intento de nivelación fiscal, a oídos de tí, clasemediero bonito y pudiente, que pagas tenencia de auto nuevo. Los grandes corporativos, los ricos de verdad, difieren desde hace muchísimos años sus responsabilidades impositivas. Ellos financían campañas mediáticas a favor de quien proteja sus celestiales intereses.


El mexicano defiende que lo roben y lo ahorquen con tal de no sentirse naco.

Por favor, dejen de sentirse nacos. Tú clasemediero, y clasemediera bonita, seguramente, como todos los clasemedieros, sí hurgamos en generaciones atrás, somos parte de un proyecto de nación. Quizá tuvimos bisabuelos, abuelos, o padres jodidos. Que se beneficiaron y salieron adelante a través de políticas que hoy quedan cada vez más en el olvido, o instituciones como la UNAM, que educaron a generaciones sin recursos y puedieron darles una profesión. Ya deja de sentirte potentado, deja de argumentar estupideces. Hay 45 millones de mexicanos en la pobreza. Y nos vamos a ir todos directito al hoyo, sí no reaccionamos. Piensa. Lo que quieras, pero piensa.

Y dejen de fumar, es malo y produce problemas de erecciones.

domingo, 23 de agosto de 2009



Eran más de las cuatro de la mañana cuando un ruido proveniente de la cocina nos despertó. Mi departamento era pequeño, te lo advertí, sin embargo insististe en venir a vivir conmigo. Cruzamos el estrecho pasillo y ahí, sobre la barra estaba un diminuto ratón, mi primer impulso fue gritar, pero como si adivinaras mi intención, llevaste rápidamente tu enorme mano a mi boca y con un golpe seco acallaste cualquier sílaba de terror que pudiera emitir.

— ¡Shhh!, no ves que se van a despertar los niños.— cielos, casi lo olvidaba, tus dos pequeños hijos se encontraban durmiendo plácidamente, el más chico, sobre el sofá reclinable, ese que tiene un hueco especial para poner las cervezas, y el más grande sobre el restirador que te regaló mi padre. Pobre viejo, vive engañado pensando que eres arquitecto. Ninguno de tus retoños despertó, si acaso un leve movimiento sugirió que se acurrucaban pensando en las tetas de su madre. Es tarde— me dijiste — mañana compraremos veneno para matarlo y sanseacabó.

Estuve de acuerdo contigo en que pronto amanecería, pero de ninguna manera permitiría que el roedor muriera con las tripas desecadas por algún toxico, escondido en algún lugar de mi departamento. Imaginé que su lecho de muerte pudiera ser el cajón de la ropa interior de tus hermanas y me escandalicé. No permitiría que una bola de pelos quedara tiesa sobre las tangas y finos encajes que les regalé. Tienen 10 y 12 años — me dijiste — no creo que a mis hermanas les importe, es más, ni siquiera se van a enterar. Me tranquilicé cuando dijiste que todos los días revisarías los cajones y te cerciorarías de que el ratón no muriese en el olvido.

El veneno no funcionó terminó engulléndose dos paquetes enteros y cada vez había más mierda por todos lados, una mierda azul y gris que, advertían las instrucciones del empaque, significaban que el final estaría cerca. Pero el final no llegó, lo bueno es que tus hijos se divertían jugando a Hansel y Gretel y yo simulaba ser la bruja hasta que tu ex esposa llegaba, preparaba la cena, barría los rastros de mierda ratonil y se iba. Tu ex mujer debió ser muy bella antes de que la embarazaras ese fatídico miércoles de ceniza que tanto me cuentas — bonita y virgen — afirmaste mientras enderezabas un poco el retrato de bodas que colgaste en la sala, el marco era dorado y muy pesado por eso constantemente teníamos que acomodarlo para que no se viera torcido. Yo hubiera preferido que ese cuadro se lo quedara ella pero me dijiste que tu madre nunca lo hubiera aceptado.

Compramos una trampa para ratones, intentamos poner una carnada suculenta y te insistí en que el queso llenaba ese lugar por antonomasia. El queso apenas fue olisqueado, supuse entonces que el roedor estaría muriéndose de hambre, igual que nosotros desde que tu primo Edgardo prometió duplicar nuestros ahorros en una inversión segura y de jugosos intereses. Algo debe estar mal en esta trampa, activamos el mecanismo y comprobamos que, las leyes de la física y mecánica aun son infalibles. Mientras tu abuela cambiaba el tapiz de las dos habitaciones, se percató que el peludo inquilino había comido casi en su totalidad nuestra colección completa de ciencia ficción, fue ahí cuando me encabroné sobremanera, porque chingados no se tragó a Kristeva, al menos le hubiera dado una puta indigestión.

Los siguientes días fueron una locura, trampas de todo tipo fueron instaladas en la casa, pegatinas, trampas de agua, cables eléctricos, hasta un gato amarillo que conseguiste prestado. Nada funcionaba y la existencia del ratón se volvió menos interesante que todos los dispositivos acumulados.

En cuanto amaneció saliste disparado de la cama, voy a matar a ese ratón me dijiste con tanta determinación que casi me provocas un orgasmo, algo muy raro en ti pero quizá por lo poco usual de la situación te concedí como autor de mis fulgores uterinos.

Ven, cógeme Jesús, estabas tan caliente que hasta hiciste caso omiso de que mencionara el nombre de tu hermano y no el tuyo. Te apresuraste a desvestirte, me colocaste al filo de la cama, estaba a punto de sentir tu embestida pero una presencia extraña llamó tu atención. Con mis piernas arcadas en tus caderas volteaste hacia la puerta y ahí estaba, parado casi en dos patas, con su naricilla bulbosa contrayéndose una y otra vez, los ojos rojos miraron fijamente a los tuyos, fue entonces cuando algo sobrenatural pasó entre el pinche ratón y tú, un entendimiento que rara vez se logra en la vida. Ninguno de los dos reculó, cada quien parado a dos patas en su sitio. No puedo matarlo — me dijiste, y tu cara ya no era la del semental que hace unos segundos me hubiera domado, sino la de un pequeño niño que balbucea sus miedos con la esperanza de ser cobijado. Pero no te entendí, en cambio te reproché la falta de conciencia ¿Qué no vez que no cabe aquí? ¿Qué pretendes, adoptarlo, vacunarlo y sacarlo a pasear por las tardes? Pude soportar varias cosas, pero eso era el colmo. Tomé mi maleta y salí de mi propio departamento. Hay cosas que en definitiva no puedo permitir, hice tanto ruido como pude, y al final te grité desde las escaleras:
¡Maldito libertino! ¿Qué no ves que tres ya son multitud?

sábado, 22 de agosto de 2009



Estaba segura que P. tenía un nivel de autismo, o por lo menos, con eso intentaba reanimarme. Ahora veo hacia atrás: la verdad es que se trataba de una persona muy serena, muy cabal, pero sobre todo, muy prudente. Te escuchaba con sus ojos oscuros muy abiertos, no hacía gestos y yo, les juro, me quería morir diariamente en la universidad por él y con él.

Entonces, debo contarles una de las tantas situaciones en la que le demostré que era YO lo mejor de este mundo. Claro, como en todas las demás ocasiones, él fijó la mirada en otro lado y se quedó mudo.

P. era dueño de una nevería. Imagínense. Y como buena acosadora, ya sabía que sí lo visitaba un viernes a las seis de la tarde, estaría a punto de abandonar su turno y que su casa se encontraría sin sus padres y hermanos (conocía también los horarios de los susodichos) entonces mi plan era llegar, sacar cualquier pretexto para ir a su hogar y quitarle la ropa como una vez lo hice en su sala, que por cierto, era como una sucursal de la capilla Sixtina- explíquenme quién en esta endemoniada vida coge con una foto de Juan Pablo II en una repisa y viendo a la Sagrada Familia- pero yo estaba e-na-mo-ra-da, acuérdense que me quería morir por él y con él, así que hasta el episodio me pareció sumamente familiar, debido a que estuve en colegio de monjas toda mi vida.

Seis de la tarde y gran error. Llegué y P. no atendía el negocio: estaba su señora madre. Amable, como siempre, me invitó a esperarle. Invariablemente suelo iniciar una conversación con los temas más absurdos de la existencia humana y al ver una botarga de “Elmo” tirada en el suelo de la nevería, no se de donde surgió esta frase de mi boca:

-Siempre he querido usar una botarga. Me parece algo muy divertido.

Segundo pinche gran error. Al cabo de tres minutos yo ya estaba convertida en Elmo, dispuesta a bailar en la calle al ritmo de las canciones de moda del 2004, invitando a los transeúntes a visitar la afable nevería y soportando los malos tratos que cualquier niño de más de siete años le da a una botarga, y como se trataba de Elmo, mi dignidad estaba en los suelos.

Miriam: 0
Autista: 1

¡Ah! Todo esto con una temperatura de más de 35 grados centígrados, cabe destacar. En buen momento llegué de calenturienta a visitar a mi amado, y en mejor momento faltó la chica contratada por mi disque suegra para ponerse la botarga.

Las personas tocaban su claxon, muchos se burlaban, los niños me manoseaban toda, pero en mi cerebro, a pesar de la tortuosa misión, podía visualizar la anhelada recompensa: Sucursal Capilla Sixtina. Por favor Dios, ten piedad.

Pero Dios estaba ocupado en otros menesteres, sin duda. Una hora después, se apareció P. templado, íntegro, y claro, yo me quería morir por él y con él. No recuerdo sí le causó gracia que me convirtiera en animadora del negocio de su familia, conociéndolo tal vez ni lo notó. Me dijo que nos fuéramos, accedí y rechacé la nieve de café con cajeta que tendría de pago.

Llegamos a la casa, no recuerdo con que estúpido pretexto. Estábamos en la cocina, él con sus ojotes abiertos esperando lo que tendría que pasar, yo repasando cautelosa mis trucos y con la boca todavía cerrada. Se escucha el timbre, él va a la puerta.

Ex novia aparece en escena. Ex novia ya aplastada en la sala. Incrédula, avanzo con pasos retraídos desde la cocina hasta el sillón. La observo y me clava la mirada. La salude con una sonrisa de lástima, no hacia ella, sí no para mí: todo el show de Elmo ¿Para qué? P. le ofreció entrar a su casa y así, me hizo trizas el corazón y se le dio de comer al perro.

Los tres sentados, cada quien en un asiento diferente. Silencio incómodo para ella y para mí. Y él- que me parta un rayo sí no es cierto-tenía dentro de sí un vago discernimiento de que la escena que presenciaba no era correcta, y aunque un leve desconcierto azotó su inmutabilidad, respiró hondo, fijó la mirada hacia otro lado, se quedó mudo y volvió a la cocina por un vaso de agua.

Solas, las dos nos reímos sin decir palabra. Nos reímos por compadecer la una a la otra. Por solidaridad, hasta por simpatía. P. desde la cocina no nos escuchó, a P. probablemente, nunca le importamos.

Tri ¡Oh!

viernes, 21 de agosto de 2009

333 The number of the Beast (Dante y Hank Rhon)



No sé si Jorge Hank Rhon ha leído La Divina Comedia o si Dante era hankista. Y no, no crean que esto tiene que ver con los demonios y los círculos infernales en donde más de un chamuco de Atlacomulco debe habitar, sino con la cifra hankista por excelencia. Cualquiera que conozca a Jorge Hank Rhon sabe bien que es supersticioso a morir y siendo un empresario del juego, aficionado él mismo a las apuestas, da una importancia sacramental y religiosa a las cifras. Todo mundo sabemos que así como la Bestia del Apocalipsis tiene el 666, la marca de Hank Rhon es el 333. Es su signo de batalla, su grito de guerra.

En las campañas políticas todos hemos visto a las masas congregadas en el Hipódromo Caliente con las manos alzadas marcando el Tres con los dedos, como si de un tridente maldito se tratara. Su restaurante (uno de los más fashion de Tijuana) se llama el Trez. Tiene tres pisos. Uno es restaurante, el otro bar y el tercero discoteca. El estadio de Xoloitzcuincles tiene 13 333 lugares disponibles, pero su aforo final será de 33 mil 333. En el estacionamiento de Pueblo Amigo (su hotel y Centro Comercial) cobran una cuota de 33 pesos. Durante su trienio como alcalde, Hank se divertía jugando a ser el chofer de la Calafia 333, misma que le regaló Gregorio Barreto, a bordo de la cual recorría las colonias populares con su séquito de guaruras asesinos atrás.

Cuando le pregunté en 2007 si no se había excedido con sus gastos de campaña a gobernador, me contestó con el cinismo acostumbrado que le habían sobrado 33 pesos. Y así me la puedo llevar enumerando aspectos de la vida de Hank en donde el tres está presente.

Pues bien, para seguir alimentando su devoción por esta cifra sagrada, voy a recomendarle a Hank que lea La Divina Comedia en donde la cifra Tres, número sagrado de la Trinidad, juega un papel importantísimo. El poema épico está dividido en tres partes, Infierno, Purgatorio y Paraíso. Cada uno de estos tres libros se divide en 33 cantos. La Divina Comedia comienza con un canto introductorio, de manera que el conjunto de la epopeya comprende 100 cantos, la cifra de la perfección.

Cada uno de los tres territorios del más allá se divide en nueve tramos, es decir tres al cuadrado. La métrica que Dante concibió para la Divina Comedia se basa una vez más en el tres. Se trata de una rima encadenada en estrofas de tres versos, la terzarima, que se mantiene a lo largo de toda la obra. Así las cosas señor Hank, no tienes pretextos para no leer a Dante. Tal vez encuentres la clave para ganar la elección en 2013 y acabar de convertir a Baja California en el auténtico Infierno dantesco.


jueves, 20 de agosto de 2009

Horario de verano.



A veces, el tiempo es el aliado justo del desamor; pareciera como si Cronos fuera amante del sarcasmo y moviera lentamente los hilos para que las historias encajaran en contextos no creíbles, en donde el horario de verano lo manda todo a la chingada.

Existió en algún momento un Hijodeputa (en lo sucesivo, Mateo) al cual se le ocurrió la genial idea de cruzar por la vida de Mi Muñeca Fea (en lo sucesivo, Anna) después de que otro Hijodeputa (de este no es necesario ni la mención del nombre) viniera y la humillara, la hiciera sentirse herida, usada a un punto tal, que solo le faltaría preguntar ¿Cuánto te pago? Se atravesó en ese momento en el que somos capaces de tomar de la mano a la primera persona que oferte solo por redimirnos, solo para sentir que no somos la mierda de personas que nos hicieron creer.

Y así sucedió, entre mensajes fortuitos y algunas salidas casuales, se fueron generando expectativas, sueños que no tenían de respaldo más que la "buena intención", y si, Anna se enamoro de Mateo, de su olor, de la palabra justa para robarle una sonrisa, de todo lo que era cuando estaba con él, se descubrió enamorada un día que ya ebria el numero de celular de Mateo era el único que recordaba, y el único que quería marcar, y así lo hizo.

El resto de la historia son detalles, cosas que no se cuentan por dos razones, número uno, solo tiene sentido para aquellos que lo viven, número dos, siempre hay que dejar lugar a la imaginación y a la privacidad. Pero avancemos en ella hasta el punto en donde sabemos que las historias son buenas, cuando son dos los protagonistas, si luego agregas a una tercera y la mano del Tiempo, esto se convierte en punzada en el corazón.

Resulta que el Señor del Karma (si, el es el verdadero autor de las desaventuras de mi Muñeca Fea, digamos que yo solo escribo la versión de los cover´s) encontró un saldo pendiente que Anna tenia con él, al parecer la lección de la paciencia no estaba bien aprendida, problemas burocráticos y unos traspapeleos de las oficinas divinas terminaron decretando un receso en el caso "Mateo-Anna" en la espera del aprendizaje de Mi Muñeca Fea de la lección correspondiente, con la intención de un final feliz para dicho caso.

Pero en ese Tiempo, llego ella, la novia de toda la vida de Mateo, la "oficial", la que iba al bautizo del primo, y su suegra llamaba “mija” por mero cariño, la que no era ni bonita, ni agraciada, pero era la novia preparatoriana, y había que reconocerle el "merito" al primogénito. Si, aquella novia que su única ventaja sobre mi Muñeca Fea se llamaba rutina (Chingado, cuando aprenderemos que "rutina" jamás será la respuesta correcta para estar con alguien).

Y mi Muñeca Fea lo sabía, y por supuesto que dolía, dolía mucho eso de estar pagando deudas pasadas, dolía saber que se pertenecían pero nadie lo sabía, le dolía no poder gritar la farsa que Mateo estaba viviendo, le dolían los besos que le daba a ella y no le pertenecían. ¡Carajo!, el punto es que dolía.

Lo trascendental es que no le importaba, Anna estaba dispuesta a darse toda ella, por trozos de Mateo, aunque lo suyo era el comercio, la transacción le pareció justa y acepto ser la "no oficial".

Una buena noche, después de tantos besos a escondidas, de manos presurosas que se mueven debajo de la ropa y arriba de la culpabilidad, Anna se visito de un poquito de dignidad, se puso perfume, leyó algo de Coelho y se prometió que no volvería suceder nada entre ellos hasta que la situación se aclarara, era todo o nada.

Después de días sin saber de Mateo, y antes de poner el pie derecho en la puerta de su casa después de un largo viaje, su celular sonó, y sin necesidad de ver la pantalla, ella sabia quien era quien la buscaría esa noche, luego del habitual "-Bueno-" vendrían las preguntas de rutina ¿Que me cuentas de nuevo? ¿Porque te has desaparecido? Mira que creí que te habías olvidado de mí, hay como crees... Hasta que llego el contundente ¿Voy a tu casa? que jamás sonó como una pregunta, y por llego también el si automático, no razonado.

Después de las platicas que solo tienen como objetico el despistar la verdadera razón de la visita, de algunas sonrisas fingidas y algunas negativas fingidas, Mi Muñeca Fea olvido a Coelho y las promesas que se había hecho, guardo en la guantera la dignidad que la revestía esa tarde y decidió permitirse el placer culposo de un beso.

No sé si Al Señor del Karma le acababan de cortar la televisión de paga, no había nada interesante en twitter o la barra de comedia de televisa le parecía una porquería, el punto es que estaba aburrido, y mando hablarle a Cronos, que puntualmente asistió a la petición del Karma y atravesó la mano en nuestra historia justo cuando Anna ya sentía el aliento de Mateo en sus labios.

Algún conductor, en algún punto recordó que tenía que recoger alguna cosa y decidió regresar hacia algún lado, y estacionando su automóvil detrás del de Mateo encendió las luces (maldito horario de verano), en el lugar exacto para que estas molestaran a Anna antes de ceder al beso, en el lugar exacto para que Anna volteara y encontrara grabado sobre el vidrio trasero del automóvil un corazón dibujado por la novia de Mateo, la “oficial”, en el lugar exacto para que Anna se sintiera en el lugar Inexacto.

A veces, el tiempo es el aliado justo del desamor, no Anna, tú no eres la culpable, tal vez no debiste haber llamado la noche que estabas ebria, tal vez Mateo debió llamar antes de que llegaras de tu viaje y no pudieras verlo, o un poco después ,cuando tus pijamas y Morfeo fueran mejor compañía que él, tal vez llegaste demasiado temprano a la vida de Mateo y aun es un niño, Tal vez llegaste tarde y ya le pertenece a alguien más, pero no llegaste a tiempo.

No Anna, no es tu culpa no eres la primera en eso de los amores compartidos, no lo eres, el horario de verano, y los amores triangulados (en tu caso, a veces amores piramidales) algún día nos terminan dando en la madre a todos.



Alonzo.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Tres y dos son cuatro



Corto césped para el señor Álvarez. Corto césped para el señor Álvarez, que posado en sus muñones, me ve cortando césped desde su ventana. Y en la casa contigua, Marcela Nieves corta el césped de una forma distinta que yo que, usando podadora, corto el césped del señor Álvarez. Éste vecino que tiene de lado Marcela Nieves, lleva tres años sin hablarle y sin pedir de vuelta sus tijeras para podar. Y ella corta las flores, les quita de más, con tijeras para podar el jardin que le regaló su esposo hace año y medio. Las tijeras del señor Alvarez, desde la bodega, contemplan la suciedad en las esquinas y aguardan por ser entregadas. Pero el propietario, Edmundo Álvarez, de 43 años, ha olvidado sus tijeras y ha olvidado a aquella amada mujer de templado carácter, y de mejillas encendidas, por contemplar, en vez, a la joven que corta su césped con podadora y que ignora a sus muñones, y las tijeras, y el fallido rompimiento con su vecina; mujer fría y de mejillas frías, que mira a la joven desde el jardín, y poda con tijeras las flores marchitas.

Un cuarto al cubo.



Tenía yo dieciséis años y vivía en los edificios.

Gera tenía diecisiete y acababa de entrar a trabajar a Nabucco -un restaurante italiano- como repartidor. El cabrón se sentía todo un galán, aún cuando estaba gordo y le apestaba el hocico.

A las dos semanas nos empezó a presumir al Javi y a mí que se había ligado a una de las cocineras, que tendría unos veintidós años. Nosotros, chamacos que veíamos la barrera de los veintes como algo inalcanzable, obviamente no le creímos.

-Aja cabron, ¿Y te da masajes con harina?
-No, me cae que ya me la fajé.
-Ei, ¿Y cuantos años tiene? ¿62?
-Ohquelachingada, no esta tan fea, me cae que sí aguanta
-Simón, pa’ que te aguante ha de estar cabrona.
-Miren putos, ¿Cuanto que la traigo a mi casa y me la cojo?
-Ei.
-Ajá.

Gera vivía sólo con su mamá, que trabajaba todo el día, así que tenia su casa para el solo. Después de un par de días de estarlo jodiendo con lo mismo, nos dijo emocionado que ya había quedado con la cocinera, a la que había convencido de ir a su casa.

Nosotros, todavía incrédulos (jamás habíamos visto al gordo con una vieja, mucho menos con una más grande y que, sobre todo, quisiera coger con él) y lo seguíamos chingando.

Un día pasó por nuestro edificio y chiflando, nos llamo. Nos dijo que esa misma tarde tenia que pasar por la cocinera para traerla, y que lo esperáramos en su casa escondidos.

Ya en su cuarto, mientras el gordo según iba por ella, el Javi y yo buscábamos donde escondernos sin muchas ganas, porque estábamos seguros de que aquel cabron regresaría con algún pretexto y que no habría palo ni show ni nada. Yo traté de meterme entre la ropa del closet, dejando la puerta abierta.

-No mames, no quepo cabrón
-Que sí, ¿O quieres debajo de la cama?
-Ni madres, además, ni se va a hacer nada
-Uy, no mames, no se la acaba ese güey...

Javi se metió debajo de la cama y probó desde todos los ángulos si podría ver algo. Yo desde el closet y entre un montón de ropa, veía perfectamente la cama y al Javi debajo de ella. Cuando aún estábamos probando que tan cómodo seria y seguíamos tirándole mierda al ausente, oímos voces en la puerta; la del Gera y...la de una vieja.

El Javi se metió en chinga debajo de la cama y yo me apreté lo más que pude en la ropa. Gera entró con la famosa cocinera del amor, que era chaparrita, morena y bastante flaca, pero si se encueraba, nosotros no le íbamos a poner peros.

El gordo volteaba discretamente para todos lados, tratando de ver donde nos habíamos metido. Yo apenas y podía aguantarme la risa y el Javi, desde abajo de la cama, me hacía jetas, preguntándome a señas como estaba la vieja, pero yo no podía ni sacar la mano, así que aquel se desesperaba.

Empezaron a platicar pendejadas; el gordo estaba nervioso, decía más idioteces que de costumbre y lo peor, quería parecerse a Mauricio Garcés, adoptando aires de galán vividor. Yo tenía que taparme la boca con las manos para que no se oyeran mis risas y el pobre Javi se retorcía haciéndome señas frenéticas debajo de la cama.

Después de una corta platica de hueva, por fin empezó a fajársela. Fue un buen rato y a mí ya me estaba dando hueva, además se me acalambraban las piernas y estaba seguro que la cosa no iba a pasar de unos pinches besos y una agarrada de nalga. Pero entonces de pronto el gordo se levanto de la cama y de espaldas a mí, se abrió el pantalón. La cocinera estaba sentada sobre la cama y empezó a darle una mamada; ahí puse atención (no a la mamada, sino a que la posibilidad de ver pelos ya era real). Abrí un poco la ranura entre la ropa y Javi podía verme media cara. Le hice la seña universal –vaivén con mano en la boca y lengua en cachete- de que aquello ya se estaba armando. Él se retorcía más y más, ya que el pendejo desde donde estaba no podía ver ni madres.

Después de otro rato de examen oral, por fin el gordo empezó a encuerarla: le quitó el vestido, el brassiere y los calzones. Ella intentaba quitarle el pantalón, pero él obviamente se resistía; el cabrón sabía que lo estábamos viendo y le daba pena, porque además de culo gordo, era pito chico. Después de forcejear y de unas rápidas miradas nerviosas del Gera hacia el closet, por fin la cocinera le quitó el pantalón, pero el cabron logro dejarse la camisa. Tapándose, se puso el condón y empezó a darle.

Yo nomás le veía el pálido culito de pollo ir y venir en un vaivén piadoso -la agarro entre misionero y carretilla, parado a la orilla de la cama-, Javi seguía haciéndome jetas, porque ya sentía el rechinar de la cama. Yo le decía con señas que el gordo estaba exactamente frente a él. Entonces el cabrón sacó la mano y empezó a agarrarle la pierna a Gera; aún recuerdo la cara del Javi, una mezcla perfecta entre asco y risa. El gordo volteo en chinga y empezó a mover la pata como afilador; la vieja ni en cuenta. Llegó un momento en que Javi de plano sacó medio cuerpo de debajo de la cama y quedo justo entre las piernas de Gera. Viéndole el culo, me preguntaba a señas: "¿Se lo pico?" Yo me arqueaba de la risa contenida.

En eso estábamos cuando el Gera de pronto se detuvo y se levantó (no habían pasado ni 5 minutos, pobre eyaculador precoz). Después, cuando se dio vuelta para ir al baño, miró hacia el closet y por un segundo pude ver su cara rojísima. Salió del cuarto y la cocinera se incorporó un poco sobre la cama. Fue ahí cuando me regalo una de las vistas más hermosas que se pueden tener a los dieciséis años: se quedó abierta de piernas, metiéndose el dedo mientras se pellizcaba los pezones. Obviamente, el pendejo del gordo apenas la había calentado.

Y aquí entré en conflicto: yo, en mi chaquetera mente, veía como sus dedos me llamaban... ella seguía caliente, incluso se estremecía. Yo pensaba: "Si salgo, chance con lo caliente le vale madres, pero también va a salir el Javi y se va a armar un desmadre". Así me debatía yo, entre la calentura y la putería. En eso regresó el gordo y me tapó la vista; le susurró algo a la cocinera, se vistieron en chinga y se fueron.

Por fin pude salir del closet (no pun intended) y el Javi salió debajo de la cama. Cuando oímos que el carro arrancó, pudimos cagarnos de risa a todo pulmón.

-¡Pinche pito chico!
-¡Pinche gordo puto!
-Me la hubiera dejado a mí, que no mame.
-Yo casi salgo a cogérmela, me vale madre que me hubiera mandado a la chingada.

Prendimos unos cigarros para esperar a que regresara el gordo. Cuando oímos la puerta abrirse empezamos a joderlo inmediatamente, pero el cabrón entró todo sonriente al cuarto y ni caso hacia a nuestras burlas.

-¡Ahí está putos! ¿No que no...?

Mientras decía esto, se dejó caer sobre la cama y... CRACK.

Una pata de la cama se dobló hacia fuera, las tablas de la base crujieron rotas y el colchón se fue para abajo. Volteé a ver al Javi, que estaba con los ojos muy abiertos.

-¡Pinche gordo cabrón! ¡Me hubieras matado!

Nos meamos de risa. Poco después de eso, la cocinera del amor mandó a la chingada al gordo y empezó a cogerse al gerente del restaurante.


martes, 18 de agosto de 2009

En la cama contigo y con muchos



Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas?
Y respondió diciendo: Legión me llamo, porque somos muchos.
Marcos 5:9


Debo confesar que soy un hombre con remordimientos infinitos. Padezco demonios a carta cabal, que asemejan comensales furiosos que golpean sus mesas exigiendo trozos enteros de mi para su satisfacción. Vivo así desde hace muchos años, y habitar mis fantasmas no me ha resultado tan difícil como convivir con los tuyos.

Una vez me explicaste que ya no quedaba nada nuevo por hacer conmigo; habías hecho de todo con tus amantes: viajado a todos los lugares a donde se viaja con una pareja, practicado todo en cuestiones sexuales. La única forma de experimentar algo nuevo conmigo es viajando a la luna, o teniendo un menage a trois con un animal, me dijiste.

Era la segunda noche que pasábamos juntos y en tu laptop sonaba - no estoy seguro - una canción de los Velvet, o quizá una canción de los primeros discos de Lou Reed. Sentí tristeza, pero también me sentí cursi. Atisbé el enorme ventanal de tu departamento. Era un séptimo piso, y estaba desnudo; quería largarme, pero no podía simplemente arrojarme por la terraza, caer al suelo y correr.

A partir de entonces no pude hacer nada contigo sin imaginarte con otro hombre. Las labores más peregrinas estaban acompañadas de la sombra de otro, y a veces también de varios, como si algunas situaciones determinadas conjuraran a todos tus antiguos amantes.

Así fue nuestra relación. Tenerte era un acto colectivo, un asunto de muchos, de rostros intercambiables, de penes espectrales que flotaban en la habitación, de brazos y pechos que se cernían sobre ti, o a lado mío, como si evaluaran mi desempeño sexual o como si esperaran su turno para satisfacer deseos que solo tus recuerdos podían llenar completamente.

Luego invadieron los restaurantes, los cines, las bancas de los parques, el frescor de la hierba bajo mis nalgas y la blandura de la arena; siempre tenía la sensación de haber llegado después, todos los lugares eran un asiento recién desocupado y donde había quedado la tibieza desagradable de otro cuerpo. El mundo a tu lado ya estaba descubierto, y además había sido abandonado. Como si Cortés, Pizarro y Magallanes abandonaran sus conquistas, luego de haber poseído sus oros y voluptuosidades hasta convertirlas en estulticias sin valor, en paisajes aburridos y repasados.

Al principio la dinámica me pareció metafísica, como una evocación esotérica y sexual, donde tus fantasmas aparecían como oráculos, pero también como guardianes atentos, o como un público ennegrecido, un gentío que se quedó inmóvil mientras el teatro se incendiaba y hervía con la grasa de la carne y los fluidos. Siempre fue así hasta que descubrí que te amaba, caminando contigo por Pere Lachaise, entre la tumba de Colette y Proust.

Desde ese día la experiencia se convirtió en pesadumbre, en sinsabores que se filtraban, espesos, en mi boca, y mi amor se tornó atroz. Los hombres ahora aparecían como rostros carcajeantes, y todo lo mío era pantomima o simulacro. Aunque nunca me hablaste de alguno en especial, una tarde desperté y uno de ellos estaba frente a mi, vestido en frac gris y sonriente. Antes de saber que era una aparición, me dijo: vengo, en representación de todos, a negociar.

Asentí, y apurado me aproximé a él, como si fuera la imagen de un santo benévolo que venía a liberarme. Abre la boca y comulga con todos nosotros, me dijo y me extendió un vaso alongado de cristal, un vaso - por qué no - fálico, que contenía, según me explicó, el esperma de todos los hombres del mundo, de todos los que tuvieron a la mujer que amaba, pero también de todos aquellos que pudieron tenerla, por las buenas o las malas, y que revoloteaban como insectos sobre el cadáver exquisito de todas las mujeres del mundo.

En vez de beber, asustado te sacudí para despertarte. Tú dormías a mi lado, y él me vio impertérrito y sonriente. Apenas murmuraste ¿qué quieres, mi vida? Yo te respondí: el fantasma de un amante tuyo está aquí, frente a mi, y me exige que beba de todos los miasmas de todas las vergas del mundo para dejarme en paz; pídele que se vaya.

Levantaste tu cabeza y miraste a todos lados: no veo nada. Esta ahí, frente tuyo, míralo, pídele que se largue, insistí.

Me sonreíste y luego metiste el rostro entre las almohadas y mascullaste: has sido tú quien lo trajo a nuestra cama, amor; tú dile que se vaya.

Yo me recosté de nuevo contigo; cerré los ojos y al abrirlos, tu amante ya no estaba. En su lugar quedó la penumbra inofensiva y todavía diáfana de la tarde, en un lugar común donde una pareja podía hacer todas esas mismas cosas que miles de hombres y mujeres hacen, simultáneamente, en cualquier lugar del mundo.
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